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Los peligros de la soledad no elegida

“La soledad es como un iceberg, es más profunda de lo que podemos ver” - John Cacioppo [Foto: Getty Images]
“La soledad es como un iceberg, es más profunda de lo que podemos ver” - John Cacioppo [Foto: Getty Images]

Todo el infierno está contenido en esta palabra: soledad”, escribió Víctor Hugo. Y no andaba desacertado porque cuando no elegimos la soledad, sino que nos es impuesta por circunstancias de la vida, puede convertirse en una losa muy pesada que termina pasándonos factura en el plano emocional y físico.

No es lo mismo estar solos que sentirnos solos

La soledad no es un distanciamiento físico, es un distanciamiento del alma. [Foto: Getty Images]
La soledad no es un distanciamiento físico, es un distanciamiento del alma. [Foto: Getty Images]

La soledad no es meramente un estado físico ni la ausencia de lazos sociales, es un estado mental. De hecho, podemos sentirnos solos, aunque estemos rodeados de personas porque no logramos conectar con nadie. Es el tipo de soledad que podemos experimentar en una fiesta donde no conocemos a nadie o incluso en las reuniones de familia cuando nos sentimos incomprendidos y marginados.

También podemos experimentar lo opuesto: estar completamente solos, pero no sentir ese estado como una carencia. “Jamás di con compañía más acompañadora que la soledad. Las más de las veces solemos estar más solos entre los hombres que cuando nos encerramos en nuestro cuarto […] La soledad no se mide por la distancia que media entre una persona y otra”, escribió Henry David Thoreau cuando se fue a vivir aislado y solo en el bosque.

Eso significa que no es lo mismo estar solos que sentirnos solos. La soledad puede convertirse en una sabia compañera de viaje o en nuestra peor pesadilla.

La soledad elegida puede convertirse en una valiosa experiencia de descubrimiento interior o en una oportunidad de regeneración física y mental. Como diría Arthur Schopenhauer, “la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”.

Sin embargo, la soledad impuesta, esa que no elegimos sino que viene forzada por las circunstancias, puede ser muy dañina para nuestro bienestar psicológico porque nos quedamos sin asideros, sin esas fuentes de apoyo y validación emocional que todos necesitamos.

Por desgracia, la soledad impuesta es un fenómeno cada vez más común en nuestras sociedades. En la actualidad, uno de cada cinco millennials reconoce estar solo, no tener ningún amigo íntimo con quien hablar, desahogarse y compartir sus preocupaciones o dichas, según una encuesta de YouGov.

Los estragos emocionales que causa la soledad

"La soledad es realmente una discrepancia entre lo que quieres y lo que tienes” - Stephanie Cacioppo [Foto: Getty Images]
"La soledad es realmente una discrepancia entre lo que quieres y lo que tienes” - Stephanie Cacioppo [Foto: Getty Images]

Somos seres sociales, lo cual significa que necesitamos el contacto humano - incluso Thoreau visitó a sus amigos durante su periodo de reclusión en el bosque. Aunque seamos personas autónomas que valoramos nuestra libertad, necesitamos conectar a un nivel más profundo con los demás. Ese vínculo se convierte en una fuente de satisfacción y bienestar.

Al contrario, cuando la soledad se instaura, suele venir acompañada de sentimientos de tristeza, angustia, indefensión, inseguridad e incluso miedo. En los casos más severos la soledad puede desembocar en una depresión. Un metaanálisis en el que se incluyeron más de 40.000 personas concluyó que la soledad es un factor predisponente en la depresión” porque “las emociones negativas, crónicas y recurrentes juegan un papel vital en el desarrollo y mantenimiento de la psicopatología”.

La soledad alimenta el retraimiento y el aislamiento social sumiéndonos en un bucle que se autorrefuerza. Se ha comprobado que cuando nos sentimos solos valoramos de manera más negativa la compañía, por lo que tendemos la tendencia a aislarnos aún más. Así vamos perdiendo los vínculos sociales y nos sumimos en un discurso interior pesimista que termina permeando nuestra visión del mundo.

De hecho, investigadores de la Universidad de Chicago descubrieron que cuando nos sentimos solos nuestro sistema nervioso entra automáticamente en “modo supervivencia”. Eso significa que adoptamos una actitud híper vigilante y nos ponemos a la defensiva. La soledad también incrementa el miedo a la evaluación negativa de los demás y nos vuelve más ansiosos y molestos mientras reduce el optimismo y la autoestima, como han comprobado los estudios.

Ese estado afectivo negativo, sumado a los sentimientos de vulnerabilidad, nos lleva a mantener inconscientemente la distancia social como una medida de protección que termina volviéndose en nuestra contra porque nos aísla aún más.

