Ara Malikian regresa a Buenos Aires: su fascinante historia de migración, la guerra en el Líbano, su talento como violinista y la vida en familia
La historia de Ara Malikian provoca una gran fascinación en cualquiera que la escuche. Su abuelo sobrevivió al genocidio armenio cuando se hizo pasar por violinista. Cruzó la frontera en busca de un futuro. El padre de Ara intentó ganarse la vida con el violín, pero no tuvo tanta suerte; vio condiciones en su hijo y fue riguroso con él para que estudie el instrumento. Vivían en Beirut, donde Ara nació hace 54 años. Para mediados de los setenta, época de guerra civil, abrazarse a la música podía ser una forma de salvación. Su talento, fuera de lo común, le permitió conseguir una beca de perfeccionamiento en Alemania, cuando tenía apenas 15 años. Así comenzó una historia en la música clásica, con concursos, conciertos como solista o en orquesta, que con los años fue virando hacia otras músicas. Hace unos días dio un concierto en Londres, ahora está en Buenos Aires porque tienen agendados para viernes y sábado dos conciertos en el Gran Rex, en el marco de una gira que también pasa por Santiago de Chile, Córdoba y Montevideo.
Esa vida de película tuvo, de hecho, imágenes en la pantalla. Su esposa, la actriz, directora, productora y dramaturga española Nata Moreno ha realizado un par de documentales sobre su vida. Pero más allá de ese trabajo, Malikian no está demasiado interesado en volver sobre su pasado ni proyectar a muy largo plazo. Su presente son los conciertos de este fin de semana, unos que denominó Intruso, porque representan una especie de intrusión en muchas músicas del mundo. Luego vendrá un disco, quizás para fin de año, que también llevará ese nombre, con temas propios y varios artistas invitados.
En un hotel céntrico de Buenos Aires Ara está lookeado para cámaras de tevé y fotos. La melena siempre salvaje, jeans tipo Oxford, remera de batik con un pañuelo tipo liviano al cuello. Un violín entre sus dedos, con los que hace “pizzicatos” mientras posa paciente frente a una cámara. Se podría decir que su look y su historia de guerras y supervivencia es lo que más llama la atención del personaje, aunque detrás hay, sin duda, una música que sustenta toda esa historia.
En el afiche promocional de la gira se lo ve con un traje de diseño. Hay cadenas en sus pies. Y sobre la espalda del saco, una especie de mochila. Ara aclara que esas son ideas que surgieron entre quienes se encargaron de la imagen y el vestuario; pero seguramente algo de todo eso tenga una relación directa con su vida, fuera de escena. ¿Acaso hay alguna mochila que lleve sobre sus espaldas?
“No podría pasar un día sin haber estudiado lo que voy a tocar. Hay algo cultural que tiene que ver con estudiar. Cuando no estudio me siento culpable, me angustio. Eso es una mochila. Ahora por suerte me lo tomo como si fuera una meditación. Todos los días la misma secuencia, la misma duración. Entro en un trance que disfruto”, admite.
El prejuicio arcaico podría llevar a pensar que no habría buena sintonía entre ese aspecto descontracturado, a veces hippie, a veces dark, y la disciplina extrema del estudio de la música, en los niveles que se requiera para tocar como Ara lo hace, más allá de que sea música clásica o popular. Sin duda, esa disciplina es la que adquirió con la clásica, aunque con el tiempo se fue corriendo de ese lugar hacia folklores del mundo.
-Si buscáramos una síntesis en tu último disco publicado veríamos que esas expresiones de world music no operan como una expresión de regionalismos sino como collage de distintas latitudes. ¿Acaso no haber tenido un lugar de referencia musical te llevó a esa especie de nomadismo?
-En el próximo disco habrá estilos completamente diferentes dentro del mismo tema, incluso. Un tema puede empezar de un estilo y acabar de otro y es lo que pasa sin saber por qué; son cosas que me han venido pasando durante mi carrera durante toda mi vida y yo dejó que así sea. En cuanto a quedarme en un lugar, bueno, esa es una buena pregunta. Porque es verdad que durante muchos años había decidido ser un músico clásico. Y también es verdad que la vida me llevo a otros lugares, primero por obligación porque yo tenía que sobrevivir . Y para sobrevivir y pagar mis estudios tenía que tocar en bodas, en clubes, en cafés y en la calle. Fue una vergüenza al principio y luego me di cuenta de que fue una escuela. Soy lo que soy por lo que he podido vivir. Y lo que he aprendido en la academia es la disciplina y lo que más me ha quedado. Soy muy disciplinado gracias a haber estudiado en el conservatorio clásico. Estoy agradecido por eso, aunque antes no era tan consciente de eso. Tengo un conocimiento de repertorio clásico muy grande, no sólo para violín. También de óperas, sinfonías y ballet. Todo eso lo he estudiado. El otro día estuve recogiendo partituras por una mudanza y tengo un repertorio muy grande. Incluso repertorio de óperas, sinfonías y ballet y todo eso lo he estudiado.
-¿Y qué pasó con el músico clásico que competía en los concursos de violín? Algo de tu historia me recuerda a la del inglés Nigel Kennedy.
