Alejandro G Iñárritu habla de ‘Bardo’, y de ser su peor crítico

 (Frank Ockenfels)
(Frank Ockenfels)

Hace nueve años, el director Alejandro González Iñárritu pasó ocho meses en la naturaleza canadiense con Leonardo DiCaprio y Tom Hardy. Estaban a -40 grados, el tipo de frío que corta hasta los huesos; el tipo de frío que hace que sea difícil abrir los ojos, como lo describió una vez DiCaprio. The Revenant, por la que Iñárritu recibió uno de los cinco Oscar a su nombre, se menciona regularmente al mismo tiempo que Apocalipe Now al hablar de los rodajes cinematográficos más duros de la historia. Comparado con Bardo, falsa crónica de un puñado de verdades, la última película de Iñárritu, fue un paseo por el parque.

¿Qué podría ser más difícil de hacer que The Revenant, una película en la que su estrella devoró el hígado crudo de un bisonte y varios miembros del equipo se marcharon debido a condiciones que una fuente describió como “el infierno en vida"? “Bardo fue 100 veces más difícil,” dice Iñárritu por Zoom desde su oficina en casa acogedoramente iluminada en Los Ángeles. En este drama extenso y surrealista, Daniel Giménez Cacho interpreta a Silverio Gama, un periodista, documentalista y claro sustituto de Iñárritu. Tienen la misma enorme barba gris. Cuando él y su familia van de vacaciones a su Ciudad de México natal, Silverio se sumerge en un sueño despierto repleto de ensoñaciones sobre la identidad, la historia y su inminente mortalidad. (En el budismo tibetano, “bardo” es el estado liminal entre la muerte y el renacimiento.) “Esto exigió más de mí que cualquier otra película,” dice Iñárritu. Olvida las montañas o los bosques; Bardo tiene lugar en el lugar más traicionero de todos: “Es la geografía personal de mi existencia.”

Bardo fue difícil de vender. Nadie quería hacerlo”, dice el director de 59 años. Así que dio un salto y autofinanció la película en sus primeras etapas. Más tarde fue comprado por Netflix. “La gente tenía miedo”, explica. “Esta no es una película convencional. Es una película personal; está en español; no tenía grandes estrellas mundiales; no quería que nadie leyera el guión.” Pero sus preocupaciones nunca apagaron su deseo de hacer Bardo. Más bien, lo avivaron. “Tengo este tipo de enfermedad en la que cuanto más me desafían las personas en algo, más me empeño. Cuando la gente dice, ‘Sí, eso es genial’ y da luz verde, eso dispara mi sospecha. Ya sabes, entonces tal vez mi idea no es original”. Encontrar financiamiento para Birdman, su alucinante sátira del mundo del espectáculo de 2015, protagonizada por Michael Keaton como un actor fracasado que regresa a Broadway, fue un lucha parecida. Ganó cuatro premios Oscar.

Si has visto una sola película de Iñárritu en los últimos 20 años: Amores perros (2000), 21 gramos (2003), Babel (2006) – sabrás que él experimenta con la forma. Bardo no es la excepción. Solo que esta vez, junto con una inclinación personal inconfundible y un largo tiempo de reproducción (dos horas, 39 minutos), su alegría ha llamado la atención. “Autoindulgente” es un reproche que se está difundiendo entre los críticos. También es una palabra que aparece en Bardo cuando Silverio se encuentra con Luis, un antiguo amigo y colega periodista (interpretado por Francisco Rubio), quien le reprocha a Silverio su trabajo “narcisista”, descartándolo como una “pretenciosa” mezcolanza de “escenas sin sentido” que “carece de inspiración poética”. Suena familiar.

Iñárritu normalmente retrocede ante la lectura de críticas, buenas o malas. “Trato de navegarlo con mucho respeto y cualquier opinión está súper bien pero no tengo ningún propósito para leerlo” dice, explicando que ninguna crítica cambiará la película. “Los artistas, podemos ser muy duros con nosotros mismos. Creo que tengo suficiente con un crítico como yo mismo”. Sin embargo, evidentemente ha visto las críticas de Bardo. ¿Su reacción? Reír. “Obviamente es un metamomento”, él dice. “No hay crítico más duro que uno mismo, así que sé lo predecible que es la mente y lo que se puede decir sobre la película. Todas las cosas que [Luis] dice son cosas que podía verme a mí mismo y a otros pensando, así que cuando sucedió en la realidad, me hizo reír porque reafirmó lo que decía la película”. Hace una pausa por un momento. “Lamento que algunos periodistas se lo hayan tomado tan personalmente, y yo diría que esa escena fue injustamente malinterpretada”. La escena trata sobre la opinión artística, dice Iñárritu, pero también sobre la verdad. “Su debate es sobre el mundo en el que vivimos. Es binario; reducimos todo a un lado o al otro y hay una incapacidad para ver rango,” él dice. “Como persona, estoy mucho en ese momento de mi vida, [dándome cuenta] de que no podemos fingir que algún punto de vista sea la verdad.”

Iñárritu está familiarizado con la crítica, como lo está cualquier aclamado gigante de la industria. Y en ocasiones anteriores, se le ha visto enojado. En 2015, lanzó una diatriba contra las películas de superhéroes. “Genocidio cultural”, fue como describió el género. Cuando un entrevistador citó su comentario a Robert Downey Jr, la estrella de Iron Man se burló de las raíces mexicanas de Iñárritu: “Mira, yo lo respeto muchísimo, y creo que para un hombre cuya lengua materna es el español, ser capaz de armar una frase como ‘genocidio cultural’ solo habla de lo brillante que es”. La respuesta del actor fue muy criticada; su publicista dijo más tarde que estaba destinado a ser “un cumplido”. Siete años después, a Iñárritu poco le preocupa. ¿Downey Jr se acercó para disculparse? “Por supuesto que no. Por supuesto que no. No espero eso”, se ríe. “Honestamente, no podría importarme en absoluto. Estoy completamente en contra de lo que dijo, pero defenderé su derecho a decir lo que quiera. Cualquier cosa que él quiera decir está bien, pero para mí se lee completamente de manera incorrecta”. Hoy, Iñárritu se muestra más melancólico que crítico del panorama cinematográfico actual. “Todo se está volviendo similar. Hay más seguridad en IPs, remakes, cosas que ya tienen valor en la cultura popular. El material original es cada vez más sospechoso, sin importar cuántos premios tengas”.

