Roger Corman, el prolífico hacedor de películas clase B que impulsó a enormes talentos en Hollywood

Roger Corman, el prolífico hacedor de películas clase B que impulsó a enormes talentos en Hollywood
MAURO V. RIZZI

Pocos como él pueden atesorar una filmografía tan variopinta como singularmente poblada de producciones de bajo presupuesto que culminaron convirtiéndolo en un nombre distintivo. Más de medio centenar de títulos como director y más de cuatrocientas películas como productor lo ubican como uno de los nombres más prolíficos de Hollywood. Formado en el fin de la época dorada de los grandes estudios, Roger Corman tomó de ellos el estilo productivo al que dotó de una singular diferencia: hacer todas las películas que en la Meca del cine hubiesen sido imposibles.

Hoy, cuando cumple 95 años y mientras espera que su última labor The jungle demon -rodada en Perú y que lo contó como productor ejecutivo- pueda exhibirse alrededor del mundo, revisitar su filmografía es conocer a uno de los creadores más versátiles que brindó el cine y desde el cual, con vital vigencia, pueden recorrerse más de seis décadas de su historia. El pasado abril, en plena pandemia, Corman demostró que ni el encierro pudo con él y lanzó un festival online que propugnaba la creación de cortos filmados con el teléfono móvil y al que denominó Cuarentena Film Festival.

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Pero conocer a Roger Corman es también celebrar a un genio que descubrió talentos como Peter Bogdanovich, Ron Howard, Jonathan Demme o Francis Ford Coppola. “Roger es uno de los más importantes realizadores del cine norteamericano. Yo pienso que es muy importante dejarle saber a la actual generación quien es él”, declaró el hoy fundamental Martin Scorsese sobre Corman, quien produjo su segunda película Boxcar Bertha luego de una promisoria trayectoria como novel cortometrajista. La película, conocida en la región como Pasajeros profesionales, fue para Scorsese la posibilidad de introducir, con la venia de su productor, mucha sangre y violencia y escuchar un consejo que, en definitiva, es parte de su marca registrada al recomendarle un primer rollo apabullante, un final para que el público salga contento y un “lo del medio no importa demasiado”. Scorsese recibió por dirigir esta película por encargo sólo cinco mil dólares de un nunca demasiado generoso productor y estuvo obligado a culminarla en 24 días y a un costo de 650 mil dólares. Pero Corman, que ya era director de títulos como La mujer apache, El ataque de los monstruos o El entierro prematuro y fomentaba la aparición de talentos a los que producía obligándolos a arreglárselas con lo mínimo, en paralelo se dedicaba a distribuir en territorio norteamericano películas con la firma de Ingmar Bergman, Federico Fellini, Akira Kurosawa, Volker Schlondorff o Francois Truffaut, permitiendo así que Amarcord, Dersu Uzala y El tambor se quedaran con el Oscar a la Mejor Película Extranjera.

Corman también distribuyó el cine de ciencia ficción rodado en los soviéticos estudios de Mossfilm y para lo que contrató a un joven Francis Ford Coppola con una única tarea, la de suprimir toda propaganda antiamericana para que, editadas, las películas no tuvieran problemas en su exhibición en los Estados Unidos. En cambio, con Peter Bogdanovich el caso fue distinto. Dentro del lote de películas que Corman compraba a los soviéticos para su distribución también adquirió El planeta de las tormentas, de Pavel Klushantev y sucedió algo dentro del mundo de lo insólito. Como la película no tenía mujeres, Corman encargó a Bogdanovich que fuera a la playa Leo Carrillo y las filmara con el detalle de que todo tenía que aparentar transcurrir en el planeta Venus: “Fui para allá y contraté a un puñado de chicas drogadictas que paseaban por la playa. Las disfrazamos de sirenas con conchas marinas tapándoles los pechos. Eran los trajes más chabacanos que había visto jamás. Las “venusinas” tenían que orar a un pterodáctilo, o algo parecido y comunicarse telepáticamente con Mamie Van Doren. ¡Que disparate! Cambiamos el título por Voyage to the Planet of the Prehistoric Women”, recordaba a su tiempo el director de La última película y ¿Qué pasa, doctor? sobre la película que es en realidad un patchwork armado sin ninguna elegancia y con un doblaje que dotaba a la historia original rusa de un nuevo argumento. La supuesta deuda de dos días de contrato, y la satisfacción de Corman por los resultados obtenidos con Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas, permitió a Bodganovich interesar al productor en otra película que fue la singular Miralos morir, con Boris Karloff, y donde tuvo a su cargo no sólo la dirección sino también el guion, la producción, el montaje e incluso un papel en el reparto pero que también le sirvió abandonar el seudónimo de Derek Thomas, nombre con el que había firmado el esperpento anterior.

