Por fin, una película que nos reconoce la entrega y dificultades de ser madrastra o padrastro

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Hace décadas que el término madrastra quedó asociado a la imagen de mujer malvada, recelosa y usurpadora. Y sinceramente, entre nosotros, no creo que sea la única en señalar a Disney por la mala reputación a raíz del impacto histórico y cultural que dejaron las villanas de Blancanieves o Cenicienta. Mientras que en las comedias familiares, por lo general, los padrastros solemos estar representados como la “pareja de mamá o papá” que estorba en la relación familiar, al que hay que quitar de en medio con fechorías y picardías o utilizar como alivio cómico infantil. Como en Tú a Londres y yo a California y el papel de la interesada novia de Dennis Quaid; ambos padres separados en Míos, tuyos y nuestros o Pierce Brosnan en La Señora Doubtfire, por destacar un puñado de ejemplos.

Y si bien la idea de las familias compuestas suele estar presente en muchas historias, casi nunca se rinde homenaje al compromiso de un padrastro o madrastra en la ecuación familiar. Sobre todo cuando no se tiene hijos propios. El cine suele vernos como meros accesorios para sus comedias o dramas, y por eso me sorprendí gratamente al ver la mano inesperada que nos tiende el remake de Doce en casa.

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Disney+ estrenó el pasado 18 de marzo una nueva versión del clásico literario, aquel que ya tuvo adaptaciones en 1950 con Clifton Webb y en 2003 con la taquillera versión de Steve Martin y Bonnie Hunt. En esta ocasión la película cambia la trama original al convertir a la familia numerosa en una compuesta e interracial. Zach Braff (Scrubs) se mete en la piel de Paul Baker y Gabrielle Union (A por todas) en su esposa Zoey, quienes forman su propia familia al unificar los hijos que cada uno tuvo en sus matrimonios anteriores, con las dos parejas de mellizos que tuvieron juntos y la adopción del hijo huérfano de unos amigos. Es decir, una familia compuesta donde los ‘otros’ padres biológicos están presentes pero a través de roles secundarios, poniendo el foco en las relaciones que se viven en el hogar de los Baker. Destacando, sobre todo, la que Paul mantiene con los hijos de su esposa.

Y si bien estamos ante una comedia familiar insípida con una narrativa previsible, es inevitable que no te llame la atención el comentario social a favor de los padrastros. Porque esta versión de Doce en casa rinde homenaje y pone el foco sobre aquellos que asumimos roles en familias compuestas a pesar de no estar unidos por sangre. Roles que quizás nunca imaginábamos que íbamos a cumplir pero que entrelazan tu vida con los hijos de tu pareja, que asumimos por amor y compromiso pero que pocas veces se reconoce a nivel social. Porque, personalmente, no recuerdo haber visto este tipo de referencias en el cine con frecuencia.

Y aunque esta versión de Doce en casa expande su trama a través de referencias al racismo, bullying escolar, esfuerzo parental y otros comentarios sociales interesantes, terminan siendo eclipsadas por la narrativa superficial y tono inconsistente. A excepción de las escenas que nos hablan de la entrega y compromiso de un padrastro a la familia compuesta.

Cartel de Doce en casa (cortesía de Disney+)
Cartel de Doce en casa (cortesía de Disney+)

Y esto sucede en dos escenas en particular. En una de ellas, la hija adolescente de Zoey se encuentra entrenando tiro al aro, nerviosa ante la llegada de un cazatalentos a su escuela que podría servirle de trampolín para fichar por su universidad soñada. Y ahí está Paul, malísimo, sin encestar ni una sola vez pero apoyándola, acompañándola, involucrándose y dándole ánimos en un momento íntimo de padrastro e hijastra. Un detalle que destaca cuando se compara con la ausencia del padre biológico, un astro del baloncesto que aparece de vez en cuando, que no ha estado presente lo suficiente y compensa su ausencia con regalos costosos y alentándola desde las gradas.

Así como otra secuencia donde uno de los hijos pequeños de Zoey acusa a su padre biológico de no saber nada de él. De tener personalidades diferentes y no interesarse por sus aficiones, mientras Paul que tampoco comparte sus hobbies se implica y sabe todo de él, como figura presente en su entorno familiar.

Dos secuencias que quizás para niños o familias nucleares (biparentales) o monoparentales pasen desapercibidas, pero que elevan el rol del padrastro/madrastra al lugar que merece. Porque ya sea por el poco reconocimiento que solemos tener en la sociedad o porque los niños son, y deben ser, el foco central de cualquier familia, nuestras esfuerzos de adaptación suelen quedar en un segundo plano cuando hay hijos ajenos conviviendo de por medio. Requiere de compromiso personal y de pareja, y un ejercicio constante de comprensión mutua, conseguir que la unión compuesta funcione para todos, no solo para los niños. Porque existe un esfuerzo emocional y personal que no suele reconocerse a nivel social cuando ese padrastro o madrastra se adapta, se involucra y busca formas de crear un lazo genéticamente inexistente.

Imagen de Doce en casa. Photo by Merrick Morton.  © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.
Imagen de Doce en casa. Photo by Merrick Morton. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Y digo que no se suele reconocer porque yo misma he vivido el proceso y adaptación ante el confuso rol inicial que se vive en las primeras etapas de convivencia compuesta, encontrando tu lugar en la vida del niño de tu pareja, buscando la conversión de los códigos mutuos y probando sobre la marcha hasta encontrar una nueva armonía nuclear. No es nada fácil, puede llevar varios años, y para ello tuve que recurrir a información en foros y consejos de quienes viven la misma experiencia porque, en general, no existe mucha información, artículos o libros que nos ayuden a navegar la transición centrando el foco en nuestra experiencia como padrastro o madrastra. Sobre todo cuando se trata de divorcios conflictivos o relaciones familiares con vínculos complicados entre padres divorciados y sus hijos. Con esa madrastra o padrastro intentando cumplir un rol intermedio.

Alguien podría decir que sí existe una película sobre la temática. Quédate a mi lado, el drama de 1998 protagonizado por Susan Sarandon y Julia Roberts. Sin embargo, no creo que sea una película que nos identifique en el rol que cumplimos entre padres biológicos y sus hijos. Porque aquí también aplica la idea de rechazo inicial por parte de la madre (Sarandon) y su hija contra la novia (Roberts) del padre (Ed Harris), poniendo el foco en la creación del lazo a raíz de la muerte inminente de la progenitora. Es una película que manipula la narrativa dramática y los lazos compuestos a golpe de drama extremo, algo que no es habitual en la vida real con todos los divorcios y familias compuestas que existen en el mundo.

Doce en casa está lejos de ser perfecta, es ligera, desordenada y condescendiente, pero ese homenaje está presente. Y como rara vez se nos reconoce en el cine, agradezco al menos que una película lo haga.

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