Cómo ser feliz cuando la vida de todos parece mejor que la nuestra
Vivimos en la era de la envidia, aunque no queramos – o nos cueste - reconocerlo. Prolifera la envidia profesional y personal. Envidia por las vacaciones de los demás o por sus cuerpos esculpidos. Envidia por sus familias perfectas y sus casas de ensueño…
Por supuesto, la envidia no es un fenómeno nuevo. Los antiguos griegos conocían ese sentimiento tan básico y generalizado. Herodoto dijo que “desde el principio la envidia se manifiesta en el hombre” y Demócrito afirmó que “el envidioso se atormenta a sí mismo como si fuese su propio enemigo”.
Sin embargo, con la llegada de las redes sociales la envidia ha ganado terreno. Nos exponemos a vidas retocadas que parecen perfectas, mientras la nuestra se desdibuja en una existencia gris, de manera que si no estamos atentos la insatisfacción puede llamar a nuestra puerta.
La trampa de las comparaciones
Todos nos comparamos. Es una tendencia humana normal que surge de nuestra necesidad de vivir en sociedad. Buscamos en los demás puntos de referencia que nos ayuden a orientarnos en el mundo. Los usamos como estándares para saber qué pensar, qué sentir y cómo comportarnos.
De hecho, en las sociedades más estrictas donde prima la colectividad, las normas son claras y se aplican duros castigos a quienes se desvían de ellas. En esos casos, es particularmente importante que las personas conozcan y sigan las normas.
La comparación nos permite saber si vamos por buen camino o si, al contrario, debemos corregir nuestro comportamiento. Nos indica cuánto nos estamos desviando de la norma. El problema comienza cuando nos obsesionamos con las comparaciones y comenzamos a pensar que no estamos a la altura, de manera que nuestro nivel de felicidad y satisfacción vital no dependen de nosotros sino de los logros de los demás.
En el mundo en que vivimos, la exposición sistemática a las redes sociales abre de par en par las puertas a la comparación. No solo nos comparamos con nuestros amigos y familiares, con esas personas más cercanas a las que aparentemente les va mejor, sino también con los influencers o personajes famosos cuyos estilos de vida se encuentran fuera de nuestro alcance. Así desarrollamos una auténtica “comparatitis”, con consecuencias nefastas para nuestro bienestar.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Michigan alertó sobre el uso pasivo de Facebook; es decir, la tendencia a navegar por los perfiles de otras personas. Concluyó que el uso de Facebook emporaba el estado de ánimo y a largo plazo disminuye el nivel de satisfacción con la vida. Los investigadores apuntaron que “Facebook parece proporcionar un recurso invaluable para satisfacer la necesidad humana básica de conexión social. Sin embargo, en lugar de mejorar el bienestar, lo socava”.
Cuando parece que a todos les va mejor, son más felices y tienen más éxito, es fácil pasar de la comparación a la envidia. Y de ahí a la insatisfacción vital no hay más que un paso. La envidia termina corroyendo por dentro. Como dijera Aristóteles, no es el deseo de tener lo que alguien posee, sino más bien “el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás”. Así es imposible encontrar la paz mental necesaria para ser felices.
¿Cómo deshacernos de la tiranía de las comparaciones?
- Comprender que absolutamente nada es perfecto
Todos intentamos mostrar nuestra mejor versión, y a veces parece perfecta, pero no lo es. Sin embargo, es fácil olvidar que esos fragmentos de conversación, los selfies glamurosos y las sonrisas deslumbrantes que vemos son una instantánea de la vida de las personas.
En las redes sociales, el uso de filtros y la escenografía elegida ex profeso pueden transmitir una ilusoria sensación de éxito y felicidad, pero son tan solo la parte brillante de una realidad donde también habitan los miedos, las inseguridades y los fracasos. Necesitamos ser conscientes de que las vidas que vemos no son completamente reales, sino imágenes construidas en torno a una narrativa que pretende ser perfecta. Por tanto, no tiene sentido compararnos con una quimera – y mucho menos perseguirla.
- Desarrollar la tolerancia a la privación
En una sociedad consumista en la que los deseos se satisfacen rápidamente, la tolerancia a la privación brilla por su ausencia. Nos han hecho creer que podemos tenerlo todo e inmediatamente. Cuando nos damos cuenta de que no es así, nos frustramos o creemos que hemos fracasado.
De hecho, se ha constatado que la percepción de privación; o sea, la sensación de que estamos peor que los demás, se acompaña de sentimientos de ira y resentimiento. Una actitud más adulta y madura – que no significa conformista - consiste en comprender que podemos vivir plenamente sin desear todo lo que tienen los demás.
- Usar la envidia como trampolín para crecer
“La envidia es admiración secreta”, escribió Søren Kierkegaard. Si somos sinceros con nosotros mismos, la envidia que surge de la comparación puede ayudarnos a identificar lo que creemos que nos falta. La clave consiste en prestar atención a nuestros sentimientos e intentar comprender su mensaje sin catalogarlos como positivos ni negativos.
A fin de cuentas, las comparaciones nos ayudan a evaluar con mayor precisión nuestras habilidades, rasgos, actitudes y potencialidades. Podríamos descubrir, por ejemplo, que estamos en mala forma física respecto a otras personas de nuestra edad o que no estamos aprovechando al máximo nuestras competencias profesionales. En esos casos, la envidia podría ser el aguijón que nos empuje a dar los pasos necesarios para alcanzar una meta más ambiciosa y sentirnos más realizados.
- Dedicar nuestro tiempo y energía a construir la vida que queremos
“Cuánto tiempo libre gana el que no mira qué dijo, hizo o pensó el vecino, sino exclusivamente qué hace él mismo”, escribió Marco Aurelio. Las comparaciones son un agujero negro que absorbe nuestro tiempo y energía inútilmente. El tiempo, la atención y el esfuerzo que podríamos dedicar a construir la vida que queremos, lo destinamos a pensamientos y acciones que nos generan malestar.
Sin embargo, tenemos el poder de redirigir nuestra atención para buscar aquello que realmente nos haga felices, en vez de obsesionarnos con la vida “perfecta” de los demás. Por tanto, la próxima vez que nos veamos tentados a compararnos con los demás, deberíamos preguntarnos: ¿es esto lo mejor que podemos hacer?
- Practicar la gratitud
Existen dos tipos de comparaciones. La comparación social ascendente suele ser la más común y se produce cuando nos comparamos con quienes consideramos mejores que nosotros. En ese caso, podemos experimentar una profunda insatisfacción vital.
No obstante, también existe la comparación social descendente, que implica compararnos con quienes están peor. Ese tipo de comparación, a menudo olvidada, no tiene como objetivo alimentar nuestro ego, sino simplemente recordar que debemos sentirnos agradecidos. Cultivar la gratitud es el mejor antídoto contra la envidia porque nos permite enfocarnos en lo que tenemos y hemos logrado, en vez de lamentarnos por lo que nos falta.
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