Las aventuras de Superman: el ruego de Lucille Ball, la maldición del superhéroe y una muerte rodeada de misterios
Sonrisa franca, pelo engominado y una S gigante en el pecho. Hace setenta años, el Hombre de Acero aterrizaba en la TV y se adueñaba del encendido familiar. Claro que, de no ser por unos famosos cereales saturados de azúcar, Las aventuras de Superman nunca hubieran existido y George Reeves no sería una de las principales figuras de la historia negra de la pantalla chica estadounidense . Éxito fulgurante, encasillamiento frustrante y final trágico, los tres ingredientes con que Hollywood suele servir el trago bautizado como “La maldición de Superman”.
El gran salto
En lo que a series se refiere, la TV estadounidense de los años ‘50 lo tenía todo: detectives, cowboys, soldados, astronautas, médicos, abogados, aventureros exóticos, animales, amas de casa y padres de familia. Sólo le faltaba un superhéroe. Y quién mejor para llenar ese espacio que el mítico Superman, el último hijo de Kryptón que había tomado por asalto el entretenimiento masivo desde que debutara en el primer número de Action Comics en junio de 1938. En relativo poco tiempo, la invencible criatura creada por Jerry Siegel y Joe Shuster saltó del papel impreso a las ondas radiales y de allí a las salas de cine, primero en dibujos animados y luego con actores de carne y hueso.
En 1951, el productor Robert Lipper decidió apostar a ganador y convenció a los directores de DC Comics de que había llegado el momento de meter al paladín de los oprimidos en la pantalla chica. Whitney Ellsworth, editor y nexo entre DC y Hollywood, exigió dos condiciones antes de dar el visto bueno: él y Robert Maxwell se encargarían de los contenidos, ya que tenían encima la experiencia de siete exitosos años al frente del radioteatro del Hombre de Acero, y se encargarían de elegir personalmente al actor que interpretaría al paladín. “ El público no tiene que ver a una persona -aseguró-. Sólo a Superman ”.
George Reeves no era un gran actor, pero tenía mucha personalidad, notable prestancia y unas ganas inquebrantables de comerse el mundo. Había hecho sus pinitos en el teatro independiente y el cine, con poca y casi nula repercusión. Pero la insistencia siempre triunfa. Cuando la industria le puso los ojos encima, le dio la oportunidad de su vida: un pequeño papel en Lo que el viento se llevó (1939). Los contratos con Warner, Fox y Paramount empezaron a aparecer, pero su carrera hacia el estrellato nunca terminó de despegar. Las películas no funcionaron, las críticas no lo destacaban y, para peor, la Fuerza Aérea lo envió a pelear en la Segunda Guerra Mundial. Terminado el conflicto bélico, se mudó a Nueva York y empezó a buscar fortuna en la televisión, lugar donde (según él) “los actores de verdad no ensuciaban sus carreras”. No le fue mal, pero tampoco bien.
Quienes lo frecuentaron en esos tiempos, hablaron de una hecatombe personal y profesional, signada por el fin de su matrimonio y el inicio de una “larga amistad” con el alcohol. Cuesta abajo en su rodada, se presentó al casting de un programa infantil que prometía mucho y pagaba poco. A los 44 años, edad avanzada para que un actor ignoto pegue el batacazo, se calzó un mameluco rojo, azul y amarillo. Abrió las piernas, sacó pecho, apoyó sus puños cerrados en la cintura y puso su mejor sonrisa de boy scout. “No busquemos más -dicen que dijo Ellsworth-. Encontramos a Superman” .
Cereal en serie
El paquete que Lipper y Ellsworth acercaron a la ABC era básico y ambicioso. Un capítulo piloto, camuflado de largometraje para estrenar en cines; y 26 episodios semanales autoconclusivos. Mientras negociaba con la cadena televisiva, la producción se aceleró. El reparto se completó con Phyllis Coates (Lois Lane), Jack Larson (Jimmy Olsen), John Hamilton (Perry White) y Robert Shayne (Inspector Henderson). Se determinó que Superman no lucharía contra la galería de archicriminales del cómic, sino contra problemas más “terrenales”: gangsters, asaltantes de banco y criminales comunes. Ocasionalmete, algún científico loco y un par de robots llevarían las aguas al terreno de la ciencia-ficción, pero el eje narrativo quedaría clavado en el drama urbano de corte policial, más algún toque de comedia de enredos . La mayor parte del ajustado presupuesto estaría dedicado a los efectos especiales, de altísimo nivel para la época, porque había que mostrar a Superman “volando” por los cielos.
