Ariadna en Naxos inauguró la temporada operística del Teatro Colón con una puesta de excelencia
Ariadna en Naxos, ópera de Richard Strauss. Elenco: Carla Filipcic Holm (Ariadna), Sergio Escobar (Baco), Laura Grecka (compositora), Ekaterina Lekhina (Zerbinetta), Alejandro Spies (maestro de música), Pablo Urban (maestro de danza), Felipe Carelli (Arlequín), Santiago Martínez, Iván García y Pablo Urban (comediantes), Oriana Favaro, Florencia Machado y Florencia Burgardt (ninfas), Carlos Kaspar (mayordomo). Orquesta Estable del Teatro Colón. Dirección musical: Günther Neuhold. Director de escena: Marcelo Lombardero. Función del Gran Abono, Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno
Dentro de las programaciones generales de un teatro lírico, la función inaugural de una temporada tiene una relevancia especial. Ahí aparecen un título históricamente significativo, la presencia de algún elenco trascendente o, incluso, la novedad de algún estreno. El Colón, a lo largo de su historia también le otorgó a esa primera presentación la importancia que reviste esa ocasión. Sin embargo, esta vez las cosas fueron diferentes y no parece ocioso puntualizar el contexto que determinó esta realidad. Por un lado, son tiempos de austeridad, lo que deviene en la consiguiente dificultad que esa contingencia económica implica. También, después de las elecciones generales del año pasado, hubo largas demoras en nombramientos y/o confirmaciones de autoridades (en la ciudad y en la nación) que postergaron aprobaciones tanto de directivos como de presupuestos. Todo esto tuvo como consecuencia que el Colón inaugurara su temporada con anuncios un tanto demorados y que la inauguración operística tuviera lugar con la reposición de un título ofrecido hace exactamente un lustro. Con todo, la función inaugural fue destacadísima y todos esos considerandos quedaron a un lado ante las maravillas conceptuales demostradas, una vez más, por Marcelo Lombardero con una puesta de excelencia, la buenísima mano de Günther Neuhold para conducir a una orquesta que estuvo impecable, un elenco mayormente correcto y la madurez, la solvencia vocal y la musicalidad de Carla Filipcic-Holm.
Ariadna en Naxos es una creación magistral, concebida por los talentos creativos de Richard Strauss y ese gran escritor y dramaturgo que fue Hugo von Hofmannsthal. “El hombre más rico de la ciudad”, contrató a dos elencos diferentes para llevar adelante, en su mansión, una ópera trágica y una comedia en estilo italiano. Por cuestiones de tiempo y sin consideraciones dramáticas o musicales de ningún tipo, el mandamás resuelve (y obliga a) que ambos elencos se fusionen y monten un único espectáculo. Esta suma de tragedia y comedia es, definitivamente, una comedia y Lombardero, con su reconocida capacidad para extender contenidos y denotar que preconceptos, ridiculeces y extravagancias no son cualidades exclusivas de un tiempo pasado, actualiza la trama y, por un lado, acentúa y exagera las calificaciones peyorativas de los “trágicos”, bien apoltronados en su superioridad, para con los “cómicos” (“esa gentuza”) y ubica la acción en este tiempo al transformar a los antiguos personajes de la Commedia dell’Arte en músicos y bailarines de este tiempo. No es ésta la única libertad que se toma Lombardero. El rol del compositor, el personaje principal de “Prólogo”, la primera parte de Ariadna…, originalmente es asumido por una mezzosoprano. La costumbre de las últimas décadas es que, para superar esa antigüedad de ponerle voces femeninas a un joven, hizo que, habitualmente, fuera un barítono quien llevara adelante ese papel. Marcelo, lo simplifica y transforma al compositor en compositora, lo que le da otro sentido al diálogo que mantiene con Zerbinetta. Las dos pueden compartir esa soledad amorosa que atraviesan y ambas logran identificarse mutuamente.
La dinámica frenética propia de la primera parte (el “Prólogo”), cuando todos los involucrados en ambos espectáculos se anotician de que deberán trabajar juntos a pesar del rabioso rechazo que sienten los unos por los otros, está muy bien llevada, con muy correctas actuaciones y cantos generales. La letona Laura Grecka reemplazó, a último momento, a quien estaba en el primer elenco, y paseó su voz por las intrincadas melodías de Strauss sin inconvenientes, pero le faltó cierta densidad y graves más espesos para denotar con mayor intensidad el enojo, la bronca y la profunda molestia de saber que su ópera deberá ser alterada para incluir a esos cómicos a quienes detesta con un ánimo casi racista. Muy solventes, por su parte, los dos maestros, el santafesino Alejandro Spies y Pablo Urban, los otros dos personajes centrales que, por la lógica argumental, desaparecen luego del intervalo.
El segundo acto es la representación de ese espectáculo inverosímil en el cual, esencialmente, los comediantes asumirán la tarea de entretener y levantarle el ánimo a la alicaída Ariadna que, abandonada por Teseo en la isla de Naxos, sólo espera que la muerte la venga a llevar. Construida por Strauss a la manera de las óperas del barroco francés, se instala el estatismo de extensas arias/monólogos (Ariadna, Zerbinetta) y escenas de conjunto para las tres ninfas y los cuatro comediantes. Dentro de este panorama general, tres menciones. La primera de ellas, el aria de coloratura de Zerbinetta, tan extensa como ardua, muy bien resuelta por la rusa Ekaterina Lekhina. Si bien con su muy convincente actuación Lekhina no deja de atraer y generar empatías, su voz de soprano ligera no es lo suficientemente acentuada como para aportar un mejor equilibrio sonoro en las escenas de conjunto. Con una voz tan poderosa como nada forzada, el tenor español Sergio Escobar construyó un Baco convincente, intrigado, en el comienzo, por el extraño recibimiento de una Ariadna que lo cree el mensajero de la muerte, y sugestivo, luego, como para desarmar los peores ánimos de Ariadna. Y por último, Carla Filipcic Holm, una soprano dramática estupenda en la construcción de sus tres momentos, el de la desesperación por no poder olvidar y/o perdonar a Teseo, el del ansia de querer morir como única alternativa para mitigar su soledad y el de la esperanza de poder transitar un nuevo sendero junto a Baco. En todos ellos exhibió una solidez y una expresividad musical irreprochables y una voz tan amplia como sedosa con la que logró transmitir claramente cada una de sus sensaciones. Además, con una actuación brillante y absolutamente monótona ya que Lombardero, para ridiculizar las gestualidad estereotipadas ad infinitum por los cantantes líricos tradicionales, la hace reiterar una y otra vez las mismas caras, los mismos movimientos, tan formales como ampulosos.
Intachables, afinadísimos y detallistas, así lucieron Günther Neuhold y los músicos de la orquesta reducida que Strauss impuso para esta ópera tan singular. Si bien se rompió esa regla de oro que prescribe poner alguna joya en la apertura de una temporada, esta reposición cumplió dignamente su cometido de no decepcionar.