Aníbal Pachano: la despedida de los escenarios, el mito de su intento de suicidio, sus años de arquitecto y cuándo empezó a bailar
Se despide de los escenarios y quiere hacerlo a lo grande. Luego de 40 años de carrera dedicados al music hall, Aníbal Pachano dará este año por terminada su etapa como bailarín para emprender otros desafíos. El adiós comenzó este verano en Carlos Paz, donde estrenó Así... vuelvo, que cosechó 14 nominaciones a los Premios Carlos (y se alzó con siete trofeos, incluido el Premio Consagración), y proseguirá desde el sábado 7 de mayo en el remozado Teatro Regina de la avenida Santa Fe al 1200.
“Aquí cuento la historia de mi vida profesional a través de distintos cuadros musicales, algunos aún muy recordados por el público. Me acompañan 13 artistas impresionantes que me ayudan a explicar, por ejemplo, de qué se trató Botton Tap (el glamoroso grupo artístico que fundó en los 80 junto a su exmujer, Ana Sans), y a reproducir sus emblemáticas coreografías, claro. Y entre todos damos forma, también, al famoso cuadro dedicado a Eva Perón, el que bailé en la avant premiere argentina del film Evita, en el teatro Gran Rex y nunca volví a hacer hasta ahora. De esta manera quería regresar a un escenario y de esta forma pienso retirarme, con un espectáculo de alta calidad, abarcativo, emotivo y sin ningún golpe bajo”, resume el factótum de la propuesta.
–¿Por qué tomaste la decisión de dar un paso al costado?
–En principio aclaro que esto no significa que vaya a abandonar la profesión. Sólo le digo adiós al bailarín. No dejaré de dirigir, de hacer las puestas en escenas, las escenografías y todo lo que siempre hice habitualmente para un musical, pero el Pachano protagonista de music hall ya fue. Me parece que es un momento de quiebre para poder darle el permiso a una nueva generación para poder hacer y mostrar lo suyo. Yo quiero pasarles la antorcha a todos esos bailarines y bailarinas espléndidos de 20, 25 y 30 años, que son la sangre nueva. Era hora de hacerlo, no tengo ganas de forzar una situación escénica ni prolongarla porque sí en el tiempo. A mí esto no me provoca tristeza ni nada por el estilo, pero veo que al resto lo ha sorprendido y mucho. Y no sé por qué. Esto para mí es un cambio más, como cuando decidí pasar de arquitecto (profesión que ejerció con éxito durante varios años) a artista. Son etapas que se cumplen y punto. Y mi decisión me va a permitir entrar en otro mundo del teatro, el de la comedia y el drama. Ya van a ver.
–¿En Así… vuelvo también pasás revista a los sucesos que marcaron tu vida personal?
–Golpes bajos, como te dije, no hay. O sea que no hablo de mis enfermedades. Pensaba hacerlo en un principio, pero después cambié de idea porque la verdad es que estoy fenómeno. De esos temas puedo seguir hablando en notas periodísticas para hacer divulgación sobre el VIH, la diabetes y el cáncer y ayudar a la gente, pero no quiero apelar a algo así sobre un escenario. Sólo hablo de lo lindo que me pasó en el mundo del espectáculo porque quiero que Así…vuelvo sea, exclusivamente, una instancia de diversión y relax para el espectador.
–Hablemos de tus primeros escarceos con el baile. ¿Es verdad que siendo adolescente concursaste en el programa Alta tensión, y que por haber quedado eliminado quisiste suicidarte?
–Sí y no. Resulta que mi mejor amigo de la secundaria era el hijo del director de Canal 13. Entonces entré por él directamente al mundo de la televisión. ¡Bah! a sus pasillos. Allí conocí a Ástor Piazzolla, a Horacio Ferrer y a Amelita Baltar, gente muy grosa. Y también conocí a Fernando Bravo, que conducía Alta tensión. Luego, como caradura, me presenté a una prueba para el programa en la cancha de San Lorenzo, y como yo era un enano y el resto todos altísimos, obviamente no me eligieron y ahí termina la anécdota. Aún no termino de descubrir quién fue el que difundió eso de que después me quise matar. ¡Pero por favor: fue el invento de alguien que perdura a través de los años y que no logro que omitan en Wikipedia!
–¿Cómo continúa tu acercamiento al mundo del espectáculo?
–Yo, de chiquito, tenía una inclinación hacia el arte. Pero no precisamente al baile. Era un dibujante precoz. Pero de repente, una vez, en el colegio de Villa Carlos Paz, adonde habíamos ido a vivir con mi familia, nos pidieron que preparásemos como trabajo práctico una coreografía de Zorba, el griego. Ahí de golpe, y con solo 10 años, armé la coreografía y hasta me ocupé del vestuario. Muchos años después, más precisamente en 1984, tuve la suerte de conocer en vivo y en directo a Anthony Quinn , el protagonista de aquel gran film, cuando vino a la Argentina y asistió a ver uno de los shows de los Botton Tap en Michelángelo. Luego de aquel episodio empecé a bailar folklore y siempre me elegían para las fiestas escolares porque tenía ritmo y oído pero, claro, era un gaucho raro porque era rubio y con rulos (risas) y las botas me bailaban porque tenía pie chico. Después la cosa quedó ahí y volví a dedicarme intensamente al dibujo. Finalmente me relacioné con el mundo del espectáculo a través de una revista muy famosa de aquella época: Radiolandia.
