Anna Magnani: la antidiva que le arrojó una fuente de fideos a Roberto Rossellini, recordaba con cariño su paso por Buenos Aires y dejó una huella imborrable en la pantalla grande
Pidió su plato característico, aquel que sabía que tanto le gustaba, y cuando él pensaba que lo degustaría finalmente lo percibió en su sien. Ese fue el corolario de un amor impreso en celuloide, tinta y escarmiento que llegaba a su fin con la llegada de otro amor. Tirándole una fuente de fideos por la cabeza fue la manera en la cual la gran Anna Magnani le dijo a Roberto Rossellini que no permitiría la lectura de cartas a escondidas y llamados furtivos que traían la intuición certera de un adiós.
Todo había comenzado con una misiva que había recibido Rossellini escrita con volcánica decisión: “Querido M. Rossellini, he visto sus películas Roma, ciudad abierta y Paisá y me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no olvidó su alemán, a la que no se entiende mucho en francés y que en italiano solo sabe decir ‘’ti amo’', entonces estoy lista para hacer una película con usted”, escribió una famosa actriz en 1948. Ella era Ingrid Bergman, fulgurantemente bella y ya mundialmente famosa por Casablanca, Por quién doblan las campanas, Luz que agoniza, Cuéntame tu vida y Juana de Arco. Rossellini era para entonces uno de los nombres fundamentales del novel neorrealismo italiano, y ya había realizado títulos memorables como Roma, ciudad abierta, Paisá y Alemania, año cero. ¿Cómo prosiguió la historia? Rossellini viajó a los Estados Unidos y de Nueva York tomó un tren a Los Ángeles para entrevistarse con Ingrid Bergman. Quedó encandilado con la actriz y poco tiempo después filmaban Stromboli juntos en Italia, donde el romance se consolidó a tal punto que fue un escándalo sin límites.
Lo singular de esta historia de amor, adulterio y abandono era que Rossellini estaba casado pero no con Anna Magnani, con quien mantenía una relación reconocida pero paralela a su matrimonio con Marcella De Marchis; en tanto, Bergman escribía a su marido, el médico sueco Peter Lindström que la esperaba en Estados Unidos, que no volvería a sus brazos cuando el romance con el director italiano se afianzó. Todo fue peor cuando el 2 febrero de 1950 nació Roberto Ingmar Rossellini, el primogénito de la relación que había sido concebido en rodaje y de quien cuya primera noticia dio la vuelta al conocerse públicamente en diciembre de 1949 los siete meses de embarazo de la actriz. Declarada persona non grata en los Estados Unidos, Bergman tuvo que refugiarse en Italia. ¿Qué hizo entretanto la antigua musa de Rossellini? Anna Magnani estaba rodando, bajo las órdenes del alemán William Dieterle la película Vulcano, con un argumento que competía casi de manera directa con Stromboli. Por si fuera poco la película se estrenó aquel 2 de febrero y la prensa, al enterarse de que el pequeño Roberto venía al mundo, comenzó a abandonar la platea dejando sola a Magnani con el film y con un fracaso comercial que ese fallido estreno auguró .
Pero Magnani ya era reconocida tanto por su temperamento como por una de las escenas de mayor trascendencia de la historia del cine, la de su muerte como Pina en Roma, ciudad abierta, además película símbolo del neorrealismo italiano. Hija de una modista y de padre desconocido, parte de su infancia transcurrió en Alejandría y al regresar a Roma fue criada por cinco tías y su abuela materna. Fue una infancia dura, tamizada por el deseo de triunfar en el mundo del espectáculo ¿Tenía el perfil para ser una estrella? Decididamente, su rostro anguloso, sus labios sin relieve y su dura mirada la alejaban del estrellato requerido entonces para las grandes divas de la pantalla. Sin embargo, consiguió de la mano del fascista Goffredo Alessandrini entrar en el mundo del cine con tan sólo 28 años y prolongar un reconocimiento en el público que provenía principalmente de los espectáculos en los que acompañaba al inmensamente popular Totó. “ Y el teatro me llevó a todas partes, incluso al otro lado del océano, hasta Argentina, en Buenos Aires. Me emocioné mucho cuando actué en el Teatro Odeón. Había muchos italianos entre el público. Actuar era vida para mí ”, recordaba en su biografía la mítica actriz sobre su llegada a nuestro país en esos años de intensa actividad teatral.
Su primer rol de relevancia, y con un nombre de peso, lo había conseguido en 1941, cuando Vittorio de Sica le asignó el papel de Loletta, la novia de su personaje para Nacida en viernes. Fue el comienzo relevante para una actriz que con Roma, ciudad abierta conocería de manera conjunta el amor y el estrellato con una película que comenzaba a rodarse en Roma en enero de 1945 y donde ella y Aldo Fabrizi eran los únicos actores profesionales de todo el reparto. Formalmente, desde hacía una década ella estaba casada con Alessandrini, de quien se separó en 1950 y que terminó su carrera cinematográfica en la Argentina dirigiendo Rumbos malditos y Mate cosido. Aun antes de su relación con Rossellini, Magnani reconoció a Cellino, que nació en 1942 y fue víctima de poliomielitis, como fruto de su romance con el actor Massimo Serato. En 1948, con Rossellini había filmado la primera parte de Amore, con el monólogo de Jean Cocteau La voz humana, que casi era un testimonio desesperado de lo que le sucedería poco después en la vida real.
