El abismo secreto: una película anodina que representa bien la anemia del cine producido por los canales del streaming
El abismo secreto (The Gorge, Estados Unidos, 2025). Dirección: Scott Derrickson. Guion: Zach Dean. Fotografía: Dan Lausten. Montaje: Frédéric Thoraval. Música: Trent Reznor y Atticus Ross. Elenco: Anya Taylor-Joy, Miles Teller y Sigourney Weaver. Duración: 127 minutos. Disponible en Apple TV+. Nuestra opinión: regular.
Los versos de T.S. Eliot “Así es como se acaba el mundo, no con una explosión sino con un quejido” están entre los más célebres y también los más parodiados de la literatura. Son muy corrientes las variaciones que toman algunas palabras y la misma estructura sintáctica de estas líneas para jugar con una idea similar como, por ejemplo, para ir entrando en tema, “Así es como se acaba el cine, no con una explosión, sino con una veintena de servicios de streaming”.
La referencia a un poema modernista de exactamente 100 años para empezar la crítica de una película de monstruos producida por Apple TV+ no es (esta vez) un exhibicionismo vanidoso de cultura general por parte del crítico ni tan aleatorio como parece porque El abismo secreto lo cita reiteradamente, es más, llama a sus criaturas “los hombres huecos”, tal como se titula el poema. Sin embargo, no alcanzan todas las citas de Eliot para ocultar que aquello que está hueco es el centro de este film , así como el de gran cantidad de películas actuales que se le parecen.
Tal vez sea exagerado decir que en este momento estamos acercándonos al fin del cine, pero la proliferación de servicios de streaming y el forzado estreno semanal de decenas de títulos para mantener viva la oferta y la fugitiva atención de los suscriptores terminó generando cierto tipo de film estéticamente anémico que es característico de esta época y, al menos desde lo estadístico (cantidad de estrenos y de supuestos espectadores), el predominante.
La mayoría de las películas que producen estos canales parecen hechas de apuro y, a la vez, con desgano. Están ensambladas como un rompecabezas de ideas ya usadas en films mejores y, en lugar de trama, presentan un concepto fuerte, un “elevator pitch” que puede ser expresado en 30 palabras o menos. A pesar de que no tienen el mandato de vender entradas, no asumen la menor osadía temática ni formal. Acaso su rasgo más notable sea que tienen la modestia artística de las películas de clase B (sin nada del entusiasmo ni la inventiva de los buenos autores del cine B) combinada con la inflamación técnica que da un presupuesto de clase A. Lo único que no les falta a las empresas como Netflix, Amazon o Apple es dinero. Se puede contraargumentar que el cine es una industria onerosa y, como tal, desde siempre presentó una mayoría de películas mucho más concentradas en el negocio que en lo estético. Sin embargo, pareciera que la relación cuantitativa entre esas películas anodinas y aquellas que dejan una huella nunca fue tan dispar como ahora . El hecho de tenerlas todas juntas e inmediatamente accesibles desde nuestras pantallas profundiza esta sensación.
Desde luego, hay excepciones. El abismo secreto (The Gorge, literalmente “el desfiladero”) ciertamente no lo es. Su concepto: un soldado occidental y una francotiradora oriental, asentados en bordes enfrentados de un desfiladero, se enamoran al tiempo que combaten a aquello que se oculta en el abismo. La grieta que separa a los protagonistas puede funcionar como una vaga metáfora sociológica, dado que los Estados Unidos están tan divididos políticamente como la Argentina, o psicológica, en este caso representaría el salto al vacío que implica enamorarse. Este es su gancho más distintivo: la inserción del romance en un escenario de horror . Pero, ante todo, éste un planteo sencillo que no depende de mucha concentración, ni de muchas explicaciones. Solo requiere de dos personajes, dos puestos de vigilancia, un pozo con niebla y el acoso de lo que vive allí.
Este minimalismo conceptual tiene su contrapartida creativa. La película se las arregla para tomar prestado cuanto le venga bien: tiene algo de Asalto al Precinto 13, el clásico de John Carpenter; algo dela franquicia Resident Evil e ideas tan genéricas que podrían venir de dos docenas de films, como la corporación perversa que privilegia la vida de monstruos sobre la de humanos con el fin de crear supersoldados (la breve aparición de Sigourney Weaver como la jefa de la corporación, en una inversión de su rol de Alien, donde era la víctima de un plan idéntico, plantea una ironía que no le importará a nadie). El hábitat de los monstruos está tomado al pie de la letra de Aniquilación, la adaptación de Alex Garland de la muy buena novela de weird fiction de Jeff VanderMeer. Se podría seguir del mismo modo con cada secuencia. Como se ve, la película tiene un género para cada espectador: ¡Suspenso! ¡Horror! ¡Ciencia ficción! ¡Romance!
Así como debe decirse que el horror y la ciencia ficción son totalmente derivativos, corresponde aclarar que el romance tampoco funciona. Desde sus puestos de vigilancia, ambos francotiradores comienzan a espiarse mutuamente y da comienzo un juego de seducción. Miles Teller intenta canalizar la superioridad indiferente de un joven Robert Mitchum mientras que Anya Taylor-Joy es una punkette enfundada en calzas negras y en la gélida sensualidad de una Greta Garbo salida de la permafrost. Esto puede verse convincente en el papel, pero en la pantalla los protagonistas carecen de toda química y sus escenas románticas solo proyectan una gran incomodidad y la necesidad de que concluyan lo antes posible . Su estreno en el 14 de febrero, el día de los enamorados, no alcanza para convencernos de que hay aquí una rom-com viable.
Cuando, en la marca de los 35 minutos para señalar el comienzo del segundo acto, la película decide revelar exactamente qué se encuentra en el abismo, ya no quedan razones para seguir mirando: lo que resta es tan poco sorprendente como inevitable, dadas las condiciones que postulan estos films. Todos padecen el síndrome de segunda pantalla: saben que están compitiendo con la compulsión de revisar cada 20 segundos las redes en el celular. Su solución no es hacer frente a ese impulso con algo más cautivante sino una invitación a ceder a él a través de imágenes tan redundantes, tan fechadas, que se comprenden perfectamente aun sin prestarles demasiada atención .
Para quien quiera saber qué hay en el fondo de abismo, la respuesta está en los primeros versos del poema de Eliot. También se encuentra allí este film, pero no porque sea abisalmente malo, eso lo haría singular, sino por lo contrario: es otra manifestación de un cine rendido, cansado, apático, para eternos adolescentes, de una exasperante mediocridad, totalmente complaciente y totalmente irrelevante al que nos vamos acostumbrando al tenerlo disponible todos los días y que le pone un techo cada vez más bajo a nuestras expectativas.