‘Venom: Habrá Matanza’ es tan mala que es buena
En 2018, Venom sorprendió a todo el mundo. Y los primeros seguramente a su productora, Sony Pictures, y todos los involucrados directamente en ella. La película basada en el personaje de Marvel Comics se estrenó entonces precedida de críticas mixtas tirando a negativas y rodeada de un halo de desconfianza que hacía vaticinar lo peor, pero contra todo pronóstico, acabó conquistando a los fans y reventando la taquilla en todo el mundo.
Ahora, tres años después, Sony y Marvel se sacan de la manga una esperada secuela en la que se han lanzado a la pista de cabeza y sin red. Venom: Habrá Matanza -en cines desde el 15 de octubre- va a por todas, abrazando la comedia y el absurdo en una desatada y excesiva comedia de acción que no tiene miedo a hacer el ridículo, hasta el punto de que entra directamente en la categoría de películas que son tan malas que son buenas. Es decir, pura diversión en una secuela explosiva llamada a dividir a los fans.
En Venom: Habrá Matanza, Tom Hardy regresa como Eddie Brock después de recibir el aplauso generalizado por su interpretación desinhibida y, por qué no decirlo, deliciosamente sobreactuada y algo desorientada, en la película original. Acompañado de Venom, con el que forma la mayor “extraña pareja” de Marvel, Eddie se enfrenta en esta vez a Cletus Kasady, más conocido como Matanza (Carnage), supervillano sádico y demente interpretado por Woody Harrelson, que como Hardy, se desata en un papel desmesurado y grandilocuente.
Una vez más tenemos que hablar de placeres culpables, esos productos que no brillan demasiado por su calidad, pero nos dan exactamente lo que necesitamos. Hay que saber leer las ambiciones y pretensiones de cada proyecto y lo que salta a la vista viendo Venom: Habrá Matanza es que el objetivo es hacer pasar un rato divertido, ligero y por momentos salvaje. Y lo recomendable en estos casos es dejarse llevar. Venom: Habrá Matanza quiere que no te tomes las cosas demasiado en serio y te demuestra que, volviéndonos un poco locos, la fiesta está asegurada.
Sustituyendo a Ruben Fleischer, el director de la primera entrega, Andy Serkis (El Señor de los Anillos, El planeta de los simios) toma las riendas de la saga del simbionte de Marvel para hundirlas aun más en la comedia gamberra, sin olvidarse de la acción más épica propia del género superheroico y, por supuesto, el romance. Lo que han hecho en esta ocasión es tomar lo que funcionó del primer film y multiplicarlo por dos, como dictan las normas de las segundas partes.
Venom: Habrá Matanza se toma menos en serio a sí misma e incrementa, esta vez más a propósito, su vertiente más burlesca e histriónica. En la primera película a muchos nos pilló de sorpresa ese tono juguetón y el dúo cómico que formaban Eddie Brock, hasta el punto de que Sony no empezó a sacarle partido en la promoción a posteriori, cuando la película fue lanzada en el mercado doméstico. Nadie esperaba que Venom fuera a ser catalogada (medio en broma, medio en serio) como buddy film o comedia romántica, pero les salió así y, al final, el factor sorpresa jugó muy en su favor. Tanto que acabó recaudando unos impresionantes $856 millones en todo el mundo (€738 millones; Box Office Mojo), superando todas las expectativas.
Esa seguramente es la razón por la que la secuela sigue ese mismo camino y se apoya principalmente en la divertida dinámica de Eddie y Venom como compañeros de cuerpo -y de piso- que se llevan a matar, pero en el fondo se quieren. Porque si funcionó la primera vez, por qué no explorarlo más a fondo. En este sentido, hay que alabar el trabajo de Tom Hardy, que lleva la mayor parte del peso de la película y vuelve a bordar la interacción con Venom, haciéndonos creer que la criatura está realmente ahí, a lo que también contribuye un CGI perfectamente integrado con él. Además, el actor británico sube la potencia y se vuelve incluso más loco que en la primera, regalándonos una interpretación hiperactiva, desquiciada y caricaturesca que acaba siendo una obra de arte de la sobreactuación. En otras palabras, un espectáculo en sí mismo. A Hardy nunca se le podrá reprochar que no ponga toda la carne en el asador, sea el proyecto que sea.
