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Plástico es plástico: lo que hay detrás de las bolsas biodegradables

Para la naturaleza nada es desechable. Para bien o para mal, lo que consumamos volverá al medio ambiente.

En un esfuerzo por disminuir la contaminación por plásticos, en Ciudad de México y Querétaro iniciamos el 2020 con la prohibición de bolsas de un solo uso.

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Apenas empezábamos a modificar nuestros hábitos de consumo, cuando la pandemia cayó encima y dimos varios pasos hacia atrás: tan sólo de abril a junio, la producción de bolsas plásticas se incrementó 200% a nivel nacional, según informó el Centro Empresarial de Plástico a Forbes.

Sí, los mexicanos duplicamos el uso de bolsas plásticas en solo tres meses. Eso sin contar que en nuestro país se fabrican más de un millón de cubrebocas desechables por día, según la UNAM.

Podríamos pensar que con la prohibición de bolsas plásticas tradicionales hechas de polietileno y la llegada de las bolsas biodegradables o compostables, el impacto ambiental podría ser menor.

La realidad es que estas opciones son una suerte de espejismo.

Sí, pueden ser más “amigables con el ambiente”, pero únicamente si su destino final cumple con condiciones específicas, como temperatura o humedad, para su degradación.

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Bolsas de plástico. Foto: Brian Yurasits para Unsplash
Bolsas de plástico. Foto: Brian Yurasits para Unsplash

Foto: Brian Yurasits para Unsplash

Plástico tradicional vs. Compostable y biodegradable: ¿cuál conviene?

Desde la prohibición de bolsas de plástico de un solo uso, los comercios han intentado adaptarse y en los supermercados vemos “bolsas biodegradables” en letras grandes y verdes; o en el mercado, la señora de la fruta nos entrega las uvas en una bolsa delgadita con una leyenda que dice “compostable”.

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Pero el hábito de consumir y desechar continúa, sólo se le cambia el branding.

“Cualquier artículo que consumamos, por mucho que desaparezca de nuestras manos, va a terminar en algún lugar, muy probablemente va a terminar en un relleno sanitario”, dice Miguel Rivas, doctor en Ciencias Biológicas por el Instituto de Ecología de la UNAM y divulgador de ciencia.

Para empezar debemos distinguir los diferentes tipos de bolsas. Así lo explica el doctor Rivas:

  • Bolsas tradicionales: hechas de polietileno de baja densidad, que es una película delgadísima, elástica, resistente y muy barata de producir.

  • Bolsas biodegradables: generalmente se fabrican con una mezcla de recursos naturales renovables y derivados del petróleo. Esta combinación ayuda a que se descompongan más rápido, pero ojo, sólo se deforman en fragmentos más pequeños, no quiere decir que sean orgánicos.

  • Bolsas oxo-biodegradables: con la acción del oxígeno se degradan, pero como sus compañeras anteriores, el contaminante sigue existiendo, sólo fragmentado. Estas podrían degradarse en un período de 10 años.

  • Bolsas compostables: significa que pueden integrarse a una composta, por lo que se van a degradar. Sin embargo, se requiere que lleguen a una composta tipo industrial, nada de ponerlo en tu composta casera o dárselo a tus lombrices.

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“Lo principal es que este tipo de bolsas siguen siendo parte de un mismo modelo cultural que se basa en usar y tirar, una cultura de desecho”, dice el doctor Miguel Rivas.

El engaño del plástico biodegradable y compostable

El año pasado, la Universidad de Plymouth, en Reino Unido, publicó una investigación sobre la degradación de bolsas de plástico diferentes.

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El profesor Richard Thompson y la investigadora Imogen Napper probaron bolsas compostables, biodegradables, oxo-biodegradables y las convencionales.

El experimento consistió en enterrarlas en la tierra, exponerlas al aire y al sol y sumergirlas en el mar. Es decir, cualquier ambiente en que una bolsa común pudiera encontrarse.

Todas fueron monitoreadas por períodos regulares para anotar si había pérdidas visibles, si se desintegraban, perdían fuerza, elasticidad o si acaso su estructura química se modificaba.

Sorpresa, sorpresa: después de tres años, las bolsas seguían funcionando perfectamente. Estaban sucias, eso sí, pero todavía sostenían lo de una ida al súper.

Ninguna de las bolsas se desintegraron por completo y, ¿adivina? La bolsa que decía “biodegradable” salió casi ilesa.

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Este experimento es uno de los más famosos, pero no es el único.

En 2018, Joseph Greene, profesor del departamento de Ingeniería Mecánica y Mecatrónica y Fabricación Sustentable de la Universidad Estatal de California, publicó un análisis que hizo sobre la biodegradación de plásticos biodegradables y compostables bajo composta industrial y un ambiente marino anaeróbico y aeróbico.

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Greene hizo sus experimentos con plásticos fabricados a base de ácidos que, generalmente, tienen el nombre de “biodegradables”, los llamados PLA (ácido poliláctico), PHA (polihidroxialcanoato) y PHB (ácido polihidroxibutírico); también usó el plástico de polietileno (la bolsita tradicional que ya conocemos) y celulosa.

Sus resultados tampoco fueron muy alentadores.

Los plásticos biodegradables sí lograron desintegrarse en un ambiente controlado en el laboratorio y en la composta industrial, sin embargo los oxo-biodegradables y los UV-degradables, así como las bolsas tradicionales, no se descompusieron por completo ni presentaron una degradación importante.