-Él hacía las Cuatro estaciones [de Vivaldi] con su look punk, en una época en la que en Inglaterra era todo muy cuadrado. Él, que es de una generación anterior a la mía, creo que tuvo esto muy claro antes que yo. A mi me llevó más tiempo. En cuanto a tu pregunta... No sé. Creo que la vida me ha traído hasta aquí. Por otro lado, creo que no hay que ser tan terco. Cuando era joven quería ser Isaac Perlman. Pero si no te sale, no te sale. Hay que ver otras alternativas. Pero tampoco voy a decir que lo que soy es algo que calculaba. Surgió, no fue premeditad o.
-Seguramente por talento y capacidad te ha sido más fácil que a otros llegar a determinados lugares. Cuando llegaste a una orquesta, lo hiciste como concertino [el instrumento principal] de la Sinfónica de Madrid. Después de siete años, ¿fue la falta de libertad para otros proyectos lo que te hizo dar un paso al costado?
-La orquesta tiene cosas maravillosas. Fue algo que me tomé muy en serio porque no venía del mundo de la orquesta. No era algo que me interesara mucho. Pero había que comer y surgió la oportunidad de entrar a la orquesta. Aluciné con eso. Descubrí el repertorio sinfónico, de ópera y ballet. El problema es que te das cuenta de que después de un tiempo el músico de orquesta, por desgracia, se convierte en un funcionario. Tenía un salario maravilloso y una seguridad, pero decidí escoger y cambiar.
-Desde que dejaste Beirut, a los 15, la vida seguramente te dio ese ritmo itinerante. ¿Afincarte en España y la llegada de un hijo fue una manera de establecerte?
-Puede ser, pero no fue algo que yo estuviera buscando. No buscaba hacer una familia. Surgió y soy la persona más feliz del mundo por tener una familia. Me iría a vivir a otro lado un tiempo. Pero no puedo. Mi hijo es muy fiel a sus cosas, a sus amigos. Cuando se le preguntamos si le gustaría ir un año otro lado, nos dijo que no.
-Hoy las opiniones de los hijos cuentan. No ocurría de ese modo cuando nosotros éramos niños.
-Yo creo que no tengo el poder de ser como mi padre. Somos tan diferentes. Mi padre me decía, “vete a estudiar”, y yo no lo cuestionaba. A mi hijo le digo: “Ahora tienes que estudiar piano”. Y me dice: “No”. Y no hay nada más que hablar. Creo que está bien que tu hijo diga “no, no quiero tocar piano”, que pueda elegir lo que quiera hacer.
-¿A qué se dedicaban tus padres?
-Mi madre era profesora de la lengua armenia. Yo me identifico mucho con mi madre porque era una apasionada de lo que hacía. Era directora de una escuela armenia; estaba muy metida con lo que hacía. Trabajaba día y noche. A mi padre le gustaba el violín pero como no podía sobrevivir con eso también hacía otras cosas.
-¿Por qué pensás que a la gente le parece tan fascinante tu historia de vida?
-No lo sé. Además, es verdad que siempre uno lucha para salir de la mierda, para triunfar, para realizar sus sueños. Pero hoy en día no pienso igual. No triunfar también está bien . Puedes estar bien y en paz contigo mismo, tranquilo. Reconocer un fracaso, conocer tus debilidades.
-¿A qué le adjudicás ese cambio?
- Al tiempo. Es una cosa inevitable. La edad te da un grado de sabiduría. Bueno, no sé si es sabiduría. Hay un entendimiento de tu propia vida. De lo que has hecho bien, de lo no sirvió para nada, de tus obsesiones. Yo estoy agradecido de haber estado obsesionado con el violín y de ganarme la vida con esto. Pero no sería un problema si un día dejo de hacerlo.
-¿Quizá porque después del recorrido que hiciste, ya no es importante si llegaste o no a ser Perlman?
-Ahora me doy cuenta de que también vale estar en casa tranquilo y disfrutar de la vida.
-¿Podés hacerlo con la agenda actual que tenés de conciertos?
-Si tomás la decisión, se puede. Ahora mismo no tengo la fuerza de tomar esa decisión, porque también hay que decir: me gusta lo que estoy haciendo; me gusta venir aquí para tocar y disfrutar del público. Me encanta, es verdad que cuando no lo hago durante un mes le echo mucho de menos.
¿Qué cosas no dejarías de hacer nunca?
-Me imagino que no dejaré nunca de amar la música. Me encanta.
-¿Quedan repertorios pendientes?
-Vengo de Londres y allí, donde estudié, tengo amigos que son de la música clásica. Uno me preguntó si volvería a tocar cosas clásicas y no lo sé. Es cierto que a veces echo de menos tocar un concierto de Prokófiev o La consagración de la primavera de Stravinsky. Pero no pienso en cosa que no he hecho. Quizá algún día volveré a ser más clásico a tocar las sonatas de Beethoven. No lo sé, como te digo, la vida me va llevando por las circunstancias.
-¿Volvés al pasado, a cosas de tu infancia o concretamente al Líbano, hoy tan golpeado por los bombardeos?
- Vuelvo a Beirut, aunque hoy es difícil. El pueblo libanés está acostumbrado a algo que nunca te acostumbras. Desde que yo vivía allí en los setenta, nunca hubo más de cinco años de treguas. Es así la vida. Mis tíos siguen viviendo ahí y es muy duro. En cuanto a volver al pasado, no suelo hacerlo. No me gusta. Ni para adelante ni para atrás. Es el ahora.