Es cierto, al rey Carlos III no le va a gustar un pelo 'The Crown'

Dominic West en la temporada 5 de 'The Crown' (Keith Bernstein, Netflix)
Dominic West en la temporada 5 de 'The Crown' (Keith Bernstein, Netflix)

Hace tiempo que se venía rumoreando. Tras la muerte de la reina Isabel II el pasado mes de septiembre, la quinta temporada de The Crown corría el riesgo de caer en terreno pantanoso tocando sensibilidades de manera más profunda. No solo porque la trama se adentra en una de las épocas más difíciles para la familia real británica, sino porque el estreno coincide con una etapa de luto ensalzada por el respeto mundial hacia el legado, labor y compromiso de la monarca. Y ahora que sus capítulos han aterrizado en Netflix podemos comprobar que, efectivamente, los rumores no iban mal encaminados. Y si hay alguien al que no le va a gustar un pelo esta nueva temporada, ese es el rey Carlos III. Y literalmente desde el primer episodio.

Si nos situamos en la línea temporal de la serie, la quinta temporada arranca en el año 1990, cuando el periódico Sunday Times publicó una encuesta que aseguraba que el 47% del público pensaba que la reina debía abdicar en algún momento. El artículo en cuestión la calificaba de “vieja” e “irrelevante”, sugiriendo que sufría “el síndrome de la reina Victoria’. Es decir, haciendo referencia a la monarca que estuvo en el trono desde 1837 a 1901, siendo el reinado más extenso de la corona británica antes de Isabel II, ignorando todas las sugerencias y consejos de que abdicara en favor de un sucesor más joven. La conexión parte desde una comparativa crítica con Isabel II, que apoya narrativamente el camino dramático que trazan para su hijo Carlos en la serie.

Porque tal como criticaron varias figuras británicas antes del estreno, este episodio efectivamente coloca al heredero al trono en un rol de traidor que aprovecha la encuesta para sembrar la semilla de la duda a favor de la abdicación de su madre y ascenso propio como rey. Como ya se había rumoreado, vemos a Carlos (interpretado por Dominic West) organizando una reunión clandestina con el primer ministro John Major y a espaldas de su madre. Y en dicha reunión, el príncipe se muestra críptico pero firme.

Básicamente, en esta versión dramatizada, Carlos se compara sin sutileza ninguna con el hijo de la reina Victoria, Eduardo VII, diciendo: “Que pena, que desperdicio, que su voz, su presencia y su visión, no se hubieran aprovechado antes”. Recuerda que estuvo esperando casi 60 años para ascender al trono, que se decía que su madre no confiaba en él por ser “peligroso y librepensador”. Pero que él ansiaba tener responsabilidades y que cuando llegó su momento demostró que sus detractores estaban equivocados. Cualquiera que sigue la serie desde sus inicios puede percibir la comparativa personal que está haciendo. Porque en otras temporadas vimos cómo Carlos se sentía desplazado por su madre, con deseos personales e ideas propias que no se tenían en cuenta.

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Pero hay más. A continuación, el primer ministro viene se reúne con la reina, quien le exige que el gobierno cubra las reparaciones de su legendario yate, el Britannia. Algo que el político intenta rechazar exponiéndole que el país se encuentra atravesando una crisis y es posible que el pueblo no se tome la petición con buenos ojos. Pero la reina le demanda que cumpla con su petición de todos modos. Más tarde, en una fiesta, Carlos aprovecha para mostrar otra carta a favor de la idea de su sucesión, revelando al político su cara más moderna al mostrarse consciente de la percepción del pueblo ante los gastos que pide su madre. Y en ningún momento cruza opiniones con ella.

De esta manera el episodio nos transmite la sensación de traición hacia la reina, de ir tras sus espaldas para preparar el terreno para su futuro, buscando apoyo para la abdicación usando como pretexto lo que el pueblo votó en la dichosa encuesta. Y creo que ante las sensibilidades a flor de piel que se perciben en el ambiente tras el reciente fallecimiento de Isabel II, y el sentido homenaje que le rindió su hijo en su primer comunicado oficial, la secuencia va a generar mucho rechazo. Empezando por el propio Carlos III. Ver al nuevo rey actuando traicionero, buscando apoyo de un primer ministro que no quiere entrar en el escándalo, lo colocan en un perfil de personaje egoísta y tan alejado del mundo real como el resto de su familia.

Pero eso no es todo. Si en la temporada anterior ya plasmaban a Carlos como el villano de turno, aferrado a su amante más que a su futuro con Diana, rechazando a su joven esposa con discusiones que elevaban a la princesa al rol de víctima, ahora continúan por los mismos derroteros. Y lo vemos desde el primer episodio durante unas vacaciones familiares.

Elizabeth Debicki en la temporada 5 de 'The Crown' (Netflix)
Elizabeth Debicki en la temporada 5 de 'The Crown' (Netflix)

Durante una secuencia en que hablan de los posibles planes que pueden hacer durante la travesía, Carlos aparentemente minimiza las sugerencias de diversión de Diana pidiendo ir de shopping delante de un grupo de acompañantes tan estirados como el príncipe. La situación se antoja tan humillante que el pequeño Harry salta en defensa de su madre dejando a su padre en evidencia.

En otra secuencia, cuando Carlos se entera de la encuesta publicada en el periódico, enseguida organiza la reunión con el primer ministro cortando las vacaciones familiares. Y en lugar de explicar a Diana la situación como su igual dentro de la relación, le miente diciéndole que ha surgido un compromiso de agenda y “que no es su culpa”. Cuandyao sabemos que el compromiso lo ha arreglado él mismo. Es más, le dice que debe asistir a la Universidad de Oxford. Pero es verano, es imposible que surja un compromiso tan relevante en ese momento. El problema es cómo se lo dice. Enfadado, con rechazo, sin empatizar con el hecho de que está forzando el fin de las vacaciones familiares de sus hijos. Vemos a Diana pidiéndole que sea un marido amoroso pero terminan discutiendo, gritándose mutuamente, dejando a Carlos una vez más en el plano de esposo desleal, que la minimiza y no la tiene en cuenta.

Por todo esto no me extrañaría que el rey Carlos III y sus allegados desprecien este inicio de temporada. Si bien el ex primer ministro aseguró a The Mail on Sunday que la conversación que muestra la serie jamás ocurrió, definiendo el arco dramático como “tontería maliciosa”, no me cabe duda de que la serie corre un riesgo mayor que antes no tenía. Hablo del rechazo expandido hacia la dramatización ficticia de los hechos a raíz de la sensibilidad que se palpa en el ambiente. Ver al nuevo rey convertido en una especie de hijo traicionero, criticando el extenso reinado de su madre cuando ha sido venerado por todo el planeta, ahora provoca rechazo.

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