Verdades ¿a medias?

El experimento del profesor Joseph Greene nos da algunas direcciones: muchos de estos plásticos que nos venden como más amables para el medio ambiente sí podrían degradarse, peeeero bajo condiciones controladas.

¿Cuánto tiempo les llevará? La respuesta no es sencilla, pues depende del tipo de plástico, cómo se fabricó y que cumpla ciertas normativas, como la UNE-EN 13432 de la Unión Europea, la cual explica que para que un plástico sea compostable debe degradarse al 90% en seis meses en un ambiente rico en dióxido de carbono.

Lo que sí es seguro es que si tú pones una bolsa compostable en la composta de tu casa o se lo das a tus lombrices no se va a descomponer.

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Pueden pasar meses o años y va a seguir existiendo, tal vez no intacta, pero sí en fracciones, porque para lograr su desintegración se requiere una composta de tipo industrial que tenga condiciones de humedad y temperatura específicas (entre 50ºC y 60ºC) que no se pueden dar de forma casera.

“El hecho de tener una bolsa biodegradable, que en este caso se composte, no es una garantía de que esto va a suceder, insisto, esto puede suceder en condiciones controladas y que el fabricante se ocupe para que esto ocurra”, dice el doctor Miguel Rivas.

El plástico de las bolsas compostables y biodegradables no se desintegra fácilmente. Foto: Universidad de Plymouth
El plástico de las bolsas compostables y biodegradables no se desintegra fácilmente. Foto: Universidad de Plymouth

Foto: Universidad de Plymouth

En México, el plástico es libre: leyes sin dientes e iniciativas congeladas

Apenas este año, la CDMX prohibió el uso de bolsas de plástico en un primer intento por disminuir la contaminación que generan.

Pero hay un detalle: es una ley sin dientes.

Es decir, en la Gaceta Oficial de la CDMX se publicó el decreto de la Ley de residuos sólidos y sí, es muy clara en la prohibición de comercialización, distribución y entrega de bolsas de plástico al consumidor.

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Por supuesto, tiene sus excepciones: las bolsas compostables están permitidas “siempre y cuando cumplan con las especificaciones de compostabilidad establecidas a través de normas ambientales”.

La cuestión es que esas especificaciones aún no llegan.

A la fecha, y con una pandemia atravesando al mundo, no existen reglas claras en la CDMX para saber qué es una bolsa compostable, ¿cuánto tiempo tarda en degradarse?, ¿de qué está hecha?, ¿quién certifica si es o no compostable?

Aún no hay una normativa y, hasta ahora, la única forma de “reconocer” una de estas bolsas es que sea verde y tenga la leyenda “compostable”.

Y esto sólo en lo que corresponde a la capital. A nivel federal la cosa pinta más difícil.

Organizaciones no gubernamentales llevan años empujando, sin éxito, una reforma a la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de Residuos que obligue a los fabricantes e importadores de plásticos a asumir su responsabilidad en la cadena de uso.

Hay 40 iniciativas, tanto en Diputados como en Senadores, desde que inició esta legislatura y todas están en la congeladora”, explica Esteban García Peña, biólogo con posgrados en Política Pública y Ecología y Manejo de Medio Ambiente.

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Hay un cabildeo muy potente por parte de la industria, hay intereses creados con senadores y diputados dentro de la Cámara que están congelando estas 40 iniciativas”, continúa Esteban, quien también es director de Campañas de la organización Oceana México.

A grandes rasgos, explica, estas iniciativas buscan que con la reforma de ley el plástico se reduzca desde su origen, que los usuarios tengamos más alternativas para consumir productos libres de plástico y que exista una mayor responsabilidad para los productores e importadores, porque sí, la responsabilidad del uso del plástico es compartida entre gobierno y sociedad, pero también los industriales deben reconocer su parte del daño ambiental.

Entonces, ¿qué hacer?

Mientras esas iniciativas congeladas comienzan a “agarrar calorcito”, los usuarios también tenemos que poner manos a la obra.

Cambiar nuestros hábitos de consumo es clave: esas bolsas de plástico que te dan en el mercado o en la tienda pueden cambiarse por las de tela; tal vez los cacahuates que vienen en un empaque de celofán que dice “reciclable” puedan sustituirse por los que venden a granel; o qué tal que esa bolsa chiquita de plástico delgadito la cambias por una bolsa de red más grande que puedas usar incontables veces y hasta lavarla.

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Como dice el doctor Miguel Rivas: “no se trata de satanizar el plástico, como dice la industria“. Si una bolsa está bien hecha, con materiales altamente durables que sirvan por muchos años, está bien usarlas, “no se trata de que el plástico es malo porque es plástico. El plástico es malo porque se está quedando en el medioambiente más allá de su vida útil“.

Y sí, una buena parte de la chamba está en manos de que el gobierno ponga reglas claras y que los industriales asuman su responsabilidad, pero los usuarios también podemos presionar.

“Sí hay un impacto significativo si la gente dejamos y reducimos nuestro consumo de productos desechables. La industria se daría cuenta que ya no consumen tanto y entonces tiene que cambiar la narrativa, la producción y su forma de vender, y cambiar incluso su forma de mercadeo”, dice Esteban García Peña.