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El riesgo de complacer demasiado a los demás: sentirte mal contigo

“La amabilidad es la armadura psicológica del complaciente” - Harriet B. Braiker [Foto: Getty Creative]
“La amabilidad es la armadura psicológica del complaciente” - Harriet B. Braiker [Foto: Getty Creative]

El deseo de agradar a los demás está en nuestro ADN. Ser aceptados es una sensación agradable. Pertenecer a un grupo hace que nos sintamos más seguros. Y recibir validación nos confirma que vamos por el buen camino.

El problema surge cuando el deseo de complacer se vuelve desmesurado y nos fagocita. Cuando dejamos de ser quienes somos para complacer a los demás. Cuando somos tan agradables, complacientes, tolerantes y disponibles que terminamos perdiéndonos. Cuando a costa de agradar a los demás, terminamos sintiéndonos mal con nosotros mismos.

Ser amables no es lo mismo que ser complacientes

“Expresa lo que eres y di lo que sientes, porque a quienes les preocupa no cuentan y a quienes cuentan, no les preocupa” – Theodor Seuss Geisel [Foto: Getty Creative]
“Expresa lo que eres y di lo que sientes, porque a quienes les preocupa no cuentan y a quienes cuentan, no les preocupa” – Theodor Seuss Geisel [Foto: Getty Creative]

Muchas personas confunden el deseo de complacer con la amabilidad. Piensan que si no son complacientes significa automáticamente que son antipáticas o descorteses. Y como no quieren parecer egoístas o desconsideradas ante los ojos de los demás, se muestran excesivamente complacientes. Es un error.

Aunque el comportamiento de las personas agradables puede parecerse mucho a los comportamientos serviciales y complacientes, existe una diferencia sustancial: la generosidad y la amabilidad auténticas provienen de una autoestima sana y una felicidad genuina que disfruta compartiendo. No es sumisión.

El deseo de complacer a los demás a toda costa, al contrario, proviene de una autoestima dañada y del miedo al abandono o a ser rechazado. Quienes se muestran excesivamente complacientes se subordinan a los demás porque experimentan una profunda necesidad de aprobación y validación externas. Son personas inseguras a las que les resulta difícil defender posturas independientes.

Una persona agradable y amable, al contrario, es capaz de defender sus puntos de vista, establecer límites saludables y decir “no” con firmeza cuando sea necesario. Por tanto, la amabilidad enriquece, mientras que la complacencia empobrece y suele dar pie a relaciones abusivas.

5 signos de alarma que indican que no te estás tratando con amor y respeto

“La recompensa por la conformidad es que le gustes a todo el mundo, excepto a ti mismo” – Rita Mae Brown [Foto: Getty Creative]
“La recompensa por la conformidad es que le gustes a todo el mundo, excepto a ti mismo” – Rita Mae Brown [Foto: Getty Creative]

La sociotropía es un tipo de personalidad que se caracteriza por invertir demasiado en las relaciones interpersonales. Debido a la imperiosa necesidad de aceptación social, estas personas terminan “borrándose” para complacer a los otros. Reconocer los primeros signos de alarma nos ayudará a no traspasar el fino límite entre la amabilidad y la complacencia excesiva.

1. Te disculpas continuamente, aunque no hayas hecho nada malo. A menudo cargas con culpas ajenas porque te sientes responsable por lo que hacen los demás, hasta el punto de llegar a sentirte inadecuado y disculparte por ser quien eres.

2. No puedes decir “no”, de manera que terminas haciendo cosas que los demás pueden hacer por sí mismos. Sin darte cuenta, te conviertes en esa persona a la que todos endilgan sus problemas, por lo que cada vez te sientes más agobiado.

3. No pones límites, sino que aguantas estoicamente en silencio cuando los demás traspasan tus líneas rojas o se aprovechan de ti porque no soportas que se enojen contigo, te reprochen algo o piensen que eres una “mala persona”.

4. Necesitas la aprobación o los elogios para sentirte bien. Tu autoestima y tu estado de ánimo fluctúan en dependencia de los elogios o las críticas que recibas, de manera que te vuelves excesivamente dependiente del juicio externo.

5. Te haces daño a ti mismo para hacer felices a los demás porque temes decepcionarlos o que te abandonen. Prefieres estar de acuerdo con ellos, cambiar tu forma de ser o seguir sus planes para evitar conflictos, aunque ello signifique que debes sacrificarte.

Los peligros de ser excesivamente complacientes

“Preocúpate por lo que otras personas piensen, y siempre serás su prisionero” – Lao Tzu [Foto: Getty Creative]
“Preocúpate por lo que otras personas piensen, y siempre serás su prisionero” – Lao Tzu [Foto: Getty Creative]

Las personas con sociotropía piensan que mostrarse serviciales y estar siempre disponibles les garantizará el amor y la aceptación de los demás. Pero esa actitud suele generar patrones de comportamiento dañinos que se convierten en terreno fértil para diferentes problemas de salud mental y relaciones tóxicas.