El estrés y las enfermedades que desencadena la soledad

“Si te sientes solo cuando estás solo, estás en mala compañía” - Jean-Paul Sartre [Foto: Getty Images]
“Si te sientes solo cuando estás solo, estás en mala compañía” - Jean-Paul Sartre [Foto: Getty Images]

Aunque la soledad es un estado eminentemente mental, su impacto se extiende a todo nuestro cuerpo. Un estudio realizado en el University College de Londres reveló que la soledad crónica conduce a un aumento de hasta el 21% del cortisol, la hormona del estrés, incluso apenas despertamos.

Eso significa que la soledad nos hace vivir en un estado de estrés perenne que termina desencadenando respuestas inflamatorias en nuestro organismo, como comprobaron investigadores de la Universidad Estatal de Ohio. De hecho, el estrés social crónico vinculado a la soledad estimula la liberación de catecolaminas y glucocorticoides, que a su vez pueden activar genes que desencadenen diferentes enfermedades.

Por eso no es extraño que la soledad termine debilitando nuestro sistema inmunitario. Investigadores de la Universidad Carnegie Mellon, por ejemplo, comprobaron que la soledad está asociada a una respuesta más deficiente de anticuerpos a las vacunas contra la influenza en los jóvenes.

La soledad también se ha vinculado a la aparición de enfermedades como la diabetes, la demencia y el Alzheimer. Se estima que el riesgo de desarrollar Alzheimer aumenta aproximadamente un 51% por cada punto adicional en la escala de soledad.

Nuestro corazón también se resiente. La soledad aumenta el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular, especialmente la enfermedad coronaria y el accidente cerebrovascular, según confirmó un estudio. Y otro metaanálisis realizado en España a más de 77.000 personas concluyó que no contar con apoyo social aumenta de manera significativa el riesgo de muerte prematura.

¿Cómo evitar los riesgos que entraña la soledad?

“En el núcleo más íntimo de toda soledad hay un anhelo profundo y poderoso de unión con el yo perdido” - Brendan Behan [Foto: Getty Images]
“En el núcleo más íntimo de toda soledad hay un anhelo profundo y poderoso de unión con el yo perdido” - Brendan Behan [Foto: Getty Images]

Ante todo, necesitamos despojar la soledad del halo negativo con el que se ha recubierto. La soledad es una oportunidad de pasar tiempo con nosotros mismos, redescubrirnos e incluso replantearnos nuestras metas en la vida. Desconectar de los demás también nos permite descansar e incluso puede ser una experiencia revitalizante.

Si no pensamos en la soledad como en una experiencia negativa, no lo será – o al menos no nos afectará tanto. Cuando nos despojamos del miedo a la soledad también despojamos a la soledad de sus efectos negativos sobre nuestro estado de ánimo y nuestra salud.

Stephanie y John Cacioppo, neurocientíficos que conocen a fondo los estragos que causa la soledad, proponen tres pasos para evitar o salir de ese bucle malsano:

1. No ignorar la soledad. Cuando tenemos sed, somos conscientes de que necesitamos beber. Cuando tenemos hambre, nos damos cuenta de que necesitamos comer. Por tanto, cuando nos sintamos solos, en vez de esconder esa sensación, debemos reconocer que necesitamos una persona a nuestro lado que se convierta en nuestro confidente. No hay nada malo en detectar nuestras necesidades insatisfechas y reconocer que en determinados momentos necesitamos el apoyo de los demás o simplemente un hombro en el que llorar.

2. Comprender cómo nos cambia. Estar aislados es una experiencia peligrosa para todas las especies sociales, por lo que nuestro cerebro ha evolucionado para garantizar nuestra supervivencia. Eso genera algunos efectos indeseados en nuestros comportamientos y forma de pensar sobre los demás: podemos volvernos más egocéntricos, impulsivos y hostiles. Por tanto, debemos asegurarnos de que lo que “vemos” en los demás no sea una proyección de nuestra mente. Si queremos mantener relaciones sociales satisfactorias, necesitamos dejar de estar a la defensiva.

3. Priorizar la calidad de la relación sobre la cantidad. Lo que cuenta no es la cantidad de amigos, sino su calidad. Para evitar la soledad no necesitamos convertirnos en la persona más popular sino desarrollar relaciones de calidad en la que ambos disfrutemos de la compañía del otro. A nivel psicológico, puede ser mucho más beneficioso hablar solo una hora con una persona que nos comprende y con quien nos sintamos a gusto que pasar toda una tarde con un puñado de conocidos hablando sobre temas triviales para regresar a casa sintiéndonos solos e incomprendidos.

Por último, debemos tener presente otro consejo de la ciencia: realizar actividades de voluntariado es una excelente estrategia para encontrar un nuevo sentido a la vida, involucrarnos en proyectos que aportan valor y van más allá de nosotros mismos, sentirnos menos aislados y conectar con personas que comparten nuestras mismas inquietudes y tienen nuestra misma sensibilidad.

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