Los primeros doce días de rodaje fueron para la película; los siguientes dos meses para los episodios. Superman y los hombres topo (Superman and the Mole Men) se estrenó en los EE.UU. el 23 de noviembre de 1951. El público no fue corriendo a las salas; la prensa especializada tampoco le prestó mucha atención al asunto. ABC perdió interés en el proyecto y le quitó su apoyo. Con una temporada a medio hacer, la serie quedó cancelada y el sueño de George Reeves se hizo humo. Pero Ellsworth sabía qué puertas tenía que tocar. Llamó a sus amigos de Kellogg’s, la famosa multinacional agroalimentaria de los cereales, y les ofreció el esponsoreo del show. Kellogg’s, que ya había auspiciado el radioteatro de Superman, se subió al tren. Con una condición: los actores tendrían que filmar los comerciales que abrirían y cerrarían cada emisión. La empresa quería al héroe compartiendo sus copos de maíz con los otros personajes, salvo con Lois Lane. Por contrato, nunca podría mostrarse a Superman y a Lois desayunando en la misma mesa, porque ello podría implicar que habían pasado la noche juntos. Algo inaceptable para el puritano imaginario simbólico que alimentaba la empresa .
El dinero de Kellogg’s destrabó todo. En tiempo record, se terminó la temporada. Enojado por el trato que había recibido por parte de la ABC, Ellsworth puenteó a las grandes cadenas nacionales de TV y colocó el show en todas las estaciones locales que pudo. Las aventuras de Superman se estrenó a lo largo y ancho de los EE.UU. el 19 de septiembre de 1952. A la mañana siguiente, George Reeves era el hombre más famoso del país.
Más poderoso que una locomotora
El éxito de Superman fue descomunal. El rostro de Reeves se multiplicó en revistas y diarios, su icónica imagen vendió todo el merchandising imaginable, y el público lo vitoreaba en cada presentación en vivo. Creyó, honestamente, que el rédito era suyo, que merecía esa fama tanto como las curvas de Toni Mannix, esposa de un alto ejecutivo de la Metro Goldwyn-Mayer con conexiones mafiosas. Y cuando empezaba a ser feliz, la maldición del superhéroe lo abofeteó sin compasión.
Consiguió un pequeño papel en De aquí a la eternidad (1953), sólo para comprobar que el cine entero coreaba el nombre de Superman cuando él aparecía en escena. Más tarde intentó producir su propia serie, Port of Entry, pero ningún anunciante estaba interesado en George Reeves: todos querían invertir en el Hombre de Acero. Abrumado por el encasillamiento, se abrazó con desesperación al papel y lo hizo definitivamente suyo, dentro y fuera del set.
“Tengo la responsabilidad y la alegría de encarnar al modelo de ciudadano que necesita el país -contó a TV Guide-. Y quiero estar a esa altura” . De inmediato, encabezó los reclamos salariales que llevaban adelante los actores de la serie, exigió que Noel Neill (actriz que reemplazó a Phyllis Coates a partir de la segunda temporada) cobrara el mismo salario que sus compañeros hombres, y evitó el despido de Robert Shayne, después de que el Comité de Actividades Antiestadounidenses lo acusara de comunista. “Era el defensor de nuestros derechos -aseguró Larson-. Tuve la suerte de ser su amigo, en la ficción y en la vida”.
Durante 1954, en pleno apogeo de la serie, la producción enfrentó su hora más negra. En distintas ciudades de los Estados Unidos, la prensa empezó a cubrir los casos de aquellos chicos que, jugando a ser Superman, se habían arrojado por las ventanas de sus casas, creyendo que podrían volar como su ídolo. En persona, vestido de Superman, Reeves asistió a escuelas, orfanatos, hospitales y medios de comunicación, buscando generar consciencia en el público pequeño . A pedido de Kellogg’s, filmó una serie de comerciales explicando por qué nadie, nunca, debía intentar imitarlo. La movida llamó la atención del Departamento del Tesoro estadounidense, que le pidió su colaboración para una campaña dedicada a incentivar el ahorro familiar mediante la compra de bonos. El corto Stamp Day for Superman no pasó ni por el cine ni por la TV, se distribuyó en todos los establecimientos educativos de la unión y fue visto por millones de alumnos durante años.
