Lo que el franquismo le dio y le quitó a Raphael

Hay historias que merecen ser contadas, y esta es una de ellas. Con motivo de sus 60 años de carrera, Raphael ha dado un paso al frente para narrar a viva voz lo que ha sido su vida y obra como nunca antes. Se hace con él en vida y más activo que nunca en los escenarios, dato importante. Sus aventuras y desventuras llegan de la mano de Raphaelismo, el documental de cuatro capítulos disponible desde el 13 de enero en Movistar +. De las muchas y ricas vivencias que aborda hay una que afronta con la misma fuerza y verdad con la que interpreta sus canciones: su etiqueta de ‘artista del régimen’. Sin rencor y con esa sonrisa pícara que esboza desde que era un niño, el de Linares por fin aclara todo a los curiosos que le señalaron con dureza en una época.

Y es que Raphael logró los aplausos fervientes del público y también del régimen franquista. Un hecho que, sin buscarlo, le valió momentos de lo más variopintos en su carrera.

Imagen promocional de Raphaelismo (cortesía de Movistar+)
Imagen promocional de Raphaelismo (cortesía de Movistar+)

Si hay algo que Raphael ha llevado por bandera, más allá de cualquier ideal, ha sido su país y, especialmente, su profundo amor a la música y al escenario, ese lugar mágico al que se asomaba siendo un niño. Lo miraba con fascinación y con la convicción de que algún día sería él quien los pisara y se llevaría todas esas ovaciones. Su ilusión se despertó cuando se topó por primera vez con un teatro ambulante en el barrio de Cuatro Caminos, en Madrid, ciudad a la que se mudaría con su familia para empezar desde cero. Aunque trabajó de sastre y todo lo que fuera necesario, su vocación la tuvo clara y jamás renunció a ella. Ni siquiera la bofetada de su madre por llegar a la 1 de la madrugada después de ver uno de esos espectáculos impidió que siguiera haciéndolo noche tras noche. Su sueño era tan claro que nunca más hubo un cachete en la cara. Todos entendieron en su casa que ese era su camino y nadie se lo iba a impedir.

Unas cuantas décadas después, seis para ser exactos, con todos los premios habidos y por haber, y con el reconocimiento mundial como artista, queda demostrado que Raphael estaba en lo correcto. Hablar de él es hablar de la historia musical de España, de su radio y televisión. Ahora que he visto este documental se han despertado en mí muchos recuerdos. Es difícil pensar en la niñez y no imaginarse a Raphael en esos programas musicales de TVE que, desafortunadamente, se han extinguido. Las Navidades llevaban su nombre y voz, al igual que las grandes baladas de los 60 y 70 que nuestras madres y abuelas escuchaban con tanto fervor y, por ende, nosotros. Te gustasen más o menos, terminabas cantándolas feliz de la vida pues, de alguna manera, se convirtieron en la banda sonora de esa y muchas generaciones.

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De ahí que el sentimiento de cariño y respeto a Raphael sea casi sagrado. No solo porque es una institución del arte y el buen hacer musical en nuestro país, sino por todo lo que hizo por España dentro y fuera de sus fronteras. En este documental se disecciona cada etapa de su vida de tal manera que uno no puede más que quitarse el sombrero ante su impecable trayectoria. Por si hay alguien a quien se la ha olvidado, es importante refrescar la memoria citando los teatros internacionales y prestigiosos que ha llenado, no una, sino unas cuantas veces. Desde el Madison Square Garden o el Carnegie Hall en Nueva York y el Olimpia en París hasta el Talk of the Town, en Londres, entre otros. Se dice pronto, pero conseguirlo es solo de grandes.

Pero como suele ocurrir en toda carrera exitosa, hubo momentos en que sus logros quedaron empañados por rumores en muchos casos injustificados. Chismes que corrían de oreja a oreja y se convertían en una realidad distorsionada. Durante mucho tiempo, Raphael fue tachado por algunos como un artista del régimen franquista. Sí, es cierto que Raphel se alzó como cantante en plena dictadura y triunfó mientras Francisco Franco era el caudillo. Su música gustaba en la casa del entonces dictador español, lo que hacía que miembros de su familia acudieran fielmente a sus conciertos y aplaudieran fervientemente su trabajo. Por ejemplo, Carmen Polo, esposa de Franco, era uno de esas personas que si podía no se perdía sus recitales. Esa gran acogida del artista por parte de los mandatarios del país y otras personalidades de las altas esferas situaban a Raphael en una posición privilegiada como un cantante reconocido y valorado no solo por el pueblo, sino también por sus gobernantes. Lo que se venía llamando un orgullo nacional y que a todo artista le llena de alegría, independientemente de la ideología que se esconda detrás. Su voz, entrega y canciones llegaban al corazón de todas las clases sociales, altas, medias y bajas, y eso le abrió puertas en todos lados. No tener a la censura sobre su espalda fue una manera de poder trabajar libremente y con total tranquilidad.

