El amor verdadero no se encuentra, se construye

Todos aspiramos a encontrar el amor verdadero, pero fracaso tras fracaso y decepción tras decepción, terminamos convenciéndonos de que no existe. Quizá el problema no se halla en el amor sino en la imagen idealizada que nos hemos formado del mismo, construida y sobrealimentada a golpe de novelas rosas, canciones almibaradas y películas románticas.

El amor maduro, ese que nos llena completamente y que perdura en el tiempo, dista bastante del mito romántico. Como dijera Erich Fromm: “El amor es la forma productiva de relación con otros y con uno mismo. Implica responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento, así como también el deseo de que la otra persona crezca y se desarrolle. Es la expresión de la intimidad entre dos seres humanos bajo la condición de que cada uno conserve su integridad”.

¿Por qué deberíamos deshacernos – de una vez y por todas – del mito del amor romántico?

Amar no es encontrar a la persona perfecta, sino estar seguros de que esa persona es perfectamente imperfecta para nosotros. [Foto: Getty]
Amar no es encontrar a la persona perfecta, sino estar seguros de que esa persona es perfectamente imperfecta para nosotros. [Foto: Getty]

El amor romántico se ha construido en base a una serie de mitos más propios de una novela fantástica que de la realidad. Nos han hecho creer que estamos incompletos hasta que no encontremos a nuestra “media mitad” o “alma gemela” y que solo entonces podremos ser verdaderamente felices. También nos han hecho creer que estamos predestinados y que solo podremos experimentar el amor verdadero cuando encontremos a esa persona tan especial.

Estos mitos, sin embargo, nos llevan a asumir un papel pasivo y a menudo conducen a la anulación de la individualidad. Si creemos que el amor se encuentra por casualidad, que se debe a un golpe de suerte, como cuando se gana la lotería, y que se autoalimenta en un bucle infinito, asumiremos una actitud pasiva que terminará lastrando las potencialidades de la relación.

Pensar que el amor verdadero implica una pasión que no se extingue y una simbiosis perfecta con la pareja, en la que ambos miran continuamente en la misma dirección, implica alimentar expectativas que, más temprano que tarde, se revelarán irreales.

El “amor” al que rinde culto el imaginario popular no suele ser el amor verdadero, es tan solo un enamoramiento. En esta fase experimentamos una cascada de cambios a nivel cerebral inducidos por el bombardeo de las endorfinas. Por eso nos sentimos enormemente felices y creemos caminar por las nubes.

Neurocientíficos del University College de Londres descubrieron que el amor romántico estimula la producción de oxitocina y vasopresina, a la vez que desactiva una serie de áreas cerebrales relacionadas con las emociones negativas, el juicio social y la evaluación de las intenciones y emociones de la otra persona. Eso explica por qué se dice que el amor es ciego – al menos en sus primeras fases. Cuando nos sentimos atraídos por una persona, en nuestro cerebro se producen cambios que nos impiden ver los defectos del otro y lo idealizamos.

Sin embargo, el psicólogo Jed Diamond cree que el enamoramiento es tan solo la primera fase y que el amor maduro llega después de la decepción. La fase de decepción es una especie de prueba de fuego para las parejas, de hecho, la mayoría fracasa en este punto pues no logran realizar la transición de la imagen idealizada a la realidad. Cuando las endorfinas retoman sus niveles normales y las personas se conocen mejor, salen a la luz los defectos e imperfecciones, los cuales provocan conflictos y generan desilusión.

Las parejas que superan esa etapa logran construir una relación más estable, sólida y duradera. Dejan atrás la visión idealizada de su pareja y del amor y trabajan codo con codo para que la relación funcione, superar los obstáculos, crecer y apoyarse mutuamente.

¿Cómo es el amor maduro?

El amor maduro se basa en el compromiso recíproco y la voluntad de construir un futuro juntos. [Foto: Getty]
El amor maduro se basa en el compromiso recíproco y la voluntad de construir un futuro juntos. [Foto: Getty]

Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar”, alertaba Fromm. Sin embargo, nacemos enteros, no necesitamos colocar en los hombros de alguien la responsabilidad de completar lo que no hemos sido capaces de llenar nosotros mismos. El amor maduro es el resultado de desarrollar la propia capacidad de amar, no es fruto de la casualidad ni del destino.

El filósofo Martin Buber estaba de acuerdo, escribió: “El amor no se aferra al Yo poseyendo al Tú solo por su ‘contenido’, convirtiéndolo en su objeto; el amor ocurre entre Tú y Yo. La persona que no lo sabe, que no lo comprende con todo su ser, no conoce el amor; a pesar de que se atribuya los sentimientos que vive, experimenta, disfruta y expresa […] El amor es responsabilidad de un Yo por un Tú”.

Buber pensaba que en la relación del Yo con el Tú existe la posibilidad de que surja el amor, pero nos alerta de que no debemos confundirlo con los sentimientos ya que estos se “poseen” mientras que el amor es un acto productivo en sí mismo. El amor maduro sería, por tanto, una acción entre dos personas. Aunque reside en cada uno, solo se manifiesta entre los dos siendo una combinación única de libertad y responsabilidad.

Este amor no es posesivo ni intenta suprimir la individualidad del otro. Es más bien un acto liberador ya que nos permite ver al otro tal como es, sin la máscara del enamoramiento, pero con un sentido de la responsabilidad y el respeto recíprocos que nos anima a alimentar y apostar por esa relación cada día.

El amor maduro implica compromiso, receptividad, comunicación, apoyo, reconocimiento y cariño sincero. Se nutre de la complicidad cotidiana y se refuerza con los problemas, manteniendo viva la ilusión por un futuro conjunto. Ese amor no necesita artificios, pero sigue revestido de un halo de magia porque somos plenamente conscientes de su inmensidad y su fragilidad.

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