Suyay: poético llamado a abrir los ojos

Agustina Groba, en Suyay
Francisco Castro Pizzo

★★★★ Suyay. Dramaturgia y dirección: Pilar Ruiz. Intérprete: Agustina Groba. Música: Luciana Morelli. Funciones: Domingos, a las 20.30. Sala: Moscú, Ramírez de Velasco 535. Duración: 50 minutos.

Surgida en un contexto muy otro, Suyay fue parte del ciclo de unipersonales breves Monoblock en el teatro Abasto Social Club a principios de 2020, en aquellos tiempos de vieja normalidad. Hoy, su concisión es una de las condiciones que le permite ser de las piezas de avanzada en esta difícil vuelta del teatro independiente. Al final de la experiencia, además de asistir a una de las obras más potentes que ha realizado la directora y dramaturga Pilar Ruiz, se tiene la sensación de estar ante un hecho teatral de los que sólo puede producir el circuito independiente.

La Gringuita (Agustina Groba) espera y esa espera es la obra toda. Espera que vuelva su amiga Suyay para compartir con ella lo que aprendió en la escuela. El espacio es un establo delimitado por la paja del suelo, un balde, un fardo de heno y un palenque de madera. Desde allí, la niña habla con un caballo, anticipa la llegada de la hora de la siesta en la que su amiga vendrá y podrán, juntas, desplegar su visión cándida ante los problemas de un mundo adulto que se cuela por las grietas del discurso. Sin embargo, Suyay está en un lugar distinto, trabajando, y eso demora la llegada. Groba construye a la Gringuita con un gran trabajo desde lo corporal, desde los focos y el desequilibrio que propone. Pero también está cuidado el no dejarse arrastrar por el deseo de resaltar demasiado lo que se está diciendo. La obra tiene momentos morales y hay un juicio claro a lo que está sucediendo, a la condición de oprimida de Suyay, a ciertas zonas con matices sexuales, a la esperanza de un mundo en el que el rol de la mujer sea otro y demás. Pero, lejos de regodearse en ellos, están dichos casi al pasar y con inocencia a partir del discurso infantil y, en ese delicado equilibrio, estos tópicos crecen en el espectador sin sentirse nunca como impuestos. En esto, así como en la musicalidad del texto, se ve la sólida mano de la directora y dramaturga que no busca aquí una respuesta aleccionadora sino plantear una situación compleja sin soluciones predigeridas.

En una tarde destinada a la siesta para los que pueden tener acceso a ese descanso, la Gringuita habla con un caballo y abre por primera vez los ojos ante un mundo que puede ser, a la vez, mágico e injusto. Estas historias rara vez suceden en el teatro oficial y casi nunca en el comercial. Sin embargo, ahí está el teatro independiente, la nueva sala del teatro Moscú con todos sus protocolos, para permitirnos ser parte de este mundo.ß Gabriel Isod