Alex Nante: “Mucha gente cree que ya no existe el oficio de sentarse con un piano, un lápiz y un papel a escribir música”
¡Qué haya alabanza para ti, oh sabiduría!, reza a modo de oración uno de los cánticos de la mística alemana Hildegard von Bingen, filósofa, médica, teóloga y compositora cuya obra continúa siendo motivo de estudio y fascinación desde la Edad Media hasta nuestros días. De esa notable producción, que le granjeó una autoridad y respeto excepcionales para una mujer del siglo XI, surge el tema de la sabiduría como una de las ideas rectoras de su pensamiento, y la reflexión en torno a esa conciencia expresada en forma de música.
A partir de este jueves 16, bajo la dirección del talentoso compositor argentino Alex Nante, el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) presenta La sed, un programa de concierto integrado por piezas medievales y contemporáneas en interpretación del ensamble Terra Lúcida (con voces solistas, cellos y coro), que incluye el himno de la santa abadesa benedictina O Virtus Sapientiae (¡Oh virtud de la sapiencia!) junto con trabajos del propio Nante, a cargo también de la dirección de este proyecto que se propone recuperar el carácter colectivo, interreligioso y ritual de la música.
Sobre estas creaciones y sobre el panorama actual de la música contemporánea, LA NACION dialogó con el joven músico, nacido en Buenos Aires, formado en la Argentina y en el Conservatorio de París, doctorado en el King’s College de Londres y considerado por figuras de la talla del director norteamericano Kent Nagano y de su mentor, el recientemente desaparecido director y compositor húngaro Peter Eötvös, una de las voces más originales de su generación. Con su obra, caracterizada según palabras propias “por una atmósfera nocturna y onírica”, Nante busca la creación de una música cercana a la espiritualidad.
En busca de la luz
-¿Cómo se conjugan tus obras con las de Hildegard von Bingen?
-El título La sed tiene que ver con la sed espiritual, la sed de sentido y de luz con la que todos nos identificamos, seamos creyentes, religiosos o no. Aquí estoy presentando obras escritas para este proyecto y otras anteriores, relacionadas con la temática y con el trasfondo de la búsqueda de la luz que es el leitmotiv de mi obra. Hacía tiempo que quería armar este proyecto, que parte de prácticas meditativas con cantos rituales, cantos comunitarios y músicas de diferentes tradiciones espirituales que van más allá de la barrera que separa lo amateur de lo profesional. De las piezas que cantamos de Hildergard von Bingen con Terra Lúcida, presentaremos ¡Oh virtud de la sabiduría!, que habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y de la sabiduría que recubre todos los nombres, la unión que es la sophia, el aspecto femenino de Dios que une a los seres humanos y a los seres humanos con el sentido.
-Hablás de la luminosidad como leitmotiv ¿Qué otros componentes se reconocen en tu música?
- La luz está siempre presente pero aquí, por la idea del ritual, es más concreto y radical el acercamiento que en otras piezas puramente instrumentales o de concierto. La idea de la evocación de la luz es una constante y la manera en que puedo traducirla en sonidos es algo intuitivo y misterioso. Hay parámetros (melodía, ritmo y discurso musical), que desde el punto de vista técnico pueden estar al servicio de la transformación de una atmósfera que comienza caótica y sombría, y progresivamente se dirige a una luminosa y diatónica. Otro componente de mi lenguaje es lo melódico, y por eso la voz tiene un rol principal y cada vez me dedico más a escribir para la voz humana. Acabo de presentar mi 2º Sinfonía para solistas, coro y orquesta con la Orquesta Nacional de Lille en Francia y estoy componiendo mi 3º Sinfonía, una obra para solistas, coro, órgano y orquesta encargada por Kent Nagano a estrenarse en Hamburgo. En esta última composición —cercana a lo que estamos presentando aquí— trabajo con textos de diversas tradiciones espirituales: salmos y pasajes de San Juan de la Cruz y de Rumi, escrituras en hebreo, árabe, latín, persa y sánscrito. Es una exploración del símbolo del corazón que está presente en todas las tradiciones.
-¿Cómo describís el proceso de transformación de lo oscuro a lo brillante en la música?
- Como un trabajo alquímico . Parto de lo que espontáneamente surge de mi inconsciente y a partir de allí me dedico a purificar esa materia. Alquímico en el sentido de que me siento influenciado por los elementos y los centros de energía: la tierra, el agua, el aire, el fuego. Trabajo con esas ideas que derivan de experiencias con la meditación y el sueño, lo onírico, que es donde encuentro material de carácter narrativo para ciertas obras.
