Alejandro Dolina: el verdadero inventor del “che pibe”, la necesidad de tener maestros y por qué cantar es lo que lo hace “más dichoso”
El filósofo Ludwig Wittgenstein hablaba del juego del lenguaje como la correlación que había entre las palabras y las acciones. El sentido del discurso surgía a partir del contexto. En Alejandro Dolina está presente el juego, el pensamiento y el discurso a partir de la presencia de un otro. Puede ser un oyente presente mientras cada medianoche aborda toda clase de imaginarios radiales en La venganza será terrible (AM 750). Un lector de sus cuentos, novelas y, más atrás en el tiempo, sus notas en Humor, Satiricón o Mengano. Quizás aquel que haya descubierto sus dotes como compositor, cantante y arreglista en sus recurrentes proyectos artísticos. O quizás, acomodándose sin molestar, un interlocutor en una tarde de jueves en su casa de Núñez. Entre libros, instrumentos musicales y reflexiones.
–Me gustaría comenzar pidiéndote que confirmes o refutes algunos datos curiosos relacionados a tu vida: ¿es verdad que tu bisabuelo fundó Baigorrita?
–Sí, es verdad. Estuvo entre los primeros pobladores de allí, don Ángel Balvi. Los primos de mamá tienen todavía allí el campo familiar, y siguen trabajando, lo mismo que trabajaba mi bisabuelo. Con sus descendientes que son de mi generación, y otros más chicos todavía. Tengo poca comunicación con ellos, pero tengo.
–Pero a pesar de lo que dice tu documento, vos no naciste en Baigorrita.
–No, nací en Morse, que es el pueblo de al lado. Era la intención de mi madre que yo naciera en Baigorrita, pero la partera estaba en Morse, así que se tuvieron que trasladar, con lo cual toda la farsa de nacer yo en aquel pueblo se vino abajo. De todos modos, el documento dice “Baigorrita”. También dice 25 de mayo, y nací el 20...
–Vamos con otra: ¿vos fuiste el creador del “che pibe”?
–No lo sé en realidad. Fue un trabajo conjunto que hicimos con Carlos Trillo, cuando nos dedicábamos a hacer campañas de publicidad. Esa fue para el Banco Popular Argentino. Sí estuve involucrado en el jingle, que fue muy popular en aquel tiempo y decía: “Si me mandan al banco voy contento”. Pero es muy probable que el “che pibe” lo haya inventado Trillo.
–Sigo: ¿qué hay de cierto en que fuiste parte del Quinteto Clave, aquel reconocido grupo vocal de los años 70?
–Es verdad. Cantaba, tocaba instrumentos y hacía los arreglos. Creo también que el nombre se me ocurrió a mí. Luego se llamó De Los Pueblos, y fue dirigido con mucho más profesionalismo por Javier Zentner, uno de los mejores directores de coro que hay en la Argentina. A mí me gustaban muchísimo los grupos vocales, sigo siendo muy aficionado y cada tanto hago algunas cosas.
–Un camino musical que se bifurcó con el tiempo.
–Me dediqué bastante: compuse una opereta que fue bastante exitosa y sigo cantando. Pero tenés razón, siempre dentro de lo que es mi mundo, siendo funcional a los programas de radio o a las cuestiones teatrales. No hice una carrera constante como cantante no profesional. Eso sí, cada tanto me invita alguno a cantar y voy con mucho placer. Ahora el 10 y 11 de agosto nos vamos a Rosario con La conversación infinita, el espectáculo que hacemos con Darío Sztajnszrajber, donde él charla de filosofía y yo no hago más que darle la razón (risas). Para cerrar cada tema, yo canto una décima de milonga, como hacían los payadores, que después de todo tenían bastante de filosófico.
–¿Qué lugar ocupa el canto en tu vida?
–Cantar es probablemente lo que me hace más dichoso. Cuando hacemos una función con La venganza será terrible, si la parte cantada no sale bien, yo estoy de muy mal humor. Pero si sale bien, lo demás me importa un bledo. Me fijo mucho en eso, debe ser que la de cantor es mi verdadera vocación.
–Última confirmación: ¿es verdad que las Crónicas del Ángel Gris nació en París?
–Es verdad en el siguiente sentido: esos textos nacen mucho antes de haber trabajado yo en la revista Humor o en Satiricón. Hice un viaje solo a Europa, donde encontré a unos amigos que estaban allí. Estaba en París, en un hotel rasposo, y se me dio por escribir algunas cosas. Concebí una idea abortada luego, que consistía en escribir una novela que transcurriera en el barrio de Flores. Ahí empezaron a nacer personajes como Manuel Mandeb, el ruso Saltzman, etcétera, y también algunas de esas historias. Finalmente lo abandoné. Ya trabajando en Humor, tenía dificultades para entregar a tiempo las notas y un día me quedé sin tema. Y me acordé de aquel cuaderno en donde estaban escritas a mano estas ideas que se me habían ocurrido en París. Armé ensayos de ficción robándome a mí mismo, que tuvieron buena recepción entre los lectores. Pero más que nada me sirvió a mí porque creo que ahí encontré un gesto que es mío, consistente en decir las cosas más absurdas con el lenguaje más serio y académico posible. Ahí nacen todas las notas de la revista Humor que después se convirtieron en el libro Crónicas del Ángel Gris.
