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‘Teatro Martí. Prodigiosa permanencia’: estudio de uno de los teatros más célebres de La Habana

‘Teatro Martí. Prodigiosa permanencia’ es el título de una reciente publicación de las ediciones Unos y Otros, de Miami, obra de la investigadora cubana, arquitecta y profesora Nancy González Arzola, nacida en Guanajay (Cuba). Y de prodigioso rescate se trata porque el mencionado teatro permaneció durante cuatro décadas cerrado por reparaciones, de modo que los habaneros que pasábamos por las calles Zulueta y Dragones mirábamos siempre desesperados hacia la plazoleta que separaba la fachada y el pórtico de la calle y solo veíamos escombros y maleza.

El libro, de unas 250 páginas, es un estudio minucioso de uno de los teatros más célebres de la capital cubana, que en sus orígenes se llamaba Yrijoa, cuando Ricardo Yrijoa Yllá, un gallego nacido en Pontedume (La Coruña) compró en 1882 el terreno vacante que había dejado la demolición de las antiguas murallas habaneras para construir un teatro e inaugurarlo en 1884 sin haber terminado del todo la obra.

De los avatares económicos de su dueño y asociado, así como de los comentarios y crónicas (como las del poeta Julián del Casal) de las piezas que allí se exhibieron durante el periodo colonial nos da muchos detalles la autora. Ya en 1891, el teatro ha sido abandonado y sus muebles inventariados cuando un año después muere su dueño, dejando en la pobreza a su familia, sin que se les reconociese en ese momento la propiedad de la sala. Vuelve a funcionar con otros arrendatarios, como el circo de Pubillones, hasta que, en los albores del nuevo siglo, exactamente en 1900, ocurre allí un acontecimiento histórico: las reuniones y algunos debates de la Asamblea Constituyente en aras de la instauración de la República de Cuba.

Nancy González Arzola
Nancy González Arzola

Rebautizado “Martí” tras la llegada de la República, el teatro acogió entre 1910 y 1914 a los bufos de Alberto Garrido y Arquímedes Pous y, un año después, se convirtió en el templo de la zarzuela española con la compañía de Julián Santa Cruz Velasco. Ya en la década de 1930 la escena se dedicó solamente al género cubano, y sobresalieron las presentaciones de los maestros Gonzalo Roig, Rodrigo Prats e Isidoro Llaguno, así como piezas líricas nacionales de Ernesto Lecuona, Jorge Anckermann y Eliseo Grenet, entre otras.

González Arzola nos cuenta que, en 1937, Rita Montaner actuó en varias obras del Martí, en donde ocurrió también el estreno de la zarzuela ‘Rosa la China’, de Galarraga y Lecuona. Durante los años sucesivos se presentaron allí Esther Borja, Bola de Nieve, Orlando de la Rosa, el Trío Hermanos Rigual, Germán Pinelli, Luis Carbonell, Rolando Ochoa, numerosas compañías de zarzuelas y no pocos elencos teatrales como los de Mario Martínez Casado, la compañía de Francisco Petroni y de la Guadalupe Muñoz San Pedro.

En la década de 1950, se estrenaron piezas como ‘La ramera respetuosa’, de Jean-Paul Sartre; ‘La gata sobre el tejado de zinc’, de Tennessee Williams; ‘Fiebre de primavera’, de Noel Coward (en la que apareció en público por última vez Rita Montaner); ‘Todo un hombre’, de Unamuno y ‘La muerte de un viajante,’ de Arthur Miller, entre otras.

Como todas las salas teatrales de la Isla (Talía, Prometeo, Arlequín, Hubert de Blanck, El Sótano, Teda, Atelier, Prado 260, entre otras) el Teatro Martí fue confiscado por una asociación títere del gobierno castrista llamada ACAT (Asociación Cubana de Artistas de Teatro). Dicha asociación, en el seno de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), fue intervenida luego por un comité integrado por Paco Alfonso, René de la Cruz, Ángel Espasande y Pedro Álvarez. El programa del Martí, después de enero de 1959, se estrenó con ‘El alcalde de Zalamea’, de Calderón de la Barca y obras de pura apología al régimen triunfante como ‘El general huyó al amanecer’ (en la que Armando Roblán imitaba al nuevo dictador de Cuba), o ‘¿Voy bien Camilo?’, con Fernando Vega, en el papel de Camilo. También se estrenó el sainete ‘El último cuplé’, con Blanquita Amaro, antes de que ésta se exiliara en Miami.

Nos cuenta la autora que el Martí fue restaurado, una vez más, en 1965, a cargo del arquitecto Raúl Oliva. En 1966, murió actuando en las tablas de este teatro Alicia Rico, conocida actriz del vernáculo cubano, y en 1967 ocuparon su escenario Candita Quintana y Eloísa Álvarez Guedes, en sendas piezas dramáticas.

La autora nos cuenta cómo en 1977 el teatro cerró sus puertas, año a partir del que se observa el deterioro galopante, así como la amputación de la parte delantera en donde estaba el café y la bolera. El teatro entró entonces en la larga y burocrática fase de restauraciones bajo una economía socialista, un proceso interminable que comenzó en 1985 y en el que participó la autora aportando planos que enmendaban los añadidos de la etapa republicana y que se paralizó en varias ocasiones por desacuerdos o problemas financieros.

Finalmente, después de numerosas vicisitudes e, incluso, con la posibilidad latente de que todo el edificio fuera demolido o transformado para otra función, el Teatro Martí renació de sus cenizas el 24 de febrero de 2014, casi cuarenta años después de su cierre por restauraciones.

La autora nos entrega una pormenorizada bibliografía, fotos, planos, detalles técnicos y muchos otros aspectos de su historia, incluyendo programas y presentaciones a lo largo de los años. Como colofón, este valioso libro, redición y ampliación de una publicado en la isla hace más de diez años, dedica un capítulo a la vedette cubana Rosita Fornés, fallecida en Miami, pero cuyas exequias se celebraron en junio de 2020 en este teatro cumpliendo la voluntad de la artista de que su cuerpo reposara en el panteón de los Bonavía, su familia materna, en el cementerio Colón de La Habana.

William Navarrete es escritor franco-cubano establecido en París.