Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar el baile de graduación

Hoy en día, el baile de graduación es un asunto mucho más elaborado que requiere meses de meticulosa planificación y negociaciones diplomáticas, la mayoría a través de interminables cadenas de mensajes de texto. (Dadu Shin/The New York Times).
Hoy en día, el baile de graduación es un asunto mucho más elaborado que requiere meses de meticulosa planificación y negociaciones diplomáticas, la mayoría a través de interminables cadenas de mensajes de texto. (Dadu Shin/The New York Times).

Es la temporada de los bailes de graduación. ¿Puedes sentirlo en el aire?

Pero el baile de graduación ha cambiado. Cuando yo era más joven, ibas con la persona con la que salías en ese momento y rompías con ella al final de la noche, normalmente vomitando vino sabor durazno sobre sus zapatos.

Hoy en día, el baile de graduación es un asunto mucho más elaborado que requiere meses de planificación meticulosa y negociaciones diplomáticas, la mayoría a través de interminables cadenas de mensajes de texto. Se programan y reprograman los acontecimientos importantes. Los vestidos se encargan por internet, se prueban, se devuelven y se vuelven a encargar. Se firman importantes tratados de paz entre grupos de amigos históricamente hostiles. Se invierten grandes esfuerzos de investigación y desarrollo en conseguir citas para todos los amigos.

Y luego está la invitación a la graduación: adolescentes que unos meses antes iban en mamelucos por ahí aparecen en la casa de sus citas con ramos de flores, dulces y carteles ingeniosos, solo para pedirles que los acompañen al baile.

“Ahora el baile de graduación es diferente”, me dijo mi madre anoche. Estábamos mirando las fotos del baile de graduación de todos sus nietos, las cuales había alineado en su refrigerador para que pareciera que todos estaban en el mismo césped con sus citas. “Es casi como casarse”.

Mi madre tiene 82 años. Cuando era más joven, casarse era como ir al baile de graduación. Al final de la preparatoria o la universidad, te casabas con quienquiera que estuvieras saliendo en ese momento y rompías con él o ella al final de la década, generalmente acostándote con tu secretaria o tu jefe o tu vecino.

“Están tan guapos”, dijo admirando las fotos. “Son unos niños preciosos”.

son hermosos, pensé, pero también es increíble el alto mantenimiento que requieren. ¿Y cómo si no? Alcanzaron la mayoría de edad en medio de una pandemia. Los grandes y lujosos eventos en persona adquieren un brillo especial cuando pasaste tu primer año de la preparatoria en casa mirando la pantalla de la computadora y el segundo año caminando por los pasillos con un cubrebocas. Después de todo eso, no te pintas las uñas y ya está, sino que te pones acrílicos con purpurina a juego con tu vestido. No te limitas a elegir un bonito par de tacones plateados, sino que te compras un bolso de mano plateado a juego.

Para la tarde del baile, había realizado innumerables actos de servicio relacionados con el baile. Tomé fotografías de la invitación a la graduación. Participé en las negociaciones del tratado de amistad. Corrí por el jardín recogiendo flores para el ramo del almuerzo previo al baile. Fui por el ramillete y el botonier. Cuando terminé de rizar el pelo de mi hija, que es como el de la sirenita Ariel y pesa unos 8 kilos, estaba agotada.

Unos minutos después, mi hija empezó a inquietarse en la habitación de al lado. Una persona de 17 años que se inquieta es como un tornado que se oye a un kilómetro de distancia. Solo tienes unos segundos para actuar antes de que el paisaje entre en una majestuosa trituradora de papel climatológica.

“¿Qué pasa?”, grité.

Mi hija apareció en el umbral de la puerta y me explicó que tenía que cruzar la ciudad en auto para prepararse para el baile de graduación con 19 de sus amigas más íntimas, pero que empezaba a preocuparle que fuera difícil conducir de vuelta con su ajustado vestido de graduación y sus tacones altos.

“Yo te llevo, no hay problema”, le dije a mi hija.

“Ya se nos hizo tarde”, me contestó.

En condiciones normales, me habría impuesto. Pero como la única progenitora con una comprensión funcional de la realidad y de las poderosas fantasías en juego, de vez en cuando se me encarga apoyar los absurdos imperativos ideados por un surtido de adolescentes que hace apenas unas semanas comían papilla de unos frascos diminutos.

Una hora más tarde, de camino a casa, el novio de mi hija le envió un mensaje de texto que decía: ¿Dónde estás?, lo cual era comprensible, ya que llegar tarde a un evento podía tener un efecto dominó que arruinaría toda la noche.

“¡Me está estresando!”.

“Mándale un mensaje y dile: ‘Mira, sé que voy tarde, pero ahora necesito que me tranquilices porque estoy empezando a perder los nervios’”.

Envió un mensaje de texto con la versión adolescente en código morse de esto, y parece que funcionó, porque cuando llegamos su novio parecía tranquilo y alegre. Por otra parte, creo que siempre es así, o esa es la impresión que me dan las fotos de un bebé sonriente que hay en el teléfono de mi hija, probablemente tomadas hace unos días.

Así que sacamos fotos de la feliz pareja, sonrientes y deslumbrantes, y luego se alejaron hacia la puesta de sol.

“Para cuando lleguen al baile seguro estarán agotados”, dijo mi madre mientras mirábamos las fotos en su refrigerador.

¿Yo estuve agotada en el baile? No lo recuerdo, qué irónico, ya que el tema era “Una noche memorable”. Solo recuerdo eso porque estaba grabado en un llavero conmemorativo que daban al entrar.

Fue muy amable de parte de los adultos responsables regalarnos llaveros a todos. Era su trabajo hacer que todo fuera bonito. Y ahora es nuestro trabajo. Incluso cuando estos bebés altos hacen planes absurdos, excesivos y sin sentido, tenemos que ayudarles a que lo hagan bien. Si recuerdan esta noche memorable, esos recuerdos seguramente serán agradables.

“Están preciosos”, volvió a decir mi madre.

“Así es. Debe de ser bonito”, comenté.

“Lo sé”, dijo ella. “Debe de”.

c.2024 The New York Times Company