–Ya que hablamos de Manuel Mandeb, ¿puede ser que su nombre, que es el mismo que el de protagonista de la opereta Lo que me costó el amor de Laura, sea un homenaje a un amigo tuyo muy querido?
–Manuel Evequoz, una persona muy importante para mí. Nos conocimos cuando yo tendría 21 o 22 años, en una pequeña reunión. En ese momento había abandonado mis estudios de Derecho, y acababa de terminar la conscripción en Marina. No trabajaba, mi ocio era vergonzoso. Manuel me preguntó qué hacía, supongo que yo habría dicho alguna cosa que le pareció ingeniosa. Le dije que no hacía nada, y me contó que trabajaba en publicidad. Me preguntó si no quería intentar trabajar allí. Lo fui a ver y quedé para Canal 13. Allí también empecé a hacer jingles con Tito Bisio, vibrafonista de Piazzolla, y conocí, afortunadamente para mí, a una cantidad de humoristas decisivos en mi vida como Caloi, Carlos Trillo, el Negro Fontanarrosa, o Carlitos Marcucci. Ellos me recibieron con mucho cariño y también con muchas ganas de que yo hiciera algo.
–Gente que vio en vos lo que todavía no habías visto.
–Puede ser. Yo creo incluso que vieron lo que todavía hoy no he visto (risas).
–¿Cuando hacían Humor o Satiricón eran conscientes de que esas revistas iban a quedar en la historia del periodismo gráfico?
–Algunos otros tipos sí, pero yo no formaba parte del riñón ideológico de esos proyectos. Yo hacía otros temas que tenían otras maneras. No escribía sobre actualidad sino, digámoslo pomposamente, “la condición humana”. O temas de pizzería, que son justamente la condición humana.
–¿Te preocupaba la valoración hacia tu trabajo?
–Me entusiasmaba pensar que alguien pudiera valorar lo que hacía porque yo no tenía la certeza de que estuviera bien o mal. Me pasé la vida buscando opiniones, no sobre mí sino sobre todas las cosas. Yo creía en aquel entonces que debía haber en el mundo personas infalibles, sabias; no muchas, pero algunas debía haber. Después me di cuenta de que no había eso. En busca de maestros, iba de decepción en decepción. Yo he conocido pocos hombres admirables, pero alguno he conocido.
–¿Y hoy qué te sucede con el reconocimiento?
–Aun me importa, lo que sucedió es que decreció mi confianza en el ajeno arbitrio. Viendo lo que decían y haciéndome un poco más diestro, leyendo, instruyéndome, me di cuenta de que algunas de las cosas que escuchaba por ahí no eran muy valiosas que digamos. Perdí la confianza en lo que otros decían y empecé a seleccionar con mayor cuidado aquellas voces a las cuales había que prestarles oído. Y eso sigue hasta hoy. Si he visto tantas personas de menguados talentos que tienen una altísima opinión de ellas mismas, ¿por qué no pensar que yo también puedo ser una de ellas? Cuando quiero hacer una valoración de lo que yo hago en cualquier foro, tanto sea la escritura, la música o la radio, me hago un descuento, ponele del 20 por ciento. Que es lo que calculo que agregaré por amor propio, codicia o estupidez.
–¿Y qué te pasa cuando es la gente la que te coloca en ese lugar de maestro, o de referente?
–Lo mismo. Uno también ha visto que la gente coloca en ese lugar a verdaderos imbéciles. ¿Por qué no pensar que uno quizás sea uno más?
–Pero también coloca en ese lugar a personas admirables.
–Bueno, a lo mejor tenemos suerte, pero la verdad es que no lo sé. Lo mejor es tratar de someter lo que uno hace a una vigilancia extrema, y juntar la mayor cantidad de recursos de cualquier orden para ponerlos al servicio, ya sea de un libro, de un cuento, o de una obra de teatro. Buscar la complejidad, tratar de emular a los buenos. No de copiarlos, no de plagiarlos, pero sí ver cómo trabajan. También como forma de desafiarse a uno mismo. Es la única manera de ser mejor, lo único que uno puede asegurar es que va a tratar de ser mejor, ni siquiera puedo asegurar los resultados. Y aquí me tiene.
–Si pudieras elegir la disciplina en la que ser referente de los demás, ¿cuál sería?
