¿PODEMOS SER PADRES GENIALES?

Se dice que, si uno ama a sus hijos, lograr ser un buen padre -quizás uno muy bueno-, puede resultar más fácil. Sinceramente, ese razonamiento es un poco simplificador de la cuestión. Podría ser que amar a tus hijos no fuera una garantía de ser un gran padre. Por lo menos, no siempre.

Aquello no sería suficiente si no implicamos esfuerzo en el proceso, si no comprometemos trabajo en consolidar la relación con el hijo, si no intentamos hacer siempre las cosas correctas. Todos tenemos una vida bastante ocupada. A veces las tareas cotidianas nos superan. Tratar de apretujar nuestro tiempo disponible para compartirlo con un hijo, debería ser una norma fundamental.

Interesarnos en lo que él o ella ha estado haciendo últimamente, mostrar entusiasmo por lo que les gusta o simplemente “estar” allí donde nos pudieran necesitar, seguramente ayudará en la construcción de su confianza y autoestima.

Otro condimento esencial es la cercanía física, hacer que no existan barreras para un abrazo, para un apretujón entrañable. Durante mucho tiempo se consideró que el hombre debía administrar sus emociones respecto de sus hijos. Hoy en día, el hombre real besa, abraza, da caricias y mima estrechamente a sus hijos. El afecto se debe demostrar, está totalmente permitido y es deseable que así suceda. Es un hecho que los seres humanos necesitamos del afecto, y por lo tanto los niños deberían recibir de su padre, mucho más.

Aquellas costumbres antiguas sobre el comportamiento paterno ya están desapareciendo con rapidez. Hacer la limpieza de la casa, cocinar para la familia, cambiar pañales, y un sinnúmero de tareas “domésticas” que usualmente eran llevadas a cabo por las madres, actualmente están a cargo de ambos padres.

No deberíamos pasar cerca de un hijo sin acariciar su cabeza cariñosamente e inclusive jugar a despeinarlo. Posiblemente esas acciones, aunque aparentemente pequeñas, calen hondo en el espíritu del pequeño y lo recuerde toda su vida. Leerle un libro cuando el momento de tranquilidad lo merezca, es una actividad que ayudará, al escucharte, al aprendizaje y al gusto por la lectura.

Sobre todo en los primeros años de vida, donde el efecto de la imitación es verdaderamente fuerte, al vernos comer sano, que sea usual vernos ejercitarnos asiduamente, que tenga registro visual de que no fumamos (idealmente) y que tenemos control sobre las bebidas alcohólicas, aumentará las chances de que nuestros hijos continúen con esa “tradición” espontánea de los buenos hábitos.

En muchos países se ha demostrado el incremento del número de hombres, padres de familia, que trabajan desde su hogar total o parcialmente, ocupando sus tareas laborales en forma paralela con actividades propias de la paternidad. Con una dosis de coraje y planificación, todo es posible, y muy disfrutable.

Quedarse en casa al cuidado de los niños es importante, pero eso significa mucho más que sólo ser el “papá divertido”, el que les ayuda a construir una fortaleza en el árbol, el que acompaña en salidas entretenidas, o el que les deja comer el pollo con las manos y la pizza para el desayuno. También implica el cuidado estricto de todos aquellos deberes domésticos que pueden haber sido manejados antes, únicamente por tu esposa.

La paternidad verdadera –el sentido absoluto de ser un padre–, conlleva la idea de estar allí para tu hijo cuando él deba atravesar un infierno o caminar con el agua al cuello. Eso es algo que quizás no todos los hombres pueden hacer.

Ser papá es un derecho que debemos ganarnos, un pasaje reservado para aquellos que están listos y deseosos de estar ligados a otro ser humano para el resto de la vida.