–¿Cómo fue eso?
–En ese momento me había especializado en dibujar caras. Las más difíciles de reproducir en lápiz eran, por las forma de sus bocas, las de Rodolfo Bebán y Erika Wallner. Gracias a uno de esos trabajos, que copié fielmente de una fotografía publicada en Radiolandia, me contratan en Buenos Aires para trabajar en RCA Victor y, ya en el sello discográfico, tomo contacto con músicos y artistas de todo tipo. Pero en realidad no trabajo como ilustrador, ¿eh? sino como cadete. Aún estaba en la secundaria, no tendría más que 16 años, pero necesitaba trabajar y estar allí era como tocar el cielo con las manos.
–Si te interesaba tanto ese mundo, ¿por qué al terminar la secundaria te decidiste por una carrera universitaria formal?
–No lo sé. Primero empecé estudiando Ingeniería y eso fue un disparate porque no tenía nada que ver con la carrera, y de ahí me pasé a Arquitectura, donde comencé una carrera maravillosa de la cual tengo los mejores recuerdos. Así entré al mundo de los dibujantes y luego a uno de los estudios de arquitectura más importante del país, el de Tuqui Jantus, donde desarrollaba los planos para las obras. Él fue el maestro mayor de obras de Alejandro Bustillo y él me enseñó toda una técnica de lápiz para dibujar los planos y ahí me especialicé. A los 21 años me independizo y empiezo a generar mis propios trabajos. Luego ingreso a otro estudio de arquitectos jóvenes, que son los Natanson y Minond y ahí me permito crear y transformarme en un arquitecto proyectista, todo eso en paralelo a la universidad, mientras estudiaba. Yo me recibo en 1980 y con ellos trabajé entre 1974 y 1983. En pocos años hice un carrerón, porque también trabajaba para otros estudios y era docente.
–Me imagino que toda esa formación y trabajo te posibilita conducir 40 años después Ciudad de cúpulas, el programa de Canal á que este año va por su segunda temporada, ¿no?
–Exactamente. Ya grabamos la segunda temporada y seguramente haremos una tercera. Porque cúpulas y remates de edificios hay muchísimos para seguir descubriendo y analizando, y no sólo en Buenos Aires. Por eso este segundo año intercalamos cúpulas de la Capital con varias de Rosario, que son divinas. En la tercera deberíamos seguir incursionando por el Interior, yo creo que la próxima parada debería ser Córdoba. Estoy muy conforme con el programa y la devolución en la calle –de la gente común, del encargado de un edificio, del kiosquero, de la ama de casa que baldea la vereda, como asimismo de la señora paqueta de Recoleta– es maravillosa. Yo creo que el mensaje del programa le llega a todos porque lo descontracturo, hablamos de arquitectura, sí, pero de una manera llana y hasta con humor.
–¿Por qué un día dejaste la arquitectura?
–Porque me harté. Tenía 27 años, era el final del Proceso y la mano para construir se había puesto complicada. Al comienzo de la democracia también pasó lo mismo. No había dinero. Entonces, de hacer edificios, la ópera de Salta o escuelas diferenciales –todos proyectos que me habían llenado de orgullo– tenía que pasar a hacer baños o cocinas. Y la verdad es que no tenía ganas de que mi carrera se transformara en eso. Así que en un momento de mucho estrés decidí parar la pelota, dar vuelta la página y me puse a estudiar baile con Alberto Agüero (el gran difusor del tap dance en los 80). Así pasé de la arquitectura a convertirme en bailarín.
–¿Cómo nacieron los Botton Tap?
–La seguidilla de acontecimientos fue así: primero empiezo a estudiar con Agüero, ahí la conozco a Ana, nos vamos a vivir juntos, nos casamos y armo BottonTap, todo en un año. En tiempo récord, como siempre hago todo. Nos juntamos un grupo de gente de distintas disciplinas –Maco, Pato, Ana y yo– y a partir de ahí generamos un proyecto distinto, con un marketing y una estética muy particulares, que era la que los cuatro teníamos a flor de piel.
–Una estética glamorosa.
–Sí, glamorosa. Y además teníamos devoción por un cabaret, por el Cotton Club, un cabaret muy famoso, fundado en 1920 en Harlem. Nos inspiramos en aquel lugar y decidimos construir un proyecto. Para mí fue como volver a construir un edificio o una casa. Concebimos un grupo teatral único e icónico en la Argentina, del que no hubo, no hay ni habrá otro igual. Porque está claro que los Botton Tap no tienen sucesor.