Y lo mismo se puede decir en este caso de Woody Harrelson y Naomie Harris, que interpreta a la segunda villana de la cinta, Grito, el gran amor de Matanza. Juntos, Harrelson y Harris también se tiran a la piscina y convierten Venom: Habrá Matanza en una retorcida comedia romántica de psicópatas. Es Michelle Williams la que aporta la nota de cordura en esta sinfonía de chiflados, repitiendo como la ex de Eddie Brock en una breve intervención por la que espero que le hayan pagado el buen cheque que merece.
En el único aspecto en el que Venom: Habrá Matanza no se multiplica con respecto a la primera parte es en la duración. Con apenas 90 minutos de metraje, esta entrega se desmarca del cine de superhéroes actual y va directa al grano, sin mil y una subtramas, con un grupo reducido de personajes, una trama simple y mucho énfasis en la acción, lo cual resulta refrescante en un panorama en el que parece que es obligatorio que todas las películas de superhéroes duren dos horas y media.
Y es que Venom: Habrá Matanza es en esencia y espíritu una película de acción de los 90 -y salvo por sus efectos digitales, claro-. Como ya lo fuera la primera, pero más todavía. En su humor desfasado e infantil, sus diálogos tontorrones, sus interpretaciones extravagantes y su ausencia de complicaciones, la película desprende un aura de otra época. Y también en su nivel de violencia, con escenas brutales y una monumental batalla final de monstruos que sacan máximo partido a su calificación PG-13, e incluso me atreverían a decir que la rompen.
Es como si los últimos años de cine de superhéroes no hubieran existido y Venom existiera al margen de modas y tendencias. Sí, en ella hay un poco de Deadpool y una pizca de MCU, pero por lo general, ahora mismo sigue siendo única en su especie, una reliquia, consciente o no, de la época precedente al actual boom del género. Vamos, que vive en su propio Universo.
Por todo esto, Venom: Habrá Matanza está llamada a dividir a la audiencia (y ya lo está haciendo desde que se estrenó en Estados Unidos). No todo el mundo comulga con esta dirección hipercómica y casi paródica para el personaje, y aunque algunos defienden que esa dinámica Eddie-Venom ya está en los cómics, muchos preferirían que la secuela se hubiera adentrado más en el terror y hubiera explotado más el lado más puramente monstruoso de Venom, en lugar de convertirlo en un chiste y un sidekick gracioso. Críticas válidas, claro, pero a Sony/Marvel les trae sin cuidado. El Venom cinematográfico es así, y más nos vale aceptarlo.
Venom: Habrá Matanza es una película decididamente extraña. Hay escenas que harán sonrojar a más de uno (sí, es verdad que en una Venom se va de fiesta a una rave), chistes que pueden dar vergüenza ajena y una gallina como personaje secundario. Pero, curiosamente, todo eso es parte de su (abundante) encanto. Ahora la película se ríe con nosotros y, como decía al principio, tiene tan poco miedo a hacer el ridículo, que acaba siendo un soplo de aire fresco por su falta de complejos y filtros. El resultado es una secuela divertida, caótica y muy camp que nunca será considerada una obra maestra, pero a la que tengo que aplaudir por atreverse a ser el payaso de la clase y recordarnos que, a veces, algo no es bueno o malo, simplemente es lo que a ti te apetezca en ese momento.
Aviso: los rumores son ciertos, la escena post-créditos de Venom: Habrá Matanza es un bombazo absoluto, el principio de algo muy grande que está por venir. ¡Que a nadie se le ocurra levantarse de la butaca antes de tiempo!