Nacido el 5 de abril de 1926 en Detroit, Roger William Corman antes de ingresar al mundo del cine fue editor del periódico escolar, luego integró el ejercito en los días finales de la Segunda Guerra Mundial, y por eso no fue convocado al frente, y luego se graduó como ingeniero industrial. Pero un año más tarde de obtener el título, se encargaba de llevar la correspondencia en los estudios 20th Century-Fox y colaboraba, sin aparecer en créditos, con la historia de Fiebre de sangre, western protagonizado por Gregory Peck. Con el cambio como única constante en el horizonte, Corman un buen día dejó Fox y se marchó a Oxford a estudiar literatura inglesa, pero volvería a Hollywood con una historia para un policial de bajo presupuesto titulado Conciencia culpable para, en 1954, producir su primer film, El monstruo del océano, que será el puntapié para una carrera vertiginosa en la que llegará a producir nueve películas en solo un año.

En 1958, Corman le concedió a Charles Bronson su primer protagónico en Kelly el ametralladora, y colocó por primera vez en la pantalla grande a otra futura leyenda para delinear el papel de Jimmy Wallace, nada menos que Jack Nicholson, en El crimen ronda por la noche, que dirigió Jus Addiss. Un año más tarde, en Puerto Rico, rodaría una tras otra Creature from the Haunted Sea, La última mujer sobre la tierra, y Battle of Blood Island, que dirigió Joel Rapp, todas con el mismo elenco y, a finales de año y en tan solo dos días y medio, concretó su primer hito: nada menos que La tiendita del horror.

Pero detenerse en La tiendita del horror, no es sólo mencionar un éxito que fue luego llevado con formato de comedia musical a Broadway, también coloreado para varios relanzamientos y, finalmente, repensado en una remake de 1986 que dirigió Frank Oz. Es también observar una de las películas que configuran casi como emblema el estilo de producción de Corman llevado al paroxismo: tres días de ensayo, dos días y una noche de filmación para la mayor parte del film y tan solo dos semanas para completar partes menores del rodaje al aire libre con extras, y todo con menos de 30 mil dólares como financiación. Pero el apurado rodaje no perseguía innovar criterios artísticos, sino que pretendía adelantarse a un cambio en la ley norteamericana que entraba en vigor el 1 de enero de 1960 y observaba la imposibilidad de comprar las actuaciones “a perpetuidad”, tal como sucedía entonces con todas las películas y que brindaba grandes bonanzas comerciales al cine clase B. Por lo tanto, en la última semana de 1959 y con cada toma rodada con tres cámaras simultáneas, se avanzó aceleradamente y sin mucho cuidado en los detalles para una realización que en los papeles se rodó el 28 y 29 de diciembre de ese año y que, estrenada el 14 de septiembre del año siguiente, fue un suceso de público y crítica que la convirtió en un film de culto.