–Primero trabajan en teatros, luego irrumpen en la televisión. ¿Cuánto le debés a Juan Alberto Badía y al programa Badía & Cía, donde solían presentarse habitualmente?
–Yo le debo mucho a Badía, a Eduardo Bergara Leumann y, en primer lugar, a María Martha Serra Lima. Ella fue nuestra madrina y con ella trabajamos por primera vez en el famoso Michelangelo de San Telmo . Fue quien posibilitó nuestro ingreso a esa casa de shows y a ese mundo. Y luego, entre 1984 y 1987, fuimos los niños mimados del lugar. Allí también trabajamos con Maria Creuza, Estela Raval, Alberto Olmedo y Moria Casán. Más tarde Moria nos lleva a la avenida Corrientes y debutamos en una revista, en Las elecciones generales, y a partir de ahí arrancamos con nuestros espectáculos propios, empezando en 1988 por Amapola. Lo estrenamos en Punta del Este, no esperábamos a nadie y el boca en boca lo convirtió en un éxito. Al volver a Buenos Aires hicimos tres meses en el teatro Lorange y luego nos mudamos al Regina. En esa temporada me ve por última vez mi mamá y nace mi hija Sofía. Por eso ese teatro, al que vuelvo ahora, es tan importante en mi vida.
–¿Ustedes se autogestionaban?
–Siempre me autogestioné, igual que ahora. En “Así...vuelvo” estoy acompañado por WE Latinoamerica Entertainment. Ellos se encargan de la producción ejecutiva y yo de la producción artística. Toda la estética es mía, al igual que la concepción y el armado del espectáculo. Por ejemplo, la escenografía y el vestuario son míos. Tengo desde hace 30 años un depósito en Devoto repleto de elementos escenográficos y ropa de todo tipo. Nunca quise venderlo, regalarlo ni prestarlo. Es parte de mi ADN y partirá conmigo.
–Este verano, a poco tiempo de estrenar Así...vuelvo en Carlos Paz, pasaste de cobrar una entrada fija a realizar el espectáculo a la gorra. ¿Por qué? ¿Te dolieron las críticas que esta medida despertó en el resto de las compañías?
–A la galera, prefiero decir yo. Como dueño de mi espectáculo tuve y tengo el derecho de tomar las decisiones que deba adoptar. Y si yo tengo que sostener una compañía de 30 personas voy a clarificar cuáles son mis necesidades y cuál es el marketing adecuado para lograrlo. La otra alternativa era volverme a mi casa y ponerme a llorar cual Sarah Bernhardt. Pero no, cuando vi a la semana del estreno que la cosa no venía bien decidí pasar a hacer el espectáculo a la galera. Y entonces cambió la suerte del espectáculo, vino todo el mundo, cada uno aportó lo que pudo, y así llegamos al final de la temporada. Todos los grandes artistas han hecho alguna vez funciones a la gorra y los espectáculos independientes se mantienen así, con ese sistema. Así que no sé por qué algunos se sorprendieron tanto y hasta se desgarraron las vestiduras. No hay que ser hipócritas, muchos productores suelen llenar sus salas con invitados y con los famosos 4x2 (cuatro entradas al precio de dos). Yo creo que estamos en un momento en que hay que cortarla con la mentira y dejar que cada uno se la rebusque como pueda. Basta con levantar el dedito acusador contra los que autogestionamos nuestros espectáculos. Yo no le debo plata a nadie, todo lo que tengo me lo gané y encima doy trabajo. Así que no me jodan, ¿eh?
–¿Lo volverías a hacer aquí, en Buenos Aires, si la situación lo requiere?
–Absolutamente. Lo volvería a hacer y de la misma manera. Yo soy de los que piensan que el espectáculo siempre debe continuar.
–Por último, ¿te gustaría dejar un legado? ¿Cuál sería?
–Sí. En lo personal el legado es mi lucha contra el VIH, el cáncer y la diabetes . Mi legado es mirar la vida en positivo. Por eso hoy estoy tan bien y eso es lo que quisiera enseñar, a transitar en positivo las enfermedades y los distintos momentos dolorosos de la vida. En principio uno no debe auto engañarse, hay que cuidarse como corresponde y cambiar los hábitos. Todo es un aprendizaje. Y en cuanto a lo artístico, me gustaría que las nuevas camadas de artistas adoptasen mi sistema de trabajo independiente, que aprendan a autogestionarse y a convertirse en sus propios empresarios. Así van a ser dueños de su arte y de su destino.
Así…vuelvo. Con Aníbal Pachano y elenco. Dirección: Aníbal Pachano y Alejandro Lavallén. Teatro Regina, Santa Fe 1235. Funciones: desde el sábado 7 de mayo. De jueves a domingos. Jueves y domingos, a las 20; viernes y sábados, a las 21:45.