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Racionalización, vivir atrapados en las justificaciones

Negar los problemas no hará que desaparezcan. [Foto: Getty Creative]
Negar los problemas no hará que desaparezcan. [Foto: Getty Creative]

Cuentan que una zorra, mientras paseaba por el bosque, vio un apetitoso racimo de uvas colgando de lo alto de una parra. La zorra se estiró todo lo que pudo e intentó saltar para llegar hasta ellas, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Frustrada ante la imposibilidad de alcanzarlas, las desdeñó diciéndose: “las uvas están verdes, no las quiero”.

En la vida, muchas veces nos comportamos como la zorra de fábula. Inventamos justificaciones con las cuales consolarnos para no reconocer nuestras limitaciones, escapar de nuestras responsabilidades o no tener que lidiar con una realidad difícil. El psicoanalista Ernest Jones llamó a ese mecanismo de afrontamiento racionalización.

¿Qué es exactamente la racionalización?

Racionalizamos lo que nos cuesta aceptar para mantener un precario equilibrio psicológico. [Foto: Getty Creative]
Racionalizamos lo que nos cuesta aceptar para mantener un precario equilibrio psicológico. [Foto: Getty Creative]

La racionalización es un mecanismo de defensa a través del cual justificamos e intentamos explicar los comportamientos o sentimientos controvertidos, dándoles un sentido aparentemente racional, para que sean más tolerables o incluso admirables.

Básicamente, inventamos una razón que justifique nuestra actitud o conducta para no reconocer el auténtico motivo que se encuentra oculto en el fondo. Esa explicación, aunque falsa, resulta plausible. Y eso es todo lo que necesitamos para calmar la ansiedad o restaurar la imagen que tenemos de nosotros mismos.

De hecho, uno de los objetivos principales de la racionalización es ocultar las verdaderas motivaciones de nuestros pensamientos, actitudes o acciones para protegernos de los aspectos desagradables y/o inaceptables de nosotros mismos o del mundo que nos rodea.

Racionalizar, sin embargo, no es lo mismo que mentir. La mentira también implica ocultar las razones verdaderas recurriendo a explicaciones incorrectas, pero la diferencia estriba en que la racionalización es un mecanismo que opera en gran parte fuera del radar de nuestra conciencia. Es decir, creemos las justificaciones que inventamos, mientras que la mentira es un acto consciente.

Racionalizamos lo que no queremos aceptar

No podemos cambiar nada, a menos que aceptemos que tenemos un problema. [Foto: Getty Creative]
No podemos cambiar nada, a menos que aceptemos que tenemos un problema. [Foto: Getty Creative]

La racionalización suele activarse cuando enfrentamos situaciones difíciles, atravesamos conflictos con una fuerte carga emocional o nos vemos sometidos a una realidad que no queremos aceptar.

Este mecanismo de defensa es un proceso psicológico automático que nos protege de los conflictos emocionales o morales al evitar que tomemos tomar nota de factores estresantes internos y/o externos.

La racionalización nos permite distanciarnos de motivaciones difíciles de reconocer, sustituyéndolas por razones socialmente aceptables o que podemos gestionar mejor. De hecho, a menudo nos protege de los sentimientos de culpa o vergüenza.

Una persona a la que le ha ido mal en una cita, por ejemplo, puede racionalizar lo ocurrido diciéndose que en realidad su pareja no le atraía, para no reconocer su carencia de habilidades sociales. Un estudiante que desaprobó un examen puede culpar a su profesor para no reconocer que no estudió lo suficiente. Alguien que recuperó el hábito de fumar puede afirmar que las evidencias sobre los daños del cigarrillo no son tan contundentes, para no reconocer que ha tenido una recaída.

A través de este mecanismo reinterpretamos la realidad, la moldeamos para que nos resulte más benevolente negando la existencia de los aspectos más estresantes de nuestras experiencias internas. Así evitamos la disonancia cognitiva y mantenemos relativamente intacta la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos.

