Anuncios

Bad Bunny, el equivalente a The Beatles de esta generación y ya es hora de aceptarlo

Bad Bunny en uno de sus conciertos de 2022 Philadelphia, Pennsylvania |  Foto: Theo Wargo/Getty Images for Roc Nation
Bad Bunny en uno de sus conciertos de 2022 Philadelphia, Pennsylvania | Foto: Theo Wargo/Getty Images for Roc Nation

Usted no podrá odiar a Bad Bunny toda la vida. Es momento de aceptarlo. Mire un poco a su alrededor. ¿Cuántos de sus conocidos han cambiado de opinión sobre el Conejo Malo? No importa cuán refinado considere que es su gusto musical, tarde o temprano usted también caerá rendido ante la lírica del artista más citado del momento. El momento es un decir, si acaso un mero formalismo. Porque ahora mismo la única certeza es que el momento podrá extenderse hasta donde el puertorriqueño quiera.

Hay que decirlo fuerte y claro: Bad Bunny es, para esta generación, el equivalente a The Beatles. Si John Lennon se ufanó un día de que su cuarteto era más famoso que Jesucristo, hoy Bad Bunny puede presumir que él, en esta época, es tan grande como The Beatles lo fue en la suya. Sin cortapisas. Más de 18 mil 500 millones de reproducciones en Spotify tan solo en 2022. Vamos, si hasta Barack Obama lo escucha.

La industria de la música está repleta de éxitos instantáneos. Es una convención aceptada. La frontera entre la moda y la eternidad es todo menos delgada. Incluso en la era de los millones de reproducciones hay que tener cierta sustancia para manufacturar hits cada medio año como mínimo. Hoy, a sus 28 años, Bad Bunny ya es tan inmortal como John Lennon.

De la posteridad se encargarán las generaciones del futuro. Del futuro que veremos y de aquel que solo podemos imaginar. “¿Te acuerdas cuando Bad Bunny sacó YHLQMDLG en plena pandemia”. Esa pregunta hay que guardarla y enmarcarla.

Bad Bunny en concierto en el Estadio Azteca de la Ciudad de México. (AP Photo/Eduardo Verdugo)
Bad Bunny en concierto en el Estadio Azteca de la Ciudad de México. (AP Photo/Eduardo Verdugo)

The Beatles fue el primer grupo global de la historia. La fama y el éxito sin precedentes eran fruto, sí de su calidad, pero también de un mundo que avanzaba hacia la interconexión total en todos los rubros. Y la música goza siempre de predilección en todas las transformaciones. En el contexto de la posguerra, los mensajes de paz, la aparente aversión al lujo y las melenas largas eran un imán de fanatismo.

John Lennon lo tenía muy claro. Se sentía y se sabía poderoso. Y esa condición profética y ególatra sólo está reservada para los elegidos. "El cristianismo se irá. Va a encoger y desaparecer. No necesito argumentarlo, tengo razón y el tiempo lo demostrará. Ahora mismo somos más populares que Jesús. No sé qué se irá antes, si el rock o el cristianismo”, esas fueron las palabras del líder Lennon para el London Evening Standard en 1966, cuando los tímidos muchachos de Liverpool ya eran un fenómeno masivo.

Bad Bunny podría predicar, sin manifestarlo, la misma idea. El boricua tiene ya una fama planetaria con el castellano como idioma rey en sus canciones. Lo ha logrado en tiempo récord. The Beatles tardó tres años en alcanzar la cúspide global; Bad Bunny no tardó ni un año en entrar a todas las conversaciones. Claro que, desde el principio, fue partícipe de la eterna inspección que ha tenido que soportar el género urbano.

Una joven espera en una kilométrica fila para ingresar al concierto de Bad Bunny en el Estadio Azteca de la Ciudad de México  | AP Photo/Eduardo Verdugo
Una joven espera en una kilométrica fila para ingresar al concierto de Bad Bunny en el Estadio Azteca de la Ciudad de México | AP Photo/Eduardo Verdugo

Basta con recordar a cuántas personas Bad Bunny les causaba repulsión hace cinco años. “¿Bad qué?”, preguntaban ensoberbecidos. "No, bro; yo escucho puro rock y, si acaso, a los viejos maestros de las rancheras. Te haría falta culturizarte un poco". Respuesta de manual. Lo popular encandila, pero también fabrica detractores en masa. Ay, el placer de odiar lo que las mayorías idolatran.

Porque sí, también hay que tener esa conversación: detrás de la superioridad musical siempre existe un sesgo clasista. Esas expresiones no solo son condenables por el fondo y la forma, sino también por su imprecisión: ¿es realmente Bad Bunny en particular, y la música urbana en general, un producto que le pertenezca a las clases populares? Quizá ahí radica un poco la magia: una canción como Safaera lo mismo puede retumbar en un antro de Zona Rosa que un tianguis de Valle de Chalco.

La maquinaria de publicidad, casi convertida en propaganda, ha convertido a un empacador de supermercado en una estrella que hace rato conquistó el rango de leyenda. Como en su día The Beatles asumió la eternidad sin que sus miembros hubieran alcanzado la treintena de edad. En una época marcada por la incertidumbre, el aspiracionismo es un estilo de vida. El Conejo Malo lo entiende: por eso sus canciones mezclan ostentación y vida terrenal.

El revuelo por el World's Hottest Tour es sintomático, pero el fanatismo por Benito Martínez Ocasio es crónico. Dos fechas en el Estadio Azteca vendidas en un par de horas 10 meses antes. El infierno causado por Ticketmaster el día crucial ya es otra historia. Entre usted a cualquier red social y disfrute del contexto: el regodeo de quienes lograron entrar y hacer historia y la tragedia de quienes, con boleto en mano, se quedaron afuera y con las ganas de ir a cantar Yonaguni en el Templo que inmortalizaron Pelé y Maradona.

El Conejo está en todos lados: en el Super Bowl, en la WWE, en el periodismo (sí señores, nunca antes un video musical había servido como documental como El Apagón) y, oh no, también decidió ejercer de activista político en 2019, cuando se unió a la protestas en Puerto Rico para exigir la dimisión del entonces gobernador Ricardo Roselló. Siempre roba miradas. Y es natural, porque Bad Bunny es más famoso que cualquier luchador de la WWE de esta y de cualquier época (con perdón de The Rock).

Cada hito musical o mediático del cantante boricua viene siempre acompañado del cansado cintillo: “No porque sea popular es bueno, güey”. Dice Mario Vargas Llosa en La Civilización del Espectáculo que en la actualidad el entretenimiento está por encima de todo. Razón no le falta y los consecuencias podemos asumirlas. Pero hoy, sin matices, hay que repetirlo y aceptarlo: Bad Bunny es un fenómeno musical y cultural que los jóvenes y no tan jóvenes idolatran a grados de fanatismo, como no se veía desde el cuarteto de Liverpool.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR | EN VIDEO

Profeco anuncia multa millonaria a Ticketmaster por sobreventa de boletos de Bad Bunny