Reapareció José Larralde, el patriarca del folclore admirado por su insobornable coherencia ética y estética
Y el día que menos se lo esperaba, reapareció José Larralde. Lo hizo apenas con un video de dos minutos y treinta y siete segundos, que registró y publicó un usuario de YouTube –eso era, quizá, lo único esperable, porque no le gustan las entrevistas–. El gran cantor de verdades y soledades largó una serie de frases contundentes y sin filtro, como siempre fue su costumbre. “Estoy rascando en el fondo de la olla”. “¿Pero qué te voy a contar si a todos les pasa lo mismo?”. “Estoy como está todo el mundo, sin laburo”, dijo, y también se refirió a sus hijos, que trabajan por su cuenta. “Esperemos que nos recuperemos de todo –aclaró cuando se hizo referencia a la caída que afectó su brazo–. Que se acomode todo un poco y nos dejemos de joder. Parecemos enemigos”, completó. Y también aseguró que jamás cobró como intérprete de la versión de “Quimey Neuquén” (compuesta por Marcelo Berbel y Milton Aguilar), que apareció en la serie Breaking Bad. “No me dieron un mango por eso. Dicen que acá no hay convenio con Estados Unidos. ¿Qué raro, ¿no?”.
Para los millennials y centennials que leen su nombre por primera vez, habrá que decir que Larralde es uno de los grandes referentes del folclore argentino y un personaje que, pudo haber tenido todo si hubiera entrado a los escenarios de la música telúrica arriba de un caballo, revoleando boleadoras, pero decidió no hacer ni una sola concesión con su canto.
“Estoy vivo y suelto, que ya es hablar demasiado”, dijo en su breve charla con Hebert Coello. Para sus seguidores, el testimonio fue suficiente para saber que sigue siendo, a los 84 años, ese hueso duro de roer, con el mismo temperamento de siempre. Más allá de los problemas que sufre en uno de sus brazos, detrás de esta aparición está el deseo del público por volver a verlo sobre un escenario. Eso sigue intacto. La prueba está en el hecho de que el video se hizo viral.
Larralde dice que no da entrevistas porque no tiene mucho para decir, aunque en sus últimas actuaciones prepandémicas hablaba durante horas y cantaba unas pocas canciones. Los que querían escucharlo hablar y cantar, se iban contentos; lo que solo querían sus canciones, también se iban satisfechos porque hasta la brevedad de su repertorio podían ser perdonada. ¿Y por qué se lo perdona? Por su inexorable coherencia artística. Por su antidivismo, que no es una pose sino una manera de encarar la vida. Por supuesto que sabe que es una persona muy importante dentro de la historia del folclore argentino. Pero no da crédito de eso en lo cotidiano de su vida, ni detrás de esa barba tupida y blanca –otro rasgo de su insobornable coherencia– lo mismo que los tres acordes de sus milongas; las lentas y melancólicas, del llano y de soledad, o las corraleras de animadas mateadas.
A lo largo de su discografía, que es realmente extensa, Don José ha desplegado una mirada clasista de la vida que, a la vez, resultó universal. Habló desde el lugar del peón de campo, pero a sus conciertos también fueron los patrones. Porque con el paso de los años (esos que a veces traen algo de sabiduría, cierran heridas y acercan posiciones encontradas) unos y otros se encontraron en su recitales. Hay en sus relatos y reflexiones una sabiduría implacable que se entrevera con la descripción costumbrista. El monte, el galpón, el molino y las aguadas. Las tranqueras y la escarcha de amaneceres fríos sobre ponchos cruzados en la espalda de quienes manejaron viejos tractores a cielo abierto. La cocina de Don Casimiro y las detalladas descripciones “Bajo el tinglao”. Entre todo eso surge claro el pensamiento, la sabiduría “del bruto”, la injusticia, el resentimiento, los tiempos que cambian. La humanidad en alpargatas, expresada con toda la profundidad y contundencia. Sin vueltas, sin filtros, sin permisos, aunque uno de sus temas que mejor lo representan es aquel que publicó a fines de la década del 70 y se llamó “Permiso”.
Fue el público el que le dio el permiso a este bonaerense nacido en Huanguelén, en 1937. Desde los escenarios más pequeños hasta la gran vidriera del folclore que representa el festival de Cosquín. Allí llegó en 1967, con 30 años y muchas canciones. Al año siguiente publicó su disco Permiso, que dice en el tema que le da su título: “Nunca canto por cantar, porque mi verso es sagrao’. /Soy bruto como un arao’, cuando digo una verdad. / “Naides” se crea capaz, de hacer callar mi garganta. / Soy un sureño que canta y aunque no soy el mejor. /En la mano tengo flor y el truco ni me hace falta”.
Desde el primer verso hasta el último, toda una declaración de principios: “Sé que me van a decir que esto ya lo dijo alguno, / y que soy medio ovejuno y me acoplo en el sentir. / Pero les debo advertir que son muchos los que sienten. / Y se callan de prudentes o por temor a la biaba, y comen en las yerbiadas churrascos de agua caliente.”
Al año siguiente apareció su monumental Herencia pa’ un hijo gaucho. “Vení y te canto, hermano, estoy aquí / Esperando tu copla en el vivir. / Y abrazao’ a tu copla me han de encontrar. /Los que miden el tiempo que fue y vendrá. (...) Nocheador de recuerdos me sé esperar. Madrugadas de sueños de acá y de allá. Cuando el tiempo me llegue ha de quedar / el calor de mis coplas pa’ los demás”
Por aquellos años Larralde decía que la música que prefería era la milonga pampeana en sextinas o cuartetas. “Expresa un tipo de tristeza muy particular. Es un monólogo, una queja”. También decía que no era necesario cantar bonito para interpretar milongas. Pero había que “sentir”. Esa era la condición. Su condición inquebrantable.
En esos años de juventud, Larralde fue la voz del que hasta ese momento había sido soldador, albañil y trabajador de campo. “Mis canciones son de cuneta, son historias que viví y otras que voy encontrando por el camino, con gente que vi”, decía muchos años después, cuando ya era un músico consagrado. Larralde fue Santos Vega en el cine y grabó casi una docena y media de discos para discográficas multinacionales, pero siempre publicó solo aquello que quiso decir en cada canción.
“Toda la vida es un guiso, cuando uno anda mal pisa’o” dice en uno de sus clásicos. Y en otro habla de tradiciones, de las cuestiones idiosincráticas y las generaciones, cuando el dueño de la estancia pasa la posta a su hijo y ese hijo no maneja los mismos códigos del peón que Larralde representaba en su canto. “No hubiera pasado esto si el padre no se marchara/. Pero los patrones mueren y después los hijos mandan./ Y hasta parece mentira pero es cosa señalada./ Que de una sangre pareja salga la cría cambiada”.
“Sé que soy hueso y carne. Alma y conciencia. Pueblo y sudor. Con eso ya me alcanza pa’ ser un bruto que alza la voz. ¿Quién me enseñó a ser bruto, quién me enseñó?”, dice en otro tema, ese que, probablemente, ha sido el más conocido: “Quien me enseño”. Larralde es un ícono vivo del canto popular que supo, desde las tradiciones, construir un discurso musical inapelable.