–La escritura, incluso por sobre la música. Yo sé bastante de cómo se escribe, y no tanto de cómo se compone o cómo se toca. No sé poco, pero no sé mucho. No soy un buen pianista, soy posiblemente un compositor que tiene cosas bien escritas, de buen gusto, pero en algún punto me falta sabiduría y complejidad, porque no llegué a estudiar esas cosas. En cambio para leer, yo diría que sí, que me aprendí todos los trucos. Después, si los desarrollo bien o mal cuando escribo eso es otra cosa, pero soy un muy buen lector me parece.
–¿Cuán importante para vos es trabajar con un “otro” presente? Sea el público en el programa, o pensando en un artista para interpretar lo que vos estás componiendo.
–El público es decisivo . En el programa estuvimos siempre con público, aunque no fue una decisión nuestra, sino que de golpe empezó a venir gente. Entonces la recibimos y diseñamos formas radiales que por esta condición al final resultaron teatrales. Eso no lo abandonamos nunca y creo que es una característica diferencial del programa. La comunicación que hay con la gente que está presente es incluso superior a la que tenemos con la que está en la casa, que es conjetural. Yo qué sé si realmente hay un señor en San Fernando que está escuchando. En cambio estoy seguro de que hay un pelado en la segunda fila que mira con cierto interés y que reacciona de distinta manera. Esa conexión teatral que se llama convivio existió siempre en el programa, y en las otras experiencias que hemos intentado. Al mismo tiempo, también puede pensarse que el tipo éste que escucha en San Fernando, siente que además de lo que se dice hay un rumor, que es a veces risa, a veces silencio, que no tienen explicación. Y entonces dice: “Acá está pasando algo, voy a ver de qué se trata”. Eso es lo que impulsa a muchas personas que nos escuchan a venir a vernos. Yo creo que es mejor el programa cuando uno lo ve personalmente, lo cual vendría a demostrar que no es del todo radio.
–¿El horario nocturno fue una decisión personal a partir de tus hábitos de sueño o tuvo que ver con encontrar a un espectador más atento que el diurno, que escucha la radio mientras hace otras cosas?
–A mí me gustaría poder decir que fue una elección personal, pero no, en realidad fue que nos dieron el peor horario que tenían. Y al principio era todavía peor, porque íbamos de una a tres de la mañana. Pensándolo después, me pareció que el programa es como es porque se desarrolló en ese horario. Creo que no podría hacer otra clase de programa que no fuera de esta forma, podrían ser otros contenidos, pero mantendría esta forma de poner en entredicho el discurso oficial de la radio. Ese discurso que también ha ido cambiando con los años: actualmente podría ser fingir una conversación casual entre cuatro o cinco.
–Habrá quien diga que ustedes hacen lo mismo.
–Sí, pero con un toque de cinismo. Estamos repitiendo el formato de fingir una conversación, pero esa conversación es completamente distinta. Nos estamos burlando de quienes intentan fingir que una conversación ficticia es verdadera. Pero además utilizamos otros contenidos, completamente diferentes. No es que sean mejores, son diferentes. A mí no se me ocurriría jamás preguntarle al oyente cuál fue el peor papelón de su vida. Jamás. Y en cambio, a través del cinismo, a través de una forma sencilla y un poco atorranta del humor, por ahí vamos en busca de otros asuntos: cómo se piensa, en qué consiste la lógica, cómo se vulnera; o en qué consiste el fenómeno artístico, qué le pasa al cerebro cuando recibe estímulos artísticos, qué le pasa al cerebro en general cuando piensa, qué le pasa a uno cuando escucha radio, por qué el cerebro está preparado para engañar, pero también para ser engañado. Cuando vos ponés sobre la mesa todos esos asuntos, ya no es la misma conversación, ya no es el tipo que se dirige al oyente y dice “Señora, usted que viaja a Mar del Plata…” ¿Cómo “señora” si soy un señor, cómo que voy a Mar del Plata si no tengo pensado ir a Mar del Plata? Tratando de huir de ese discurso prefabricado y falso, a lo mejor hemos conseguido alguna cosa.
–Tal vez sea la diferencia entre decir y pensar. Quién sabe si lo que ustedes hacen no es pensar en voz alta…
–Con un pensamiento, naturalmente, de vuelo gallináceo, pero por lo menos tratamos. Conozco algunos que en radio han pensado, y conozco muchos que no lo hacen.
–El año que viene se cumplen 40 años del comienzo de Demasiado tarde para lágrimas, que luego cambió a La venganza será terrible: ¿te molesta que se diga que se trata siempre del mismo programa?
