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Cinco películas sobre perseguidos y perseguidores: cuando el crimen es el juego del gato y el ratón

Para atrapar al ladrón  o To Catch A Thief, de Alfred Hitchcock
Para atrapar al ladrón o To Catch A Thief, de Alfred Hitchcock

El estreno de Alerta rojaque estrenó en salas y estará disponible a partir de este viernes en Netflix- pone nuevamente en juego la carta de la persecución como perfecta estrategia narrativa para vestir al policial de vértigo y suspenso. Pero no hablamos solo de persecuciones en las calles, autos que se estrellan, disparos a mansalva, sino también de un culto exquisito a la escapatoria como forma de vida, como estrategia de goce y supervivencia. Un guiño recurrente en el género, que en esa dinámica de disfraces y despistes asume distintos tonos, que van desde el humor y la seducción hasta el pulso trágico que conecta a perseguido y perseguidor en una unión fatal que solo puede concluir en la mutua destrucción.

El cine ha explorado con ahínco en ese universo, eligiendo diversos escenarios como la Costa Azul, los museos parisinos, los amplios desiertos texanos y las ciudades más oscuras y abigarradas, convertidas en un inesperado laberinto para esas pasiones en conflicto. Algunas de las mejores películas de esta tradición, disponibles en streaming, permiten admirar los juegos peligrosos de estos protagonistas, integrantes de un dúo maldito que como el gato y el ratón no pueden vivir el uno sin el otro . Las claves de esas mutuas obsesiones están definidas por esa perfecta distancia que los mantiene separados al mismo tiempo que alimenta el anhelo del encuentro y la revelación. El disfrute de esas historias, más allá del glamour y los chistes, o de la subterránea pasión que los agita sin remedio, está siempre en la medida de la espera, la postergación del enfrentamiento final que todos esperamos.

Para atrapar al ladrón (Alfred Hitchcock, 1955)

Para atrapar al ladrón (1955), de Alfred Hitchcock
Para atrapar al ladrón (1955), de Alfred Hitchcock


Para atrapar al ladrón (1955), de Alfred Hitchcock

Una de las obras maestras menos citadas de la obra de Alfred Hitchcock quedó adherida al glamour de la Costa Azul y al preámbulo de la vida principesca de Grace Kelly, pero perdura como uno de los acercamientos del director inglés al cenit del crimen como pasión sexual.

John Robbie, alias El Gato, es un famoso ladrón de joyas ya retirado, extraño a esos largos días en los tejados y al asedio del ojo de la policía, que debe regresar a las andadas para limpiar su célebre nombre de las trampas de un advenedizo impostor. Y El Gato no es otro que Cary Grant, dispuesto a robar una codiciada joya para conseguir con ello algo más que una honorable reivindicación. El escenario son las doradas playas de la costa mediterránea, los casinos y sus fiestas, y la progresiva seducción que lo une a la joven millonaria que interpreta Grace Kelly, dispuesta a entregarse como carnada del crimen y dueña definitiva de toda belleza.

Además de las memorables escenas del beso furtivo y los fuegos artificiales, Para atrapar al ladrón está en el corazón del mejor período de Hitchcock, y consagra su placer por el cine como ninguna otra.

Atrápame si puedes (Steven Spielberg, 2002)

Atrápame si puedes (2002), de Steven Spielberg.
Atrápame si puedes (2002), de Steven Spielberg.


Atrápame si puedes (2002), de Steven Spielberg.

La maestría de Frank Abagnale Jr. (Leonardo Di Caprio) está destinada a una creación muy peculiar: sus múltiples máscaras. En cada estancia a lo largo de Estados Unidos, este joven prodigio del crimen ha logrado camuflarse en las más comunes profesiones y personalidades: médico, piloto de aviones, abogado, todo ello sin pasar por la instrucción o la práctica, sino por un aprendizaje que consiste en el arte mismo de la representación. Así, Steven Spielberg convierte sus constantes fugas y la creciente obsesión de su perseguidor, el agente del FBI Frank Hanratty (Tom Hanks), en una danza permanente, que su cámara exhibe con la armonía perfecta entre el descaro y la impunidad.

La descabellada historia no podría haber sido creíble si no tuviera un origen real y esa premisa es la que le permite al relato aventurarse por fuera del carcelario verosímil, y convertir al joven Abagnale Jr. en un fascinante orquestador de sus propias trampas. Lo más interesante es, finalmente, que el único vínculo sellado bajo la premisa de la honestidad sea el que mantiene a distancia con su incansable perseguidor, al que Hanks brinda un rostro paternal inmejorable, pieza perfecta para esa dupla inolvidable.

