Adiós a Raúl Lecouna, el intuitivo productor que llevó la telenovela argentina a todo el mundo

Raúl Lecouna, gran protagonista de las transformaciones de la TV argentina en las últimas décadas
Raúl Lecouna, gran protagonista de las transformaciones de la TV argentina en las últimas décadas

El pequeño gran universo de la televisión argentina despidió en las últimas horas a Raúl Lecouna con palabras que solo se emplean para hablar del aporte de figuras fundamentales, casi decisivas, en una actividad. “Hizo las mejores telenovelas argentinas”, escribió en Twitter Marcelo Tinelli. Otros, como Benjamín Rojas, Isabel Macedo y Jean Pierre Noher, le agradecieron todo lo que hizo para estimular sus respectivas carreras y alentar la aparición de nuevos valores en el medio.

La mayor coincidencia que aparece detrás de ese dolor compartido es la certeza de que Lecouna, fallecido este sábado a los 80 años, fue uno de los grandes visionarios de la televisión argentina. Formó parte de esa pequeña raza de grandes personalidades que contribuyeron con audacia, empeño, lucidez, sentido de la oportunidad y una gran intuición a definir la identidad de nuestra TV, a darle configuración a su perfil como industria en momentos clave de su evolución y sobre todo a proyectarla hacia el resto del planeta.

El momento de apogeo del trabajo de Lecouna coincidió en la segunda parte de la década del 80 y los diez años siguientes con una fuerte tendencia de las producciones argentinas a ampliar sus horizontes y buscar fuera de nuestras fronteras espacios de integración y adaptación a los formatos que el público internacional consumía. La fortaleza de su trabajo estuvo siempre en el mundo de las ficciones, y más precisamente de la telenovela. Su nombre estará siempre asociado a algunos éxitos inmensos de ese tiempo (Amo y señor, Celeste, Perla Negra, Muñeca brava), que funcionaron a la vez como hitos de una TV que empezaba a ver el alcance de su potencial como industria creativa y exportadora de contenidos. “Hice 44 novelas y 3200 horas de televisión”, contó una vez.

Raúl Lecouna, en los Estudios Central Park, en julio del año 2000
Mariana Araujo


Raúl Lecouna, en los Estudios Central Park, en julio del año 2000 (Mariana Araujo/)

Lecouna nació en Buenos Aires el 26 de abril de 1942 y pasó toda su infancia en San Andrés de Giles. Su interés por la TV nació espontáneamente y a partir de un curioso detalle: fue el padre del futuro productor el que acercó por primera vez un televisor a ese lugar y lo instaló en el club del pueblo para que todos pudieran ver los programas que emitía Canal 7 en esos tiempos pioneros, especialmente shows musicales en vivo y partidos de fútbol.

La curiosidad empezó a convertirse en vocación y cuando la familia volvió a instalarse en Buenos Aires, Lecouna consiguió de manera casi azarosa que el productor y director Francisco “Pancho” Guerrero, figura legendaria de la etapa inicial de la TV, lo aceptara como ayudante de su principal asistente. Allí comenzó su carrera, que coincidió más tarde con la primera etapa del Canal 9, mucho antes de que llegara allí Alejandro Romay. “Trabajábamos contratados por empresas de publicidad que compraban espacios con el dinero de los auspiciantes y traían estrellas internacionales como Nicola Paone y Gilbert Becaud. En esos años hicimos Tropicana Club y El Special”, recordó en conversación con el historiador Luis Buero.

Allí se puso en marcha una carrera que resultó multifacética. Lecouna se fue convirtiendo primero en asistente de dirección (El hombre que volvió de la muerte y otros clásicos de Narciso Ibáñez Menta estuvieron entre esos trabajos) y luego en productor de ciclos musicales (Discovisión, Voltops), en este caso junto a Gustavo Yankelevich. Pasó por Canal 13 como gerente de Deportes y de Programación y en 1981 decidió convertirse en productor independiente.