- Reprimes constantemente tus emociones

Ser demasiado complaciente te conducirá, inevitablemente, a reprimir muchas de las emociones que experimentas por temor a contradecir a los demás, a que te juzguen o a que lo que sientes se convierta en una fuente de conflicto. El problema es que, a largo plazo la supresión emocional puede conducir a un colapso psicológico o desencadenar enfermedades psicosomáticas. De hecho, la sociotropía se ha vinculado con un riesgo mayor de desarrollar depresión y la preocupación excesiva por los juicios ajenos aumenta las probabilidades de sufrir ansiedad.

- La gente te usará

Quienes se muestran excesivamente complacientes terminan atrayendo a personas con un perfil psicológico tóxico, personas narcisistas o manipuladoras que terminarán aprovechándose de ellos. Cuando siempre dices que “sí”, no sabes poner límites y evitas la confrontación, te conviertes en el objetivo perfecto para que otros te “usen” y “abusen” de ti. En muchos casos se crean relaciones de dependencia en las que el otro exige cada vez más sin dar nada a cambio, de manera que terminas convirtiéndote en su “felpudo”.

- Añades un gran estrés a tu vida

Un estudio realizado en la Universidad de California reveló que las personas con tendencia a complacer a los demás son mucho más vulnerables al estrés. Ese estrés no solo proviene de la sobrecarga de tareas y responsabilidades que a menudo asumes para complacer a los demás sino de la presión que sientes por mantener la imagen positiva que has construido. Ser esa persona buena, generosa, servicial y siempre disponible puede llegar a ser extremadamente agotador desde el punto de vista psicológico.

- Invalidas tu “yo”

Cuanto más intentes complacer a los demás, más perderás el contacto con tu “yo”. Cuanto más intentes parecerte a los otros y más te importen sus opiniones, más te desconectarás de tus verdaderas necesidades, aspiraciones y potencialidades. En vez de preguntarte quién eres y buscar la respuesta en tu interior, te miras a través de los ojos de los demás. Al buscar la validación en los otros, te valorarás según cómo te traten, de manera que es probable que termines sintiéndote mal contigo mismo, como si fueras un trapo de usar y tirar.

- Relaciones más superficiales

Si siempre intentas complacer a todos y te amoldas a sus opiniones, nadie conocerá tu “verdadero” yo. Cuando reprimes continuamente lo que piensas o sientes, es como si llevarás una máscara que impide a los demás conocerte. Esa fachada solo hará que te sientas más solo e inseguro ya que no sabrás a ciencia cierta si las personas te aceptan tal cual eres. Así terminas cayendo en una paradoja: mientras buscas validación, te invalidas.

Empieza a darte el amor y el respeto que profesas a los demás

“La serenidad proviene de la capacidad de decir sí a la existencia. El valor proviene de la capacidad de decir no a las decisiones erróneas de los otros” - Ayn Rand [Foto: Getty Creative]
“La serenidad proviene de la capacidad de decir sí a la existencia. El valor proviene de la capacidad de decir no a las decisiones erróneas de los otros” - Ayn Rand [Foto: Getty Creative]

Caminar continuamente de puntillas, como si la vida fuera un terreno minado, por miedo a molestar a los demás, puede terminar convirtiéndose en un hábito que nos aleja de nuestra esencia. También suele convertirse en el caldo de cultivo del resentimiento, la frustración y la desilusión.

Obtener la aprobación y validación social puede ser muy gratificante, no cabe duda. Pero cuanto más nos esforcemos por complacer a los demás, más probable es que nos traten como un felpudo o un instrumento prescindible. Al final, es probable que todos nuestros esfuerzos terminen haciendo que nos sintamos poco respetados, ultrajados y desconectados de nosotros mismos, de los demás y de la vida.

Un estudio desarrollado en la Universidad Case de la Reserva Occidental reveló que podemos desarrollar comportamientos autodestructivos si creemos que ayudarán a los demás a sentirse más cómodos en determinadas situaciones sociales. El problema es que cuanto más intentemos complacer a los demás, más preocupación y angustia experimentaremos. Por tanto, ese no es el camino para llevar una vida más plena y mantener relaciones satisfactorias.

Para cambiar ese patrón de comportamiento existe una solución: darte el amor y el respeto que profesas a los demás. Nadie puede darte lo que no te das a ti mismo. Por tanto, empieza a ser complaciente contigo. Pregúntate qué quieres o necesitas. Aprende a decir “no” sin sentirte culpable. Priorízate. Y acepta que no le caerás bien a todos ni siempre podrás complacerlos.

Entonces ocurre el milagro. Cuando dejas de perseguir la aprobación, te conviertes en una persona más segura y auténtica. Eso se percibe y aprecia. Cuando reconoces tu valor, los demás lo reconocerán.

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