Fuego contra fuego (Michael Mann, 1995)

Fuego contra fuego (1995), de Michael Mann.
Fuego contra fuego (1995), de Michael Mann.


Fuego contra fuego (1995), de Michael Mann.

Tanta fue la espera y la expectativa de ver en pantalla a Al Pacino y Robert De Niro, dos de los actores más importantes del Hollywood de la segunda mitad del siglo XX, que Michael Mann no podía tener mayor desafío en el estreno de Fuego contra fuego. La historia se construía en espejo: un ladrón de bancos curtido por la experiencia y la soledad; un veterano policía con tres matrimonios a cuestas y obsesionado con el crimen en las calles de Los Ángeles. “¿Quién es el solitario?” se pregunta el teniente Vincent Hanna mientras observa a Neil McCauley salir solo de una cena con amigos.

Detrás de la gesta de un robo espectacular, de la dinámica de la banda, de la magistral puesta en escena de cada uno de los enfrentamientos, está la secreta disputa que Hanna y McCauley entretejen en cada uno de sus encuentros, a la distancia, sentados a una mesa de café, en la fachada de un hotel luego de un falso incendio.

La calculada separación entre los personajes para mantener la tensión se traslada a la mística que los actores alimentaron en su trayectoria, demasiado grandes para compartir el cuadro, para ceder un ápice de protagonismo, pero sí para hacer de la película una de las mejores de sus últimos años.

El caso Thomas Crown (John McTiernan, 1999)

El caso Thomas Crown (1999), de John McTiernan.
El caso Thomas Crown (1999), de John McTiernan.


El caso Thomas Crown (1999), de John McTiernan.

Pierce Brosnan encontraba el papel perfecto para su porte, y eso ya era mucho decir a fines de los 90 cuando se había convertido en la resurrección inesperada de James Bond luego de la corta era de Timothy Dalton. Pero Thomas Crown le había pertenecido por derecho a Steve McQueen desde su hit junto a Faye Dunaway bajo la dirección de Norman Jewinson, y medirse con ese personaje podía resultar una mala decisión.

Sin embargo, Brosnan no solo sale airoso al saltar del otro lado de la ley de su Bond sino que consagra una de las mejores historias de perseguido y perseguidor en el corazón del mercado del arte. Un Monet de cien millones de dólares es el botín en disputa, pero detrás del cuadro impresionista el ladrón (Brosnan) y la agente de seguros (Rene Russo) tensan las cuerdas de su seducción y de la puesta en escena de la mejor escapatoria.

Como en las grandes películas del género, el placer está siempre en el desafío, no solo en la originalidad del robo y la obtención de la recompensa sino también en el ostensible guiño al rival. McTiernan además consigue el glamour ideal para el entorno, el despilfarro perfecto para las ambiciones de sus protagonistas y la ingeniosa escena del robo al Met que merece todo lo que el destino le tiene preparado.

Los infiltrados (Martin Scorsese, 2006)

Los infiltrados (2006), de Martin Scorsese.
Los infiltrados (2006), de Martin Scorsese.


Los infiltrados (2006), de Martin Scorsese.

Como no podía ser de otra forma, Scorsese convierte la lógica de perseguido y perseguidor en una ópera de la traición. Criados en la ciudad de Boston, signada por los guetos inmigrantes y el profundo catolicismo, al llegar a su vida adulta Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) y Collin Sullivan (Matt Damon) se encuentran en la vereda opuesta a su origen, marcados por la figura paterna, deseosos de encubrir su traición. En ese mundo de máscaras, quien solo puede jactarse de su obscena honestidad es Frank Costello (Jack Nicholson), el patriarca de todos pero padre de ninguno.

Scorsese modela en el submundo de esa ciudad que es ajena a su Little Italy natal una película tan propia como las anteriores, aún con la historia prestada del éxito hongkonés Infernal Affairs. El director de Taxi Driver retrata un mundo forjado en el brillo de las apariencias, en las que el éxito –representado en la mirada de Colin sobre el Massachusetts State House, donde reside el poder legalizado- consiste en ser lo que uno no es. La América soñada está llena de mártires y de ratas, y la paranoia y la desconfianza son los verdaderos signos de estos tiempos.