El ciclo parecía no tener techo. En 1955 la serie empezó a filmarse en color, aunque la mayoría de los canales siguiera emitiéndola en blanco y negro. Y montando tres episodios, comenzaron a armarse una seguidilla de largometrajes para cine: Superman Flies Again, Superman’s Peril, Superman in Scotland Yard, Superman in Exile y Superman and the Jungle Devil, que se estrenaron con éxito en los Estados Unidos, Europa y América Latina. En 1957, Reeves se dio el lujo de hacer rogar a la pareja más poderosa de la tv norteamericana: Lucille Ball y Desi Arnaz, que insistieron hasta obtener la participación de Superman en un capítulo del programa más visto de la CBS: Yo quiero a Lucy. “Estoy viviendo lo que siempre quise” , aseguró el actor.
El tiro del final
A mediados de 1958, parecía que Reeves empezaba a hacer las paces con su historia. Profesionalmente, un importante aumento salarial para grabar dos temporadas más de la seriey la posibilidad cierta de ir a filmar un par de películas a España, como protagonista y sin la S en el pecho. En el aspecto personal, su nueva relación amorosa con Lenore Lemmon iba viento en popa, así que la pareja formalizó su compromiso. Pero el 15 de junio de 1959, cuatro noches antes de la anunciada boda, la maldición de Superman golpeó la puerta de la casa del actor.
Según los informes policiales, la pareja y dos invitados habían estado tomando. Mucho. A eso de la 1:15, Reeves se retiró a su dormitorio de la planta alta. Minutos después se escuchó un disparo. Media hora más tarde, la Policía llegó a la finca. No encontró signos de forcejeo ni de una posible intromisión delictiva con fines de hurto. Sin embargo, desnudo sobre su cama y mirando al techo, Reeves estaba muerto, con su sien derecha perforada por una bala. Oficialmente, los investigadores concluyeron que una mezcla de alcohol y depresión lo habría guiado en su camino al suicidio.
Con el paso de los días, las dudas empezaron a minar esas primeras certezas. En el arma utilizada no se encontraron las huellas dactilares de Reeves, ni rastros de pólvora en las manos del actor ni en la herida de su cabeza. El revólver estaba entre sus piernas, un lugar bastante incómodo de alcanzar desde la mano de un muerto. El casquete de la bala mortal apareció bajo el cuerpo de Reeves, pero la punta del proyectil que le atravesó la cabeza estaba clavada en el cielorraso. El piso de la habitación mostraba dos agujeros de bala, que fueron retiradas del techo del salón principal de la planta baja. Las pericias balísticas demostraron que el arma había sido manipulada y uno de sus proyectiles retirados. Esa bala nunca apareció.
Mucho antes de que el caso policial diera pie al film Hollywoodland (2006, con Ben Affleck y Adrien Brody como Reeves y el detective a cargo, respectivamente), la prensa amarilla norteamericana se dedicó a debatir la historia oficial y la teoría de un asesinato mafioso, relacionado con el pasado amorío entre Reeves y Toni Mannix. De un lado de la grieta, los titulares aseguraban “Superman se suicidió”. Del otro, preguntaban “¿Quién mató a Superman?”. En ninguna de las dos trincheras hablaban de George Reeves; y a nadie parecía importarle qué había pasado con el hombre. “Yo creo que se suicidó -comentó muchos años después su compañero y amigo Jack Larson-. Pero la muerte de George no le interesaba a nadie, lo que vendía era la muerte de Superman” .
Tanto, que la ABC se acercó a Ellsworth con la idea de realizar un par de ajustes a la serie para evitar su cancelación. Buscando reutilizar la mayor cantidad posible de las tomas ya realizadas con Reeves, la figura de Superman sería corrida a segundo plano, para privilegiar el punto de vista de las personas que se lo habían cruzado en algún momento de sus vidas. De hecho, el primer episodio jugaría con la idea de la muerte (falsa) del Hombre de Acero, investigada por quien mejor lo conocía.
“El programa pasaría a llamarse Jimmy Olsen, el amigo de Superman –contó Larson- y yo llevaría la voz cantante. Hasta me ofrecieron el doble de lo que le pagaban a George por episodio”. Larson, otra víctima de la estigmatización del encasillamiento, precisaba ese dinero. Pero rechazó el proyecto. “Me dediqué a otra cosa, a escribir obras de teatro y libretos de ópera -dijo poco antes de morir en 2015-. No soy millonario, pero duermo tranquilo todas las noches”.
Cincuenta años después de su estreno, con seis temporadas y 104 episodios, Las aventuras de Superman continúa siendo la segunda serie más repuesta de la tv estadounidense después de El Llanero Solitario.