Politizar el juego de los niños, un enorme error que pagaremos muy caro

Una niña apuntando con una pistola de agua a la escultura de Vladímir Putin ubicada en el Central Park de Nueva York, el 2 de agosto de 2022. [Foto: REUTERS/Andrew Kelly]
Una niña apuntando con una pistola de agua a la escultura de Vladímir Putin ubicada en el Central Park de Nueva York, el 2 de agosto de 2022. [Foto: REUTERS/Andrew Kelly]

Quien siembra vientos, cosecha tempestades, dice un viejo refrán. Al parecer, se nos ha olvidado.

Educar a los niños en el odio. Politizar sus juegos. Polarizar su pensamiento. Validar la violencia – con la excusa de que es por una “buena causa” – no conduce a buen puerto.

Hace unos días apareció en una zona de juegos infantil en el Central Park de Nueva York una nueva “atracción”: la estatua de Vladímir Putin sentado sobre un tanque de guerra. Antes había estado en el Parc de Joan Miró de Barcelona y el Jardin du Luxembourg de París.

Cuando vi a los niños apuntándole con pistolas de agua me invadió un sentimiento de perplejidad mezclado con impotencia y una profunda tristeza.

El fin no justifica los medios

Creada por el artista francés, James Colomina, la escultura tiene como objetivo denunciar lo absurdo de la guerra. [Foto: REUTERS/Andrew Kelly]
Creada por el artista francés, James Colomina, la escultura tiene como objetivo denunciar lo absurdo de la guerra. [Foto: REUTERS/Andrew Kelly]

La obra en cuestión pertenece al artista francés James Colomina, famoso por hacer estatuas rojas y dejarlas en sitios improvisados y poco convencionales para concienciar y generar debate público. El artista escribió en su cuenta de Instagram que “esta escultura tiene como objetivo denunciar lo absurdo de la guerra y resaltar el coraje de los niños cuando tienen que afrontar las situaciones violentas y catastróficas que otros desencadenan”.

También dijo que es “una buena manera de expresar la opinión personal y mostrarle al mundo que hay muchas personas que no están contentas con lo que está pasando”.

Sin duda, la inmensa mayoría de las personas está en contra de la guerra en Ucrania – y de todas las guerras y conflictos armados que se encuentran activos ahora mismo en el mundo - pero la manera en que expresamos nuestra postura, sobre todo con las nuevas generaciones, puede marcar la diferencia en un futuro no muy lejano.

En marzo, Facebook e Instagram cambiaron su férrea política de incitación al odio para permitir llamados a la violencia en algunos países, siempre que fueran dirigidos “contra los rusos y los soldados de Rusia en el contexto de la invasión de Ucrania”, según reportó la CNN.

El odio y la polarización que están mostrando los adultos no han tardado en extenderse hasta los niños. En abril, The Sunday Times reconoció que “los niños de habla rusa en las escuelas irlandesas están siendo acosados y llamados ‘fascistas’ tras la invasión de Ucrania”. No son incidentes aislados. Los estudiantes rusos en el extranjero también están reportando mayores niveles de ansiedad por el creciente sentimiento anti ruso.

Maxim D. Shrayer, profesor ruso-estadounidense del Boston College, contó que el segundo día después de la invasión, el profesor de su hija menor dijo a la clase: “los rusos atacaron Ucrania”. Su hija lo corrigió diciendo que habían sido “las tropas de Rusia” y “el régimen de Putin”.

La manera en que hablamos es importante. Los matices son importantes. Nuestras actitudes son importantes. Los niños captan todo eso y luego lo replican.

La forma en que gestionemos lo que está ocurriendo dará forma al pensamiento de los niños y probablemente determinará nuestro futuro como sociedad. Si enseñamos a los niños a odiar, generalizar indiscriminadamente y validamos la violencia como vía para resolver los conflictos, seguiremos teniendo guerras en las que, por desgracia, también morirán y sufrirán muchísimos niños.

La narrativa polarizada y politizada genera más violencia e intolerancia

Niños sosteniendo los rifles de sus padres en Yemen, donde en los últimos 7 años han muerto o han sido heridos 10.200 niños, según UNICEF, aunque las cifras son mayores. [Foto: Mohammed HUWAIS/AFP]
Niños sosteniendo los rifles de sus padres en Yemen, donde en los últimos 7 años han muerto o han sido heridos 10.200 niños, según UNICEF, aunque las cifras son mayores. [Foto: Mohammed HUWAIS/AFP]

Politizar y polarizar el juego de los niños no es una buena idea. Tampoco lo es sembrar la semilla de la violencia en ellos. Psicólogos como Heidi L. Malloy y Paula McMurray-Schwarz sostienen que los juegos de guerra pueden enseñar a los niños que la violencia es una forma adecuada para resolver los conflictos y que la agresión en las interacciones sociales es aceptable.

Si consideramos la teoría de la desensibilización, una mayor exposición a la violencia conduce a una disminución de las respuestas aversivas a la agresión. O sea, los niños se van acostumbrando a la violencia y comienzan a verla como una opción válida para resolver los problemas.

En 1976, un estudio realizado con niños de entre 4 y 5 años de edad mostró que quienes jugaban con juguetes más violentos, como las pistolas, mostraban más comportamientos antisociales, en comparación con los pequeños que usaban juguetes no violentos, como los aviones.

Obviamente, fingir agresividad en el juego no es lo mismo que ser agresivos en la vida cotidiana. Sin embargo, la línea es muy sutil y no es tan difícil traspasarla, especialmente en el caso de los niños “difíciles”, en quienes se ha encontrado un vínculo entre los patrones de juego más violentos, los problemas de comunicación y las agresiones y conflictos con los amigos.

El problema, obviamente, no es la pistola de agua apuntando a la cabeza de la escultura de Putin, es toda la narrativa de fondo que puede estar ocupando la mente infantil. El problema es que esa imagen sea ensalzada por los medios sin promover la más mínima reflexión sobre los valores o antivalores que puede estar promoviendo.

El problema es que no podemos educar a los niños en la tolerancia, el respeto, la diversidad, la aceptación y la asertividad si apenas las cosas se tuercen hacemos justo lo contrario. Los niños captan la disonancia cognitiva. Y luego replican los patrones violentos, de odio, discriminación e intolerancia que perciben en los adultos y en los medios de comunicación.

Por supuesto, no hablo de ocultar la realidad a los niños, por dura que sea. Pero sí de evitar los estereotipos raciales, culturales o de otra índole. Hablo de aprovechar la coyuntura actual para condenar la violencia contra los demás, ya ser por motivos de raza, cultura o búsqueda del poder, dondequiera que ocurra y quienquiera que la desencadene.

Hablo de sentido común.

No hablo de bandos “buenos” ni de políticas “malas” - y viceversa. Hablo a favor de los niños. Tanto de los niños soldado que son obligados a empuñar un fusil como de aquellos que mueren en el fuego cruzado en tantas guerras sin sentido y también de los que aprietan el gatillo de su pistola de agua contra un “enemigo” en un acto de empoderamiento estéril.

Hablo a favor de los niños de hoy, para salvar a los niños de mañana. Porque si educamos en el odio, la violencia y la intolerancia, la única certeza que tendremos es que un día, las pistolas dejarán de disparar chorros de agua para disparar balas. Si no educamos en el respeto, la tolerancia y la asertividad, la única certeza que tendremos es que las guerras y el sufrimiento se perpetuarán. Aunque quizá muchos de nuestros adultos están demasiado polarizados y politizados como para entender eso.

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