Pero eso no se traduce en tener una ideología u otra. En sus conciertos no había espacio para la política ni los ideales, tan solo solo para sus letras sensibles y apasionadas. Melodías que llegaban a todos los niveles por la garra de su voz y su manera de escenificar sus sentimientos. Algo tan sencillo de entender fue interpretado por muchos como una falta de respeto a la democracia. Hubo quienes interpretaron esa buena acogida de su música en la casa de los Franco como una posición política del artista. De ahí el nacimiento de esa etiqueta que ha llevado colgada como una losa desde entonces. “Yo no he cantado para Franco, para ti ni para nadie individual, yo cantaba en el teatro Calderón, como todos los artistas españoles y para todo el público en la campaña de Navidad. Ahí estábamos todos y todas los que partíamos el bacalao en esta tierra”, dijo en una entrevista en los años 80, tal y como recoge el documental. Hasta Miguel Ríos, artista conocido por sus ideales progresistas, reconoce en Raphaelismo que si a él le hubieran llamado del equipo de Carmen Polo, no le hubiera quedado más remedio que ir, incluso estando en contra de su postura política. “Hubiera tenido que ir, te lo digo. Lo que pasa es que ponía velitas para que no me llamaran”, explica.

Spanish singer Raphael, 1968, Madrid, Spain. (Photo by Gianni Ferrari/Cover/Getty Images.)
Spanish singer Raphael, 1968, Madrid, Spain. (Photo by Gianni Ferrari/Cover/Getty Images.)

Raphael sencillamente fue uno de los muchos artistas de la época bajo la batuta de un régimen impositor al que no podía negarse a cantar si era requerido. Él iba a cantar sin prestar atención a otras cosas ajena a la música, un hecho que no todos supieron entender. Esa apertura de mente le ayudó a no meterse en líos y vivir tranquilo durante una etapa política convulsa en España. No había libertades, pero él siempre practicó la libertad de cantar a quienes quisieran escucharles. Visto desde la perspectiva que da el tiempo, el intérprete de Escándalo lo resuelve con serenidad y sin darle demasiada importancia a esta polémica que ya no viene al caso. Ha visto y vivido demasiado como para quedarse estancado en una reflexión inventada por otros que nada tuvo que ver con su realidad. “¿Por qué dicen que yo soy de derechas?, ¿qué sabe nadie? Yo soy una persona muy liberal, a mi modo de ver es como hay que ser, liberal, y aceptar todo lo que los demás piensan también. Ese soy yo. Pero en todos los años de mi niñez y mi juventud en los que estaba un dictador, ¿qué quieres que yo le haga? ¿Lo mato?”, expresó a modo de broma en el tercer capítulo de la serie.

Un episodio que aunque hoy ya es agua pasada supuso un momento bastante desagradable para el artista. Especialmente cuando llegó la democracia y el gran cambio social que quiso romper con todo lo que venía del pasado. Fue justo tras la muerte de Franco y con la transición en puertas que sucedió algo insólito en la carrera de Raphael. Durante una presentación y por primera vez en su carrera, recibió unos cuantos tomatazos por parte de un grupo organizado de personas que le mostraban así su inconformismo. "Tomates, huevos y piedras contra Raphael”, leía un titular de uno de los periódicos de la época sobre ese nefasto episodio. El sambenito de ‘artista del régimen’ estaba más vivo que nunca y se convertía en una losa cada vez más pesada.

Por mucho que algunos de los nuevos movimientos musicales de los 80 considerasen las baladas como algo pasado de moda y fuera de lugar, Raphael volvió a hacer historia y romper todos los esquemas con su disco En carne viva. El álbum contaba con las joyas de su amigo y compañero, el mago y compositor Manuel Alejandro, que le había hecho tesoros musicales como Estar enamorado, Qué sabe nadie o ¿Qué tal te va sin mí? Por mucho que quisieron apartarle y restar importancia a su trabajo por sus supuestas e imaginarias conexiones con el régimen dictatorial, Raphael seguía siendo el número uno, y no solo en España sino en todo el mundo. Solo con este álbum llegó a recopilar en apenas un mes y medio 7 discos de oro. Se dice pronto.

De alguna manera y durante toda su carrera siempre ha tenido que enfrentarse a afirmaciones que él jamás afirmó. Asuntos tan personales y privados como su ideología política, por un lado, y su sexualidad por otro, han sido cuestionados una y otra vez. Sus movimientos libres sobre el escenario, a veces algo exagerados por dejarse llevar por esa maravilla que es la pasión, pusieron en duda su orientación sexual incluso estando casado con la periodista Natalia Figueroa y con 3 hijos fruto de su matrimonio. Otro de esos bulos que le han perseguido toda la vida y al que hizo referencia en su canción Qué sabe nadie.Qué sabe nadie, lo que me gusta o no me gusta de este mundo. Qué sabe nadie, lo que prefiero o no prefiero en el amor…”. Unas palabras que invitan a la reflexión sobre lo fácil que es opinar de algo sin saber. A sus 78 años, y sin pelos en la lengua, Raphael no ha tenido reparo en aclarar las dudas de los curiosos. ”El amaneramiento no tiene nada que ver con ser o no ser gay. Hay personas muy gesticulantes, un servidor, y no es gay”, aclara con toda la naturalidad en este documental. Una cuestión que tuvo cabida en una época llena de cambios y controversia, pero que a día de hoy ya nadie se plantea ni interesa.

Con su carrera de seis décadas, Raphael ha demostrado estar por encima de una ideología u orientación sexual. Su música no discrimina a nadie, todos son bienvenidos a escucharla sean como sean y les guste lo que les guste. Su única etiqueta es la de un artista enamorado hasta las trancas de la música y entregado en cuerpo y alma a su público. En definitiva, alguien que hizo, hace y seguirá haciendo lo que le de la real gana, digan lo que digan los demás.

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