Pablo Ruiz, de ser obligado a esconder su homosexualidad a su realización como artista independiente

En la descripción del video no lo dice, pero por la escenografía se puede deducir que es de 1992, el segundo año de Ritmo de la Noche. Marcelo Tinelli presenta con mucha pompa (y un poco de ironía) al "niño codiciado por las chicas: Pablito Ruiz", pero en vez del cantante entra Miguel del Sel caracterizado como él y lo imita desde la caricatura de trazo grueso, llena de ademanes exagerados e inflexiones afectadas.

El Midachi saluda y, tras el "eeeeeeh" amorfo del recibimiento, la tribuna estalla en un cantito a coro: "Pablito se la come, oh oh oh oh". El conductor no aguanta la carcajada y se tira al piso a reír. El cómico sigue en la suya. Trescientas personas extasiadas agitan pompones con los colores de Telefe, "el canal de la familia". Pablo, quizás en su casa, quizás de gira, no llegaba todavía a los 17 años. En ese momento, cuenta, ni siquiera había terminado de definir su sexualidad.

"Esa era una cuestión que me afectaba, porque empezó a ser muy exitoso ese sketch y era un objeto de burla. Hoy directamente no lo podrían hacer. Uno lo ve a la distancia y dice: 'era para ponerles un juicio, ganarlo y sacarles toda la plata que hacían'", cuenta ahora, con 45 años, en una época muy diferente de la comunicación, de la conciencia colectiva y de su autoconocimiento.

A esa altura temprana de su vida Pablo ya estaba acostumbrado a las dos caras de la fama: el cariño y el destrato. El nene que balbuceaba sobre los discos de Queen, Parchís y ABBA de sus hermanos mayores se volvió profesional a los seis años. "Cuando iba a primer grado empecé clases de música y la maestra nos puso a mí y a mi hermano en el coro. Cantamos y la maestra le dijo a mi mamá que tenía aptitudes y que viera de hacer algo porque teníamos buena voz y éramos muy entonados", recuerda. La vía que encontró mamá Irene para canalizar esa vocación recién descubierta fue un casting para Festilindo, el programa infantil del que también salió Lorena Paola. "No pude entrar, pero una clienta del almacén de mi tía Mabel, que me escuchó cantar, dijo que podía hacer algo porque trabajaba en Canal 13. Fue el destino". Audicionó con "Es la vida que me alcanza", de Celeste Carballo y quedó.

No tardó mucho en descubrir que uno de los efectos colaterales de la exposición es la crueldad. "En el colegio no me era muy fácil que digamos. Las nenas me adoraban y los nenes me hacían bullying. Lo fui llevando, hice toda la primaria y después la secundaria la hice libre", cuenta. Para ese entonces ya había egresado de las Academias Festilindo, la EMI lo había fichado como solista y había dejado de ser Pablo Maximiliano Miguel Coronel Vidoz para adoptar el seudónimo con el que todos lo conocemos: "Estábamos muy cerca de la dictadura y no sonaba muy bien 'Pablo Coronel'. Buscaron un nombre latino y por la influencia de Pablo Ruiz Picasso me pusieron Pablo Ruiz".

"Mi chica ideal", de su primer disco homónimo del 87, lo puso en el mapa, pero fue el corte de su segundo disco (Ángel, 1988) el que lo convirtió en estrella. "Yo no podía elegir lo que grababa porque tenía doce, trece años", dice. Así fue como su productor, Rubén Amado -ex colaborador de Luis Miguel-, le llevó una canción suya llamada "¡Oh mamá! (ella me ha besado)" que había grabado tres años antes la cantante de ascendencia mexicana Selena (sí: aunque muchos no lo sepan, "Oh mamá" es un cover). "Él trajo la idea, dijo: 'este tema lo compuse yo, tiene influencias italianas, la vas a romper porque es muy comercial'. Me lo cantó, lo grabamos y fue un éxito".

