Alicia se cae al socavón del mundo virtual
Alicia al socavón. Dramaturgia, coreografía y dirección: Carlos Trunsky. Intérpretes: María Kuhmichel, Gastón Santos y Emanuel Ludueña Libro: Carlos Trunsky y Mariel Monente. Música: Pablo Bursztyn. Vestuario: Jorge López. Escenografía: Carmen Auzmendi. Luces: Daniela García Dorato. En el Teatro El Grito, Costa Rica 5459. Funciones: domingo, a las 20.30. Entradas por Alternativa Teatral.
Nuestra opinión: Muy bueno
Un siglo y medio después de la publicación de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (1865), la célebre novela del clérigo, matemático, fotógrafo y escritor Charles Lutwidge Dodgson (verdadero nombre detrás del seudónimo de Lewis Carroll) sigue inspirando a creadores en múltiples lenguajes. En superproducciones cinematográficas como en trabajos escénicos, del más despampanante al más íntimo, las versiones y adaptaciones sobre este título son insondables. Incluso las reediciones del primer libro y del segundo, Alicia a través del espejo, constituyen toda una biblioteca en sí misma, donde hallar traducciones en diferentes lenguas, ejemplares ilustrados, comentados o enriquecidos con material histórico, cartas, manuscritos y dibujos originales.
Ahora, en la nueva obra de Carlos Trunsky, una pieza de teatro musical contemporáneo, el Conejo Blanco es sorpresivamente rosado, la Oruga sigue metamorfoseándose y el Sombrerero da paso a otros personajes igualmente locos, como el tal Apparicio, con doble “p”, como una “App” de celular. Y Alicia... Bueno, Alicia solamente a simple vista podría ser aquella, con su vestidito celeste Disney. Aquí cae al socavón -ya no en la madriguera, ya no hacia abajo, sino hacia arriba, donde está “la nube”- y la chica que fue, ahora grande, desemboca en el mundo de la virtualidad.
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No debería sorprender tal manejo de los lenguajes en manos del coreógrafo, un director que además de la danza -su fuente de origen y principal vertiente- ha transitado la escena por los canales de la ópera. Sin restar un ápice de su creatividad al movimiento, Trunsky aquí apoya el trabajo en la palabra, con un libro que por primera vez escribió a cuatro manos con Mariel Monente y que captura completamente la atención del espectador, no solamente desde el guiño humorístico sino desde la sonoridad y el sentido que la trama construye. Vale la pena hacerse a la salida de un ejemplar (digital, por supuesto).
Así, se embarca una “travesía dislocada” que deja a los tres magníficos intérpretes, la protagonista (Alicia luego Vera: la bailarina María Kuhmichel), El Narrador (el actor Gastón Santos) y El ilustrador (el multifacético Emanuel Ludueña, que interpreta a todas las bestias), en un laberinto regido por las leyes de la conectividad y la inmediatez. “Es inminente, es ya-ya-ya”, dicen.
Basada en obras, fotografías y cartas de Carroll -no hace falta saberlo de antemano, pero el autor retrató y mantuvo una relación que devino en correspondencia con Alice Liddell, la niña que la inspiró-, Alicia al socavón explora esta realidad alterna tan parecida a la nuestra a lo largo de nueve escenas. Desde el mismo momento en que se abre la tapa de un libro robusto (un ejemplar de la bellísima edición ilustrada por el francés Benjamin Lacombe, que publica Edelvives), la acción avanza entre narraciones y canciones. “Tecno-extraviarse en el ciber-espacio ir de ya, en ya, cultivando el hastío. Tecno-extraviarse aquí y al instante ir de ya, en ya. Sin recordar”, cantan.
Pegada a su “palmantalla”, con luz azul y gesto selfi, Alicia va balbuceando una oda al “celu” que se inmiscuye en un texto de amplio glosario techie, que podría sonar tanto a parodia de la cultura digital como a reflejo de la sociedad mediatizada de hoy.
Parece mentira pero en el siglo XXI hasta la medicina le dio el nombre de la chica del País de las Maravillas a un síndrome sobre la forma distorsionada en que algunas las personas perciben el mundo que los rodea, que puede incluir alteraciones sobre su propio cuerpo y el espacio que ocupa, tanto en la visión como en el tiempo.
Como la obra de Carroll, cuyo encanto no tiene fecha de vencimiento, también aquí lo que en apariencia es disparatado puede derivar en profundas reflexiones.