Raúl Lecouna, en los Estudios Central Park, en julio del año 2000
Mariana Araujo


Raúl Lecouna, en los Estudios Central Park, en julio del año 2000 (Mariana Araujo/)

Esa carrera comenzó de la mejor manera con Amo y señor, la novela que pasó a la historia por el recio comportamiento (con cachetadas incluidas) del galán Arnaldo André hacia la heroína Luisa Kuliok, una pareja marcada a la vez por el amor y el odio. Lecouna arriesgó todo para ponerla en el aire (pidió toda clase de ayudas económicas y llegó a hipotecar su casa de San Isidro) y después de algunas dudas, estrenada en 1984, se convirtió en la telenovela argentina más exitosa de esa década y la mejor vendida al mundo entero, doblada a 30 idiomas, según recordó su autor, Carlos Lozano Dana.

Lecouna encontró a partir de allí y a favor de la continuidad de sus éxitos (El infiel y El vidente, ambas también con André) la posibilidad de proyectarse al exterior de la mano de la telenovela. Logró en ese momento que la cadena Univisión (integrada por más de 600 emisoras de habla hispana sólo en Estados Unidos) le asegurara una franja horaria fija y prioridad para la adquisición de sus creaciones .

A partir de allí, la competencia con otras poderosas productoras latinoamericanas de contenidos puso a Lecouna en un lugar privilegiado que le permitió, por ejemplo, imponer una tendencia que no tardó en consolidarse: la integración de elencos con astros argentinos y extranjeros (Grecia Colmenares, Jeannette Rodriguez, Lupita Ferrer, Catherine Fulop) compartiendo los papeles protagónicos. Otra etapa empezaba a escribirse. La telenovela argentina dejaba de estar arraigada solo en las temáticas locales para empezar a adquirir, sin perder la esencia tradicional del género, un perfil más cosmopolita y atento a nuevas temáticas (la homosexualidad, el sida).

Lecouna mantuvo una constante actividad como productor y realizador de nuevas telenovelas con ese perfil (Pasiones, Amándote, Rebelde, Primer amor) y a la vez encontró un nuevo espacio para el desarrollo de su tarea en Sonotex, una gigantesca usina de producción con varios estudios de grabación que podían funcionar al mismo tiempo. Desde ese espacio, Lecouna se convirtió en un gran promotor de servicios televisivos para sus propias producciones y para otras señales, productoras y canales.

Ese trabajo, que continuaría más tarde con otro emprendimiento similar, Central Park, le permitió expandir todavía más sus horizontes televisivos y ampliar la llegada al mundo de sus producciones. Lecouna se convirtió, detrás de las cámaras, en uno de los grandes artífices del viaje de algunas telenovelas exitosas en nuestro país a destinos hasta allí impensados, como países de Europa Oriental, Israel y Rusia. Andrea del Boca (con sus grandes éxitos de los años 90) y la incipiente Natalia Oreiro (de la mano de Muñeca brava) empezaban a convertirse en estrellas internacionales, pasión de multitudes en España, Italia y otros países. Los libros de Enrique Torres fueron siempre otro puntal de estas producciones.

El historiador de la TV Jorge Nielsen, resume con números contundentes ese perfil creado por Lecouna. Para los 172 capítulos de una de las novelas de Andrea Del Boca, destinada fundamentalmente al mercado italiano, se invirtieron desde Sonotex dos millones y medio de dólares, 10 meses de grabación, 45 personas asignadas en exclusividad a esta producción, jornadas diarias de nueve horas de grabación, 15 decorados fijos y un 30 por ciento de escenas rodadas en exteriores.

Los grandes espacios creados por Lecouna fueron aprovechados más tarde por Cris Morena para algunas de sus producciones más ambiciosas (como Jugate conmigo), mientras su creador encaraba nuevos proyectos, algunos muy recordados: El arcángel, Cabecita, Amor latino, Provócame, Dr. Amor, Jesús el heredero, El patrón de la vereda, Collar de esmeraldas.

Lecouna estuvo casado con Celina Amadeo, destacada productora de TV, y transmitió el legado de su identidad televisiva a sus tres hijos: Ignacio y Delfina (consagrados a la producción y al trabajo publicitario) y Agustina, que se hizo conocida como actriz en el mismo género que su padre ayudó a consolidar y proyectar hacia el mundo, la telenovela.