De hecho, cuanto más rígida sea esa imagen y más nos apeguemos a determinados valores, negándonos a reconocer nuestras contradicciones y sombras internas, más probable es que recurramos a la racionalización, como comprobó un estudio de la Universidad de Oklahoma.

La terrible trampa de las justificaciones

“Las emociones reprimidas nunca mueren. Están enterradas vivas y saldrán a la luz de la peor manera” – Sigmund Freud [Foto: Getty Creative]
“Las emociones reprimidas nunca mueren. Están enterradas vivas y saldrán a la luz de la peor manera” – Sigmund Freud [Foto: Getty Creative]

La racionalización nos evita afrontar verdades para las cuales no estamos preparados psicológicamente, por lo que tiene un efecto tranquilizador. De hecho, solemos recurrir inconscientemente a este tipo de explicaciones para evitar lidiar con un problema, conflicto o realidad que nos supera.

Desde esta perspectiva, la racionalización debería ser una especie de “temporizador” que nos da el tiempo necesario hasta que logremos crecer psicológicamente y abordar el problema. Sin embargo, cuando la racionalización se convierte en nuestro mecanismo por antonomasia para lidiar con los conflictos internos y/o externos, tendremos un problema mayor.

Cuando racionalizamos no buscamos la raíz de los problemas, sino que los escondemos bajo la alfombra. Pero si no reconocemos la existencia del problema, no podremos solucionarlo, de manera que seguirá creciendo y nos veremos obligados a destinar recursos psicológicos cada vez más ingentes para negarlos y mantenerlos reprimidos en el inconsciente.

Por eso, no es extraño que un estudio llevado a cabo en la Escuela de Medicina de Harvard vinculara la racionalización con la depresión, ansiedad, hipomanía, abuso de alcohol y comportamientos antisociales. También la relacionó con la ira y la hostilidad.

Psicólogos de la Universidad McGill descubrieron además que la racionalización es uno de los mecanismos de defensa más habituales en muchos de los trastornos de personalidad.

Eso significa que, si bien la racionalización puede protegernos en ocasiones puntuales, no es suficiente para ocultar los problemas y conflictos de manera eficaz y no suele traducirse en un funcionamiento adaptativo y saludable a largo plazo.

Dejar de esconder los problemas bajo la alfombra

“Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma” - Carl G. Jung [Foto: Getty Creative]
“Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma” - Carl G. Jung [Foto: Getty Creative]

A pesar de que la racionalización es un mecanismo psicológico que suele actuar por debajo del radar de nuestra conciencia, podemos aprender a detectarla. Solo tenemos que seguir las pistas que va dejando a su paso.

Una primera pista son las sobreelaboraciones. Generalmente las justificaciones a las que recurrimos para racionalizar algo son muy complejas o elaboradas. De hecho, suelen ser una concatenación de causas que vamos hilando para justificarnos, cuando la realidad y la verdad a menudo son mucho más sencillas.

También es habitual que las racionalizaciones se acompañen de frases de refuerzo que nos decimos a nosotros mismos o a los demás, como por ejemplo: “honestamente…”, “para ser sincero...” o “sé que no me vas a creer pero…”. A veces utilizamos estas frases inconscientemente para apuntalar la veracidad de un mensaje cuando intuimos que carece de fundamento.

Otra pista es la evasión de la responsabilidad personal al recurrir a razones externas para explicar nuestro fracaso o comportamiento vergonzoso. Cuando atribuimos continuamente la culpa a los demás de lo que nos ocurre en la vida, es probable que estemos poniendo en práctica algún mecanismo de defensa como la racionalización.

La buena noticia es que el simple hecho de reconocer la racionalización implica que ya habremos recorrido la mitad del camino. El siguiente paso consiste en identificar esas sombras, debilidades, inquietudes o miedos y trabajar para aceptarlos, incorporarlos y/o superarlos.

Comprender que no somos perfectos y que nuestra personalidad no es un constructo estático, sino que está cambiando continuamente nos ayudará a afrontar mejor las partes de nosotros que nos cuesta reconocer. Como dijera Carl G. Jung: “uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad”.

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