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Cuando mi hijo no quiere compartir: ¿qué hago, lo fuerzo, lo persuado, respeto su deseo?

No quiere prestarle nada a su hermanito. Siempre empuja a la otra niña cuando le pide un juguete. ¿Cómo le enseño a compartir?

¿Y es que acaso los adultos compartimos todo con nuestros hermanos, pareja, amigos, incluso con nuestros hijos? A menudo pretendemos que los niños asuman valores que los adultos no practicamos.

(Getty Creative)
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Hagamos el siguiente ejercicio, imaginemos que estamos en casa de nuestra madre en su cena de cumpleaños, y que ha invitado a otras familias amigas. ¿Cómo te tomarías que tu madre te diga?, “cariño mío, te presento a Felipe, el hijo de mi amiga Lucía. Tienes que prestarle tu celular y tu carro por una semana, es que Felipe dice que son muy bonitos y le encantaría poder llevárselos… y ya sabes lo importante que es ser generosos…”.

Seguro que a muchos esta situación nos parece absurda, incluso hasta nos parece un chiste, cuando se trata de adultos, claro está. ¿Pero qué pasa si en lugar de 30 tuvieras tres años y lo que tu mamá te exige que compartas es tu pelota o tu carrito? Si nos queda claro que obligar a un adulto a compartir sus pertenencias es una agresión, una intrusión a su derecho de decidir voluntariamente sobre sus propiedades, ¿qué nos hace pensar que con los niños es otra cosa?

Educar con consciencia, muchas veces implica cuestionar lo naturalizado. Que entendamos como normal ciertas conductas, expectativas o costumbres sociales, no quiere decir que sean correctas, saludables o respetuosas. Así es, mamá, papá, existen normas sociales que son arbitrarias y nos toca hacer el trabajo de separar la paja del trigo.

Para un niño o una niña, su juguete, su ropa, sus objetos constituyen pertenencias con el valor equivalente que otorgamos los adultos a nuestro automóvil, celular, casa… Desde la percepción de un pequeñín, diez minutos pueden ser una eternidad. Los adultos imponemos a los niños que compartan sus pertenencias, asumiendo que para el niño éstas tienen el mismo valor que nosotros le damos, y pretendemos que lo hagan durante un período de tiempo que a nosotros nos parece breve. El punto de vista infantil, su lógica emocional no entran en nuestra mirada cuando estamos centrados en la preocupación de que el niño o niña acate una norma social para hacernos quedar bien frente a los demás.

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¿Esto quiere decir que desistiremos en el objetivo de alentar a nuestros hijos para que desplieguen sus habilidades de socializar y compartir con otros niños, hermanos, amiguitos? Claro que no. De lo que se trata es de hacerlo orientados por la empatía, de forma respetuosa y conscientes de la realidad, necesidades, posibilidades particulares de cada niño o niña.

Lo primero que debemos tomar en cuenta si queremos transmitir a nuestros hijos valores de reciprocidad, cooperación y habilidades para llegar a acuerdos, es cuán disponibles estamos para dar amor, contención afectiva, mirada y compromiso emocional a todos los hijos e hijas por igual.

Imaginemos un grupo de personas llevando hambre de varios días frente a una mesa donde solo hay un bocado de pan. De seguro todos van a pelearse para obtener el escaso alimento disponible. En cambio ante una mesa con comida abundante para todos, no tendría que haber peleas por la sobrevivencia. Lo mismo pasa con nuestro pequeño o pequeña cuando se siente saciado afectivamente. Sea que se trate de compartir con los hermanos o con amiguitos, es muy probable que la rivalidad se mitigue, y por tanto el deseo de compartir surja espontáneamente.

El comportamiento modélico de los padres es otro de los factores de peso en la construcción de los valores de nuestros hijos. La generosidad y solidaridad no son la excepción. Si queremos que se instale la hermandad generosa y solidaria entre nuestros hijos, con sus amiguitos y con otras personas, revisemos qué tan generosos, cooperativos, democráticos somos.

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El momento evolutivo del niño también tiene mucho que ver con el despliegue de su capacidad de compartir. Un niño menor de tres años aún se encuentra en un período madurativo donde compartir no es un concepto que sea capaz de digerir muy bien. No entiende que las cosas pueden pasar de sus manos a otras sin que ello suponga perderlas para siempre. Si ya es mayor y se niegan sistemáticamente a compartir, debemos revisar las causas que subyacen tras dicho comportamiento. Quizás el niño ha sido forzado a compartir prematuramente y de forma inadecuada, quizás ha tenido experiencias dolorosas con amigos o hermanos durante el juego, quizás esté manifestando alguna protesta contra los hermanos o padres por alguna carencia. Cada caso es único, y debe ser evaluado para que encontremos soluciones hechas a la medida de forma responsable.

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Cuando nuestro hijo no quiera compartir con un hermano o con un amigo, los padres podemos intervenir explicando a las partes que la decisión de no hacerlo se respeta. Ese mismo hijo que no quiere compartir, en un momento dado, querrá que su hermano o un amigo comparta algo con él. Si le explicamos que el objeto no es suyo, que posiblemente su hermano o el amigo no lo quiera compartir, que hay que preguntar antes y respetar la decisión del otro, el niño irá graduando su propio aprendizaje sobre la necesidad de respetar y acordar para compartir las pertenencias bajo reglas claras.

Si son menores de tres años lo mejor es distraerlos con algo más atractivo. A esas edades es complicado que comprendan que deben renunciar a su deseo de tomar el juguete de otro niño que no quiere compartirlo.

En ningún caso es recomendable reñir u obligar a compartir, por respeto a los derechos del niño y porque entonces lo harían de manera mecánica y albergarían resentimientos que luego podrían convertirse en interferencias para compartir espontáneamente.

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