En Abigail hay un sorprendente cruce de géneros y una esperable fiesta de sangre

Abigail, estreno del jueves 18 en las salas
Abigail, estreno del jueves 18 en las salas

Abigail (Estados Unidos-Irlanda/2024). Dirección: Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett. Guion: Guy Busick, Stephen Shields. Fotografía: Aaron Morton. Edición: Michael P. Shawver. Elenco: Melissa Barrera, Dan Stevens, Alisha Weir, Kathryn Newton, Kevin Durand, Angus Cloud. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: UIP-Universal. Duración: 109 minutos. Nuestra opinión: buena.

La dupla de directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett habían demostrado su interés por las fronteras entre el terror y su parodia mucho antes de su incursión en la saga de Scream. De hecho, en Noche de bodas (2019), con la australiana Samara Weaving, esos contornos entre géneros habían sido incluso más fluidos, dando pie desde la celebración matrimonial con ribetes melodramáticos al circo gore de explosiones splatter y espíritu claramente paródico. Abigail sigue en esa tradición pero con una vuelta más de tuerca. El juego de géneros parece saborearse en el intento de despistar al espectador, confundir sus expectativas y traficar con astucia recursos de un universo a otro, siempre bajo el paraguas del humor.

Abigail comienza como un policial: la sugerencia de un secuestro comando, el atisbo de un relato de disputas gansteriles. Un grupo de encapuchados sincroniza cronómetros para asaltar una imponente mansión. Mientras tanto, en un teatro vacío, una joven bailarina ofrece sentidas reverencias a los aplausos imaginarios. Su regreso a casa en un auto costoso funciona como preámbulo de la intrusión, el secuestro y la puesta en marcha del plan en un caserón medieval. En el interior de ese museo del decadentismo, con pasadizos secretos, cuadros con telarañas y la inminente aparición de un maestro de ceremonias que pondrá reglas y establecerá condiciones, el espectador asiste a un travestismo de géneros. Los secuestradores se preocupan por la trampa a la que han sido conducidos, el padre de la niña secuestrada pasa de ser un mafioso implacable a una inquietante presencia de lo sobrenatural.

Melissa Barrera, tras
Melissa Barrera, tras "cargarse al hombro" la franquicia de Scream, sigue demostrando su solvencia en pantalla en Abigail

Lo que conduce con agilidad a la película, aún en ese pasaje forzado entre climas y registros, es el hábito de la parodia, que los directores manejan con interés aunque sin demasiada originalidad. Mucho de los que sucede puede parecer previsible justamente porque lo es, y quizás cierto sentimentalismo -personajes hablando de su pasado oculto- sea percibido como antídoto al cinismo de la creación paródica pero a menudo resulta un resorte anticlimático.

Melissa Barrera es solvente como heroína del terror, tal como lo demostró cargando sobre sus espaldas la nueva Scream, y el resto del coro de ajetreados malandras convertidos en carne de un banquete de vísceras y sangre, hacen bien lo suyo. La puesta en escena no prescinde de golpes de efecto, formas expectantes en la oscuridad y una música afirmativa de los sustos, pero consigue dar cuerpo deforme al caserón que contiene el miedo y la tumba destinada a todos los asistentes.

Quizás la mejor carta bajo la manga sea la joven Alisha Weir, quien da cuerpo y furia a Abigail, bailando con desenfreno y revelando que el terror no depende de la fuerza del monstruo sino de la astucia de su creador. Lo problemático es que una vez que se revela el truco -quien es en definitiva Abigail- no queda más que esperar una nueva fiesta de sangre, cuanto más potente, mejor. El splatter, que ha sido uno de los recursos por excelencia de la identidad del género en los 80, aquí se conduce al borde del absurdo, con lo cual su impacto se erosiona hasta perder su poder de conmoción. Habrá que ver qué se puede inventar en caso de que Abigail retorne para reclamar su propia secuela.