Babygirl: deseo prohibido, un relato erótico en el que Nicole Kidman hace una de las mejores interpretaciones de su carrera

Babygirl.
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Babygirl: deseo prohibido (Países Bajos, Estados Unidos/2024) Guion y dirección: Halina Reijn. Fotografía: Jasper Wolf. Música: Cristobal Tapia de Veer. Elenco: Nicole Kidman, Harris Dickinson, Antonio Banderas, Esther McGregor, Vaughan Reilly, Sophie Wilde. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 114 minutos. Nuestra opinión: buena.

“Quiero ser normal”, exclama Romy en un momento clave del desarrollo de Babygirl, un film que tras la máscara del thriller erótico esconde un relato sobre el deseo femenino, el poder y las complicadas diferencias entre ser y parecer. El thriller, que no lo es tanto y el personaje principal, que pretende tener todo bajo control cuando la vida comienza a llevarla por las sombras que siempre intentó ignorar, resultan en una historia que toma caminos inesperados. Dirigida y escrita por la actriz y realizadora neerlandesa Halina Reijn, desde el principio la película presenta a Romy (Nicole Kidman) como una de esas personas que se enorgullece de tener una carrera exitosa como la presidente de una compañía dedicada a la robótica y una familia feliz formada junto a su marido dramaturgo (Antonio Banderas) y sus dos hijas adolescentes (Esther McGregory y Vaughan Reilly).

“Soy una experta en estrategias y comportamiento humano”, dice la ejecutiva sin una pizca de modestia o de pudor. Porque rápidamente resulta evidente que Romy está lejos de ser una conocedora de los pensamientos o intereses de los que la rodean y, de hecho, ni siquiera se anima a examinar los propios.

Su limitada mirada sobre sí misma y su mundo comienzan un rápido proceso de ebullición cuando se cruza con Samuel (Harris Dickinson), el nuevo pasante de su empresa que llama su atención desde el momento que lo ve en la calle logrando controlar el violento ataque de un perro. Ese cruce de miradas inicial y la actitud entre displicente e intensa de Samuel derivará en un vínculo sexual entre ambos que, como dice Romy, podría costarle todo. Y esa es la parte que le resulta más excitante y seductora.

Mucho se ha dicho y escrito sobre los desnudos que hace Kidman en la película, de la valentía de la actriz de 57 años por participar en las escenas de sexo y sumisión que son uno de los pilares del relato. Menos se menciona las otras formas en las que la intérprete se desnuda en la pantalla para encarnar a su personaje. En pleno espiral hacia sus zonas reprimidas, Romy asiste a varias terapias, a una sesión de aplicación de Botox y otros tratamientos para mantener su aspecto juvenil, un intento del que su hija mayor se burla implacable en la siguiente escena.

Babygirl: deseo prohibido
Babygirl: deseo prohibido

La actriz australiana, cuyo rostro congelado en el tiempo suele ser mencionado como una desventaja en sus interpretaciones, no solo se anima a la secuencia sino que por el modo en que la realizadora y su