Para comprobar los efectos de ese éxito solo tenía que asomarse por la ventana. "Venían a la puerta de mi casa diez, veinte, treinta chicas esperando que yo salga. Eso me dio el indicio de que estaba pasando algo. Averiguaron donde vivía y hacían guardia", cuenta. Otro indicio de que el anonimato era cosa del pasado era el desfile de gentilezas comerciales: "Empezás a tener regalos de todos lados. Las marcas me regalaban un montón de ropa. Salíamos a comer y no me cobraban", dice.

Más de una vez "comer" era sólo una manera de decir: las fans tenían especial preferencia por interrumpirle almuerzos y cenas en busca de firmas y fotos con cámaras de rollo que se trababan y flashes que cegaban a cualquiera. En una de esas sesiones, Pablo aprendió de su madre que en la fama también había sacrificio: "Estábamos en Mendoza y no me dejaban comer, ya era demasiado. Hacían cola para que les diera un autógrafo. Yo tenía la comida ahí y medio que le hice una cara fea a alguien, y mi mamá me retó. Me dijo: 'mirá, si te vas a dedicar a esto, tus fans son las que te dan de comer. No lo hagas'. Y no lo hice más". Era la misma Irene la que lo acomodaba cuando se le subían los humos: "Mi mamá me hacía un llamado de atención y me decía: 'mirá que acá estás en tu casa, ¿eh? Mirá que acá sos Pablito Coronel. Las estrellas están en el cielo'".

En México, cuenta, se le metieron de prepo en la habitación de hotel. En un recital en Bolivia casi lo desnudan: "Un policía me tiraba de arriba de un tapial y las fans de abajo, y me dejaron en bolas". En Chile terminó todo arañado y con mechones arrancados. Y del otro lado, el constante escrutinio de su sexualidad, parodiada por el que luego sería embajador argentino en Panamá y escondida por managers y sellos que no estaban preparados para que los modos de su niño de oro no honraran la etiqueta de "heterosexual clásico". "La EMI quería que hiciera música tex-mex porque así iba a parecer más masculino, más machote. Yo estaba viviendo en México y no quise hacer ese disco de música norteña mexicana y me congelaron el contrato", cuenta. Lo obligaban a ir al gimnasio para que gane músculos y, ya de más grande, lo instaban a esconderse. "Cuando empecé a tener mis relaciones, tipo 18 años, tuve que vivirlo en secreto. No lo vivía entre cuatro paredes pero tampoco lo decía públicamente", relata.

Para la psiquis de un varón presionado por la "obligación" de cumplirle a las chicas que lo hicieron exitoso, la homosexualidad puede parecer una traición. "Uno dice 'son todas mujeres y están enamoradas de vos', y si les salís con eso te van a dejar. Y fue todo lo contrario. La verdad es que cuando lo conté me liberé y la gente lo aceptó muy bien, e incluso empecé a tener más trabajo". Después de varios años viviendo en tierra azteca, Pablo volvió a Buenos Aires en 2004. "Me costó un añito -dice- pero enseguida me empezaron a llamar de la tele. Hice el programa del circo de Susana, "Bailando por un Sueño" en 2008, viajaba a Chile a hacer entrevistas y me pagaban, hice las fiestas Kitsch allá, acá las Bizarren, después saqué el disco y así empecé a trabajar otra vez". Hoy es un artista autogestionado: su último trabajo es la balada "Tú", de 2019.

Poco después del regreso, cuando todavía peleaba por hacerse ver en Buenos Aires, un Pablo de 32 años fue como invitado con su mamá Irene (a la que perdió en 2016) al living de Susana Giménez. Ahí cantó "Océano" (aquel tema por el que acusó de plagio a Tame Impala, no porque crea que efectivamente se lo plagió sino porque "uno sabe jugar mediáticamente") a dúo con Del Sel, presentado como su "clon". Descostillada con la ráfaga de chistes del santafecino, la conductora preguntó: "Pablo, ¿a vos te molesta que te imiten?", a lo que el cantante contestó, con una sonrisa incómoda: "No, cuando te imitan es porque pasaste una barrera importante". Mientras, Del Sel -mucho más moderado en su caracterización que en el 92, quizás por el cambio de época, quizás por la proximidad del "homenajeado"-, se abrazó a Irene durante toda la entrevista y se sinceró: "Hace 25 años que lo imito: le debo un campo al guacho éste".

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