-¿No sólo como inspiración sino también como método? ¿De dónde surgen los primeros impulsos musicales?
-En mi caso de la melodía. Esa es la semilla de la obra. Parto de ciertos giros melódicos y de allí voy armando la pieza porque incluso las líneas que acompañan la melodía principal, tienen una elaboración compleja. Cuando escribo obras orquestales sí trato de tener un poco más clara la forma o al menos un esbozo.
La música contemporánea, hoy
-Cuando hablamos de “música contemporánea” nos referimos a más de un siglo de música y seguimos considerando “moderno” aquello que se creó a comienzos del siglo XX ¿Por qué sin embargo sigue existiendo tanta distancia con el público?
-Creo que ese vínculo está cambiando, porque se ve una gran multiplicidad de estilos que van desde músicas extremadamente abstractas a otras más abordables.
-¿Hay nuevas líneas rectoras en la composición? ¿Cuál es el panorama de las escuelas?
-No estoy muy seguro. Voy a muchos conciertos en Europa y no veo líneas predominantes. Sí puedo mencionar algunas corrientes que siguen de moda en Francia, aunque menos marcadas, como el Saturacionismo [N. de la R.: trata el sonido más próximo al ruido], que es lo opuesto a lo que yo hago; el Minimalismo que sigue de pie; las corrientes neoclásicas y todas aquellas que se consideran Post-espectralistas, derivadas del Espectralismo de Murail y Grisey. Pero los límites se están desdibujando y no veo tendencias fuertes, justamente por esa flexibilidad que permite incorporar consonancias que antes eran impensables.
-A pesar de esos permisos ¿se admite como igualmente “culto” el uso de las armonías consonantes y la tonalidad, o persiste el rigor vanguardista que lo rechaza a rajatabla?
-Diría que ahora hace menos ruido [irónicamente, expresa lo contrario en el juego de palabras]. Mi música se programa sin problemas en festivales muy de vanguardia. Antes no hubiera sido posible. Hoy, las escuelas están cada vez menos presentes. Hay una enorme libertad, lo cual es muy bueno, aunque, al mismo tiempo implique la ausencia de líneas rectoras claras. Destaco la apertura hacia lenguajes con armonías más tradicionales que antes, hace 10 o 20 años, no estaban permitidas. En mi Prix del Conservatorio de París presenté incluso una obra bastante diatónica y fue todo un riesgo. Me aprobaron, pero algunos miembros del jurado se opusieron. Hace 20 años, jamás me hubieran aprobado una obra así.
-¿Qué te hubiesen objetado desde el punto de vista académico?
-El lirismo, el uso de formas tradicionales, el tratamiento de la voz humana. En ningún momento uso “técnicas extendidas” [NR: modos de tocar los instrumentos que no son los propios, por ejemplo, el violín para hacer percusión], recursos que no están en sintonía con mi estética. Luego, el lenguaje armónico que, si bien es complejo, siguen siendo bastante transparente; los giros hacia la tonalidad, los momentos modales, etcétera. ¡Pero me aprobaron!
-¿Cómo es ser un compositor en pleno siglo XXI?
-En la Argentina no está muy valorado. Aquí prácticamente no se hacen encargos ni estrenos. Mucha gente cree que este oficio ya no existe, el de sentarse durante varios meses, sin una computadora, solo con un piano, un lápiz y un papel, a escribir música. Charles Ives decía que en el fondo toda música es programática, porque no existe tal cosa como la música completamente abstracta y si no hay un programa explícito, el público se inventará el suyo, de modo que, más o menos cercano a un relato o una pieza de teatro, la música cuenta una historia, y en ese sentido, por más perdido en el tiempo que parezca este oficio, todavía estamos aquí.
La sed - Centro de Experimentación del Teatro Colón
Idea y dirección: Alex Nante. Solistas vocales: Clara Dardanelli, Ayelén Isaia, Soledad Molina, Ramiro Cony y Víctor Torres. Solistas instrumentales: Matías Villafañe y María Eugenia Castro (cellos). Ensambles y coro “Agrupación Terra Lúcida”. Obras: O virtus Sapientiae de Hildegard von Bingen (Alemania, 1098-1179) y piezas de Alex Nante (Buenos Aires, 1992-). Funciones: 16, 17, 18 de mayo a las 20 hs., 19 de mayo a las 17 hs.