Pero La tiendita del horror significa, en realidad, el puntapié creativo más extraordinario de toda la carrera de Corman y el prólogo para lo que comenzaría con el denominado “ciclo Poe”, que lo transformarán decididamente en un director cumbre del cine de horror asociando su nombre al de Vincent Price con la traslación de los grandes relatos de Edgar Allan Poe a la pantalla. La caída de la casa Usher, El péndulo de la muerte (estrenada en la Argentina como El pozo y el péndulo), El entierro prematuro, Cuentos de terror, El cuervo, El palacio encantado, La máscara de la muerte roja y La tumba de Ligeia, a las que puede añadirse La torre de Londres, sin Poe pero con igual atmósfera y comunión entre su director e icónico protagonista, son algunas de los films que marcaron esa época y que, en buena medida, fueron la respuesta norteamericana al suceso de la productora Hammer con las películas que Terence Fisher realizaba en esos estudios ingleses con fina elegancia y el gran Christopher Lee.

El descomunal éxito de cada una de esas películas sirvió para producir la siguiente, completando insospechadamente uno de los seriales más exitosos de la historia del cine y que solo se agotó en la taquilla cuatro años y ocho películas más tarde con La tumba de Ligeia. Curiosamente, ese film sería homenajeado por Martin Scorsese en una secuencia de Calles Salvajes, película que Corman se negó a producir al no aceptar el realizador el cambio del elenco por todos actores afroamericanos y situarlo en Harlem en momentos del auge de este cine; igualmente, distribuyó la película que además introducía a uno de sus productos predilectos dentro de la narración, cuando dos de los personajes se encuentran en un cine. Las películas, hitos de “sábados de superacción” en la pantalla chica, nutrieron la platea de cineclubes como Nocturna o La Cripta, en copias 16mm, que provocaban el paroxismo de fans y cinéfilos.

Pero si hay algo que además de las producciones de bajo presupuesto distingue a Corman es su particular nomadismo. Luego de Puerto Rico no tendría inconvenientes en ir a Grecia a filmar el peplum Atlas o recalar en la Yugoslavia del Mariscal Tito para dirigir Secreta invasión y producir Operación Ticijan en la lente del serbio Rados Novakovic. También recaló en Canadá, Alemania, Italia, Filipinas, Perú, México y en la Argentina, donde gracias a una auspiciosa alianza con Héctor Olivera se realizaron diez películas coproducidas entre Aries Cinematográfica Argentina y la productora de Corman.

Todo comenzó con una carta de intención firmada en Los Angeles para que Corman, que buscaba emular y repetir el éxito comercial de Conan el bárbaro, produjera en los estudios Baires de Don Torcuato Deathstalker, el cazador de la muerte, que contó con el protagónico del ignoto Rick Hill y Barbi Benton, una ex-conejita de Playboy, junto a un reparto que entremezclaba a actores norteamericanos de cuarta línea con Victor Bo, Augusto Larreta o Verónica Llinás. La satisfacción de Corman por la buena recepción de la película en los Estados Unidos -donde estos productos iban directo a video si no conseguía su estreno en salas- permitió que El guerrero y la hechicera trajera a la Argentina a David Carradine para una película con un diseño de producción que la convirtió en gema del cine bizarro. Reina Salvaje o La reina de Barbaria, con el protagónico de la malograda Lana Clarkson, contó con el director de La Patagonia rebelde tras las cámaras.

Cuando visitó la Argentina en 2012, para participar del Festival de Mar del Plata, Corman se refirió a aquellos años de un cine clase B rodado en nuestro país: “Ahora que la situación cambiaria es ventajosa y teniendo en cuenta la excelente calidad de los técnicos argentinos es posible que retomemos ese esquema de coproducciones. Las cinco o seis que hicimos juntos durante los años 80 y comienzos de los 90 tuvieron mucho éxito en Estados Unidos y hasta se estrenaron en salas, algo imposible en el contexto actual en el que este tipo de films se hacen directamente para televisión y el video hogareño”, confiaba el realizador sobre un anhelo que no se concretó pero dejó para el cine argentino una singular época sustentada en la inversión modesta y películas que iban de la hechicería al policial, dentro de las que se cuenta una olvidable versión de Últimos días de la víctima, titulada Two to tango, y que siete años después del clásico de Adolfo Aristarain volvió al libro de José Pablo Feinmann.