–Me extraña que justamente busquen un programa como este para decir que siempre es el mismo. Yo creo que no hay otro programa que tenga una variedad de asuntos, e incluso de entonaciones, de gestos, de caminos, como este. Hay una estructura, y eso es lo que confunde a la gente: empieza de una manera, tiene el mismo horario y una cadencia temporal parecida, pero nada más. Claro que a veces repetimos algunas gracias porque uno no tiene una formación infinita y un infinito repertorio, pero en general vamos por distintos caminos.
–¿Por qué después de cuarenta años el programa sigue funcionando?
–Porque no es el mismo, porque yo no soy el mismo, porque el hombre de hoy ha sustituido al de ayer. Y en otros casos no son los mismos, ya sin metáfora, los que me acompañan. Son otras personas.
–Yo no siento que te importe mucho cambiar determinadas cuestiones del programa en favor de mantener al oyente.
–Lo que vos no sentís es que me importe el oyente (risas). Me importa, y esto hace que no me importe. El respeto por el oyente consiste en darle lo mejor que yo puedo hacer, no en darle lo que yo calculo que a él le va a gustar o lo que, sospecho, le será más sencillo. Eso no es respeto. Respetar al oyente es darle un poco de lo que quiere, y un poco de lo que yo quiero, porque ahí está la comunicación. A mí me gusta hacer un programa que me guste a mí antes que a nadie, después, si tenemos mucha suerte, al oyente.
–No es el camino que hoy se elige en los medios.
–Claro que no, si está lleno de aparatos que calculan lo que le gusta al otro a través de un continuo estado de encuesta, de medición. Incluso se va cambiando el discurso a medida que se está llevando a cabo: “No sigas hablando de los dioses del Olimpo porque medimos poco. Cambiá a cuál es la mejor pizzería”.
–¿Qué es lo que más te atrae de las nuevas tecnologías en la comunicación?
–Lo que me llama la atención para bien es la rapidez y la universalidad de la conexión, que hace que uno pueda juntarse con conocimientos cuyo rastreo antes insumía años. Te podés enterar en diez segundos de un dato que necesitás. Todo se hace más fácil, pero también todo se hace más fácil para el mal. Se hace más fácil conectarse con la droga, con el delito, con la perdición, con la estupidez, con la locura, con la violencia. Todo eso también llega en diez segundos. De manera que tiene sus aspectos positivos y negativos. Es cruel porque es rápida, inapelable, y puede destruir muy rápidamente. Porque además cala hondo. La rapidez y la eficacia son propios del poder.
–¿Qué es lo que te da miedo del presente o futuro cercano?
–La crueldad propia de artefactos como estos de los que hablamos, pero también las personas que usan esos artefactos. Buena parte del pensamiento político de la actualidad, que es cruel, que tiende a la intolerancia, al regreso de ciertos racismos, a la remisión de ciertos acuerdos que parecían definitivos y ahora son puestos en entredicho. No solo en la Argentina, sino también en el mundo. Y más allá de lo que uno piensa acerca del alcance del Estado, que es la discusión central de la política, hay también un aspecto humanista de la política que es preocupante. Cuando hay gente que piensa que las ayudas deben ser suspendidas para evitar la corrupción ya revela un mecanismo, no es solamente una cuestión circunstancial. Y no estoy hablando de Milei, sino de lo que pasa en general en el mundo.
–No pensar en el otro.
–Quizá la única razón de la vida en sociedad es la posibilidad de ayudar al otro. El centro es el otro, ¿qué podemos hacer por el otro? Esa es la pregunta. No de qué manera podemos progresar mejor, o ver de qué manera impedir que el otro prospere a nuestras expensas. No es de competencia, es de ayuda, y en eso yo siento que el mundo ha vuelto sobre sus pasos, y que se encamina de regreso a un individualismo que además es poco tolerante, tiene poca conmiseración.
–¿Estás orgulloso del camino recorrido?
–Claro. Si no estuviera orgulloso la alternativa sería ser demasiado pagado de mí mismo. Estoy orgulloso porque lo pude hacer con mis recursos ¿Qué voy a decir?: “No, la verdad es que yo tendría que haber escrito La guerra y la paz”. Me parece que están bien algunas cosas que hice, otras cosas que están todavía mejor, y otras cosas que están peor. Pero me siento orgulloso porque hay un esfuerzo, traté de hacerlo lo mejor posible. Si no me sintiera orgulloso sería como dejar un mensaje de superioridad: “Estoy preparado para hacer cosas sublimes”. Pues no… Y si es así, todavía no me enteré.
Gira La Venganza será terrible
Viernes 12: Teatro Seminari (Escobar)
Viernes 19: Teatro Coliseo Podestá (La Plata)
Viernes 2, 9 y 30 de agosto: Teatro Chacarerean (CABA)
Viernes 16 de agosto: Teatro Helios (El Palomar)
Sábado 24 de agosto: Teatro La Moreno (Bernal)