Ya sin Rossellini, Magnani tendrá un trabajo descomunal y aclamado por el público y la crítica (que le otorgó el premio a la mejor actriz) en Bellissima, de Luchino Visconti, como aquella mujer que aspira el ascenso social a través de la consagración de su hija en el mundo del espectáculo. Filmada en Cinecittá, el francés Jean Renoir la convocará para Le Carrosse d’or. Pero, curiosidades del destino, así como las películas que Rossellini hizo luego de Stromboli con Ingrid Bergman fueron un monumental fracaso, parte del aura de Magnani se eclipsó en Italia con varias películas de poca trascendencia. Así, manteniendo su reconocible marca en el cine internacional, buscó revalidar sus cartas en el extranjero y así fue como rodó en 1955 La rosa tatuada, dirigida por Anthony Mann, donde compartió cartel con Burt Lancaster. Fue uno de los grandes aciertos de su vida, el público se conmovió con su afligido papel de Serafina delle Rose y la industria la reconoció con creces: ganó el Oscar como mejor actriz, sumando el Globo de Oro y el Bafta de la Academia Británica.
Al año siguiente recibe una mención especial en el Festival de Venecia y el Nastro d’Argento a la mejor actriz por su retorno al cine italiano con Suor Letizia, de Mario Camerini. Convertida en un nombre descomunal del cine, Magnani intervino luego en films de George Cukor, Renato Castellani, Sidney Lumet y Mario Monicelli hasta que con, gran desconfianza, recibió a un reconocido intelectual italiano que quería rodar su segunda película. Así llegó Anna Magnani a Mamma Roma, la película que la convirtió en símbolo permanente de Italia y que la unió en la pantalla al gran Pier Paolo Pasolini, quien declaraba: “Yo tengo una especie de antipatía por los actores profesionales. No es, que quede claro, una prevención total porque no deseo superponer mi actividad a las reglas precisas, a las condiciones. Eso no. No sólo he usado a Anna Magnani, también a Orson Welles”, confesaba el cineasta para un rodaje que estuvo cargado de tensión entre ambos y que la actriz rememoraba en similares términos: “¿Mi encuentro con Pier Paolo? Estaba en Venecia con Castellani, la noche del estreno de Il brigante. Vi Accattone y quedé conmovida. Encontré a Pasolini por casualidad una vez, en la casa de Elsa De Giorgio, me dijo que pensaba en una historia que sería la de Mamma Roma. Me habló a propósito de actuar en el film. Después de la proyección de Accattone en el Palazzo del Cinema, ocurrió el encuentro definitivo. Una noche, en coche, después de cenar, Pasolini me dijo la historia de Mamma Roma. Así nació el film”.
“Al principio la relación con Pier Paolo fue difícil, pero pronto sobrevino la cordialidad y la amistad, como sucede entre personas inteligentes, que se comprenden”, añadía sobre ese encuentro que devino en clásico del cine italiano, con ese papel inolvidable de la madre y prostituta que era además ya era considerada la actriz italiana más importante de todos los tiempos. Las sensibilidades artísticas difieren y las continuas interrupciones de Pasolini en el set generan la cólera de la actriz hasta que sobreviene un pacto de no-interrupción. A su estreno, como siempre sucedió con Pasolini, Mamma Roma no dejo a nadie indiferente, incluso al realizador: “Aunque hizo un gran esfuerzo para hacer lo que le pedía, no surgió el personaje”, declaró tiempo más tarde Pasolini sobre una película que quedó en la historia grande del cine gracias a la comunión de su realizador e intérprete.
Anna Magnani filmó algunas películas más y se refugió en el teatro, donde con Medea, de Anouilh, o La loba, con dirección de Zeffirelli, tuvo grandes sucesos. Se despidió del cine, acorde con su leyenda, con un pequeño cameo en Roma, de Federico Fellini que la retrata en su volcánico carácter: “El símbolo vivo de la ciudad, una Roma vista como loba y vestal, aristocrática y vagabunda, tétrica y bufonesca”, se escucha que dice Fellini a sus espaldas. Magnani se gira antes de cerrarle la puerta en la cara: “Federico, vete a dormir”, le sugiere en dialecto romano. “¿Puedo hacerte una pregunta?”, inquiere él. “No, no me fío. Ciao. Buenas noches”.
Al año siguiente, enferma de cáncer de páncreas, solo pidió un último deseo: volver a ver a Roberto Rossellini, quien no se separó de ella hasta el final, un 26 de septiembre de 1973, a los 65 años. Fue despedida por una multitud en Italia que la lloró como la musa popular que le dio identidad a la mujer italiana que no tenía el perfil para ser estrella. Anna Magnani lo fue por todas y encarnó la delicada mezcla de fervor popular y rigor artístico como pocas. Sus restos reposan en el mausoleo familiar de su director favorito y amor de toda la vida.