Roger Corman, durante su paso por el Festival de Mar del Plata, en 2012
Roger Corman, durante su paso por el Festival de Mar del Plata, en 2012


Roger Corman, durante su paso por el Festival de Mar del Plata, en 2012

Las aventuras de mundos imaginarios de Corman también se desarrollaron en Perú, donde se unió a Luis Llosa Urquidi, sobrino de Mario Vargas Llosa, y concretó Misión en los Andes (1987), Calles peligrosas (1989), otra vez con David Carradine y Fuego en el Amazonas (1993), con Sandra Bullock. Atento a las tendencias, luego del suceso de Clint Eastwood con Los imperdonables, presentado por Hollywood como “el último western”, Corman volvería al lejano oeste dos años mas tarde con Guerrero cheyenne, protagonizada por Kelly Preston y Bo Hopkins, en una película para televisión con la firma de Mark Griffiths, muy lejana a la factura técnica y artística lograda por el siempre vital “Harry el sucio”.

Si bien está activo hasta el día de hoy, cuando dirigió Frankenstein perdido en el tiempo, rodada en Italia hace tres décadas, Corman dejó de situarse tras las cámaras para concentrarse en la producción pero siguiendo los lineamientos que lo convirtieron en leyenda y ayudaron a titular su autobiografía: Cómo hice cien films en Hollywood y nunca perdí ni un céntimo. Allí también se recogen muchos testimonios sobre su singular método de trabajo: “En aquellos tiempos, en mi compañía, la American International Pictures, acostumbrábamos hacer una fiesta al concluir cada film. Mi esposa y mi cuñada cocinaban algunas exquisiteces para los actores que eran inseparables de Roger y que siempre tenían hambre. Creo que no comían durante los rodajes. De cualquier modo, fui con mi gente al estudio para celebrar el fin del rodaje de El cuervo (Corman, 1962) y me sorprendí mucho al ver que todavía estaban en pie los bastidores del cementerio. Normalmente a esas alturas los decorados deberían haber sido desmontados y arrinconados en el trastero. Conociendo a Roger, se despertó en mí cierta suspicacia. Así que volví al lugar el lunes por la mañana, y desde luego allí estaban los decorados de El cuervo. El maldito traidor estaba rodando una nueva cinta a nuestras expensas. Saludé a Roger. Lo más curioso fue que por un instante pareció sobresaltarse, y luego sonrio. Tiene un aplomo increíble. Le pregunté qué estaba haciendo. Intentó dorarme la píldora. Lo dejé porque sabía que, a fin de cuentas, realizaría ese film con sus cámaras, lo acabaría y luego acudiría a nosotros a pactar su distribución. Al final igual sería nuestro”, dirá en esas páginas Samuel Arkoff, coproductor de El cuervo y de La caída de la casa Usher, como uno de los aportes a un libro que además cuenta con la presencia de Martin Scorsese, Jack Nicholson, Vincent Price, Francis Ford Coppola y Peter Bogdanovich, entre otros.

Muchos de ellos, agradecidos, lo convocaron para que apareciera en sus futuros grandes trabajos como Coppola en El Padrino 2, Ron Howard en Apolo XIII, Joe Dante en Aullidos, o Jonathan Demme en El silencio de los inocentes y Philadelphia. El alemán Wim Wenders no resistió convocarlo para su “película dentro de otra película” titulada El estado de las cosas porque es, a fin de cuentas, la historia de la crisis dentro del rodaje de una película de ciencia-ficción que hace referencia constante a íconos del cine. En una jugosa entrevista de Jeremy Isaacs, Corman -que recibió un Oscar honorífico en 2009- definió su vínculo con el séptimo arte en sólo una frase: “Estoy dispuesto a crear casi cualquier cosa en una película, excepto la audiencia”.