En persona, Iñárritu se comporta con la inteligencia casual y el entusiasmo de tu profesor favorito. Las gruesas gafas negras y el cabello de científico loco ayudan. A Iñárritu también le encanta hacer uso de los símiles. En el transcurso de nuestra conversación, compara ciertas situaciones con abrazar a un viejo amigo, alimentar a un fantasma insaciable, una tortuga hablando con un pez, el sabor del mango.

Iñàrritu ha dicho anteriormente que llegó a dirigir “muy tarde”. Tenía 35 años cuando hizo su primera película. Para entonces, había pasado cientos de horas detrás de una cámara filmando comerciales para un canal de televisión. Antes de eso, comenzó como locutor de radio. Bardo es una especie de regreso a casa para Iñárritu. Es la primera vez que filma una película en la Ciudad de México en más de dos décadas. Después de su debut en 2000 Amores perros, él y su familia se mudaron a Los Ángeles por su carrera, tal como lo hace Silverio en Bardo. La crisis de identidad que enfrenta Silverio no es diferente a la del propio Iñárritu. “Ese sentimiento de estar fuera de lugar es el esquivo material de Bardo”, dice. “Es difícil para los que no lo han vivido que puedan entender lo que quiero decir”.

 (© Limbo Films, S. De R.L. de C.V. Courtesy of Netflix)
(© Limbo Films, S. De R.L. de C.V. Courtesy of Netflix)

Para Iñárritu, esa sensación llegaba como la humedad. “No es como si alguien me hubiera tirado un balde de agua y me hubiera mojado de repente”. En cambio, lo compara con estar en una habitación bochornosa. “No te das cuenta de lo que está pasando hasta que todo se siente muy húmedo”. En los 21 años que lleva viviendo en Estados Unidos, “poco a poco esos recuerdos y afectaciones [de México] se han ido erosionando, y uno empieza a sentir que no es de ningún lado”. Una escena de la película lo ilustra bien. Silverio y su familia están en LAX regresando a casa desde México. Un oficial de la fuerza fronteriza interviene: “Esta no es su casa”, y argumenta que sus visas de residencia permanente no les dan derecho a llamar hogar a Estados Unidos. La escena es prácticamente una recreación palabra por palabra de algo que le sucedió a su esposa hace tres años. “María vino a mí llorando y me contó la historia”, recuerda Iñárritu. Es extraño, dice, “cómo tu identidad puede cambiar básicamente por el simple hecho de que alguien interprete incorrectamente un papel”.

En 2016, Iñárritu entró en un estrato enrarecido. Con Birdman y The Revenant, se convirtió en el tercer cineasta en ganar premios Oscar consecutivos al mejor director, uniéndose a John Ford y Joseph L Mankiewicz. Cada una de las seis películas de Iñárritu ha sido nominada al menos a un Premio de la Academia. Comparten un total de 45 reconocimientos entre ellos. El mes pasado, Bardo fue preseleccionado como Mejor Largometraje Internacional. Iñárritu admite que ser reconocido por tus compañeros es un “hermoso” y que ganar un Premio de la Academia es “obviamente fantástico” en la forma en que puede ayudar a cambiar una carrera. En estos días, sin embargo, busca algo menos tangible. Es ese momento, dice, “cuando la audiencia está tan conmovida por una película sobre algo tan personal para mí y por medio de eso nos conectamos. Es indescriptible, esa sensación de no estar solo, de ser comprendido y de ser entendido”.

Veinte años muy exitosos en la industria le han enseñado mucho a Iñárritu sobre cómo tener mucho éxito. Es decir, no es todo lo que parece. “Te puedo decir que no hay pieza de metal o premio que resuelva lo importante, tus profundas necesidades íntimas”. Encontrar el éxito es darse cuenta de que el éxito en sí mismo es un espejismo, dice. Es una lección difícil de aprender, pero se la ha tomado muy en serio. “En este momento de mi vida, el verdadero éxito es básicamente no querer el éxito.” Se ríe, y agrega: “Ya no estoy persiguiendo el espejismo. No significa que haya resuelto nada. ¡Sigo siendo el mismo idiota! Por favor, no me consideren un tipo con sabiduría. No soy sabio, solo un poco más consciente de que el éxito no hará que mis problemas desaparezcan”.

Con la sonrisota de quien ya se la sabe, me dice: “Ya sé que vas a escribir, ‘Este hijo de p*ta, por supuesto que puede decir todo eso después de haber ganado cinco premios Oscar”. Pero creo que cada ser humano que lea esto entenderá lo que estoy diciendo. Sea cual sea el éxito que hayamos logrado, está demostrado que no ha cambiado nada cuando se trata de las cosas realmente importantes. Tus ansiedades, tus inseguridades; nunca serán resueltos por el éxito exterior”. Bueno, por supuesto, este tipo puede decir eso. Ha ganado cinco premios Oscar.

Bardo, falsa crónica de un puñado de verdades ya está en cines selectos del Reino Unido y en Netflix.

Traducción de Jennifer Adcock Treviño