Abrasha Rotenberg, 97 años de vida de película: "Tengo planes para 15 más"

Buenos Aires, 28 abr (EFE).- Nacido en la Ucrania soviética hace casi 97 años, Abrasha Rotenberg relata, vital y resiliente, una vida de película. Emigrado de niño a Argentina, gran parte de su familia fue asesinada en la II Guerra Mundial, vivió en el fascinante Israel de mediados de siglo y, en la dictadura argentina, se vio obligado a huir a España, país que adora a sus hijos: Ariel y Cecilia Roth.

"Voy a cumplir 97 años. Creo que es un milagro, porque hago planes que, si sumo, son para 10, 15 años más. Bueno... el Génesis ordena: el hombre vivirá 120 años. Si es una orden que viene de arriba, la tengo que aceptar. El plan es ese. Seguramente me voy a quedar por el camino...", cuenta sonriente a EFE en Buenos Aires este afable economista y escritor, que en los convulsos años 70 llegó a dirigir el emblemático diario argentino La Opinión.

De origen judío, su infancia transcurrió entre su natal Teofipol, criado por su familia paterna, y Zapadyntsi, con la materna, apasionada del comunismo.

También vivió con su madre en una ciudad de los Urales y en Moscú, donde ella fue a trabajar después de que el padre de Abrasha, cuando este era bebé, dejara la URSS y se instalara en Argentina -donde vivía un hermano suyo- buscando prosperidad y previendo que su mujer e hijo se unieran pronto.

"Los dos hermanos mayores eran lo que los soviéticos consideraban parásitos: no tenían educación, formación, ni nada, y vinieron a Argentina. Mi padre tuvo una vida muy difícil, siempre pensaba que en el futuro iba a disfrutar; y el futuro no llegó, murió a los 62 años de cáncer", recuerda.

"ISRAEL ME HIZO LIBRE"

En 1933, Abrasha y su madre fueron autorizados a abandonar la URSS. Cuando recalaron en Buenos Aires, aquel niño de 7 años se encontró con un padre casi desconocido, a quien logró entender y admirar en sus últimos años de vida.

"El coraje de irse de la URSS, llegar a un país desconocido y trabajar hasta conseguir el pasaje para que volviéramos. Descubrí algo que iba más allá: la cultura no es leer libros, es estar en una época y que por tu sangre pase la sensibilidad, la ideología, la forma de vida de esa época, y que, si no estás conforme, te enfrentes a ella jugándotela", agrega.

Al llegar a Argentina, se encontró con un idioma extraño y hostilidad antisemita: "Empecé a escuchar: '¡Asesino de Cristo!'. Eso me marcó".

Avanzados los 40, una carta les informó de que todos sus familiares que quedaron en la URSS, menos uno, fueron asesinados. Por sorpresa, a finales de los 60 supo que sus tíos maternos sobrevivieron.

Su etapa en Jerusalén fue entre 1950 y 1951: "Israel me hizo libre", recuerda. Antes, había trabajado en la embajada israelí en Buenos Aires, donde conoció a Yitzjak Navón, que acabó siendo presidente de ese país. "Venía a casa, comíamos bife", evoca.

Al regresar a Argentina, conoció a quien desde 1955 sería su mujer, la cantante y pianista Dina Rot, fallecida en 2020: "Me quedé solo y me tengo que inventar todos los días", resalta emocionado.

"TENEMOS QUE IRNOS"

Cree que el primer peronismo (1946-1955) pudo haber cambiado profundamente el país con la "riqueza" que entonces había, pero "no hubo una revolución industrial y sí mucha corrupción".

"Perón fue variando. Era un tipo brillante, pero muy autoritario", subraya.

En 1976, tras varios años vinculado a importantes emprendimientos periodísticos y al irrumpir la última dictadura, Rotenberg y su familia huyeron a España. El punto de inflexión: una fugaz detención de Ariel y su amigo Alejo Stivel tras un concierto.

"Dije: 'Estoy loco'. Algún día van a matar a mi hijo, tenemos que irnos. Hice conciencia de lo absurdo que era y del riesgo que corría. No es que porque yo estaba contra la violencia y la guerrilla, me perdonaran la vida. No, ellos dirían: 'Este de La Opinión, son todos comunistas'", recalca.

En España, donde Ariel y Cecilia triunfaron en la música y el cine, respectivamente, Abrasha empezó de cero -se quedó sin nada tras ser confiscados todos los bienes de La Opinión-, fundó una editorial y vivió con su mujer 37 años.

Hoy, este "hombre de izquierda", convencido del "valor de la igualdad", que se define como un "judío ateo" que cree que no hay un solo judaísmo sino varios, se siente "una suma" de varios lugares.

"Todavía escucho una canción de campesinos rusos, de ucranianos y lloro", dice.

"¿Satisfecho con mi vida? No sé. Quedaron cosas sin hacer que las voy a hacer. No te olvides: me faltan 23 años de vida todavía", concluye.

(c) Agencia EFE