Venía al ‘The Saint Pablo Tour’ dispuesto a presentar mi renuncia como fan de Kanye, y volví más ultra que nunca
Todo ese egoncentrismo que al principio me parecía simpático, una anécdota comparada como su genialidad como artista, fue degenerando tanto con los años que desde hace un tiempo, Kanye West se había convertido para mí en un personaje altamente insufrible. Y digo personaje, porque por el artista y la persona, aún me quedaba respeto y algo de curiosidad.
Pero qué músico, tan expuestos en la actualidad, no se ve afectado por la percepción que causen sus andanzas fuera de los terrenos musicales. Es un arma de doble filo, sobre todo para un un rapero cuya audiencia está tan polarizada, o lo amas o lo odias. O peor aún, lo amodias, que es lo que me pasaba a mí.
Con ese conflicto me acercaba a la fecha del concierto en Miami, sería la segunda vez que lo veía en directo. La primera me gustó mucho, pero en esta ocasión dudé sobre si ir o no hasta el día antes, cuando me puse serio y saqué mi entrada. No sabía qué esperar, aunque he de confesar que la última escucha de ‘Life of Pablo’ camino a la oficina, y de la oficina al AmericaAirlines Arena me hizo recordar por qué estaba allí, y las ganas que tenía de disfrutar de un espectáculo de primera.
Kanye, el diseñador, podrá tener a modelos y periodistas al sol durante horas provocando desmayos por deshidratación y las más duras y merecidas críticas, por mucho que luego venda colecciones de dudosa calidad u originalidad, pero cuando se trata de su directo, no hay duda que valga, en lo que es bueno, Kanye es MUY bueno. El ambiente previo ya daba la impresión de que íbamos a presenciar uno de los shows del año.
El pabellón se hallaba sumido en humo, iluminación tenue, blanquecina, para recibir a Kanye en un pequeño escenario colocado en el fondo oeste, zona que normalmente queda bloqueada de la venta, pues en un concierto ‘normal’, se estaría detrás del escenario y no frente a él. Por poco tiempo porque la noche de ‘normal’ no tuvo apenas nada, Kanye desafió una a una todas las convenciones a las que estamos acostumbrados a ver en una gira. El escenario era una plataforma flotante, colgada de varias cadenas que lo movían en todas las direcciones sobre la pista, unos pocos metros por encima de las cabezas de aquellos que se hallaban allí de pie en la que claramente era la zona más cotizada de la noche. Esta vez no había barrera contra la cual apretujarse para poder tenerlo cerca, ahora lo tenías encima, al poco rato estaba en el otro extremo del ‘arena’ y tú tenías todo el espacio del mundo pata bailar.
La salida fue silenciosa, y aún así triunfal, todo un clímax que se prolongó pasados los primeros acordes de ‘Father Stretch My Hands Pt. 1′, ya sí con el público totalmente entregado. Así centró la primera parte el concierto en repasar otros cuantos cortes del último álbum, ‘Life of Pablo’. La primera sorpresa llegaba de la mano de un cover de Drake, ‘Pop Style’, y otro de ScHoolboy Q, ‘THat Part’.
Sin banda o bailarines que lo apoyaran, acompañado solamente de una cadena que lo aseguraba a la plataforma para que no se cayera, lo de esa noche iba de centrarse en ver a Kanye, o en buscarlo, o directamente en ni siquiera verlo y sólo oírlo y sentirlo. Pero por algún motivo curios no se podía apartar la mirada de lo que fuera que allí estaba pasando, la enigmática personalidad de Kanye engancha aún cuando no lo estás viendo directamente. Subía, bajaba, volvía a subir, volvía a bajar…
En ocasiones la luz era tan mínima que apenas se intuía su silueta sobre un escenario que, a estas alturas, estaba en el lado opuesto del pabellón. Las luces no se dirigían hacia él, salían de los bordes de la plataforma voladora y alumbraban al público, al techo, al suelo… Iluminaban casi todo, menos a Kanye. Quizás por eso el ambiente era más el de una discoteca en las que miras a todos lados y a ninguno en concreto que el de un concierto en el que tienes los ojos puestos fijos en el escenario inmóvil, algo bastante novedoso que ayudaba a crear sensación de comuna. Dicha discoteca, por compararla con algo, se habría asemejando a la que habría habido en la última ciudad humana de Matrix, Zyon, centro de reunión de la tribu futurista de fans ye Yeezus.
‘Ye no habló tanto como otras veces, en su lugar, se apartaba a un lado en su especie de altar/nave espacial para que varias plataformas gigantescas que ocupaban todo el largo de la pista descendieran, encendieran unas luces en sus extremos, y empezaran a moverse como si la puerta de entrada a otro planeta se tratase.
Hizo muy pocas concesiones a sus primeros álbumes, prestando más atención a su anterior esfuerzo ‘My Beautiful Dark Twisted Fantasy’, y cómo no, a ‘Graduation’, su álbum de 2007 y del que entonó los que probablemente sean sus singles más masivos, y los que lo acercaron a toda una nueva hornada de fans, ‘Stronger’, ‘The Good Life’, ‘Flashing Lights’.
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Tirando de la cadena que lo aseguraba al centro de su pequeño escenario, se tiró al suelo y se asomó por encima de sus ejes para ver más de cerca a los fans que bailaban bajo la estructura colgante. 105 minutos después de haber dado comienzo el recital, llegó a su fin envuelto en rayos láser de color rojo con ‘Fade’, y en un ascenso final a los cielos con ‘Ultralight beam’, tras el cual desapareció sin dejar rastro.
Sin dejar rastro en sentido literal, en sentido figurado sí que dejó huella. Esperando el próximo tour me hallo, depare lo que depare Yeezy Season 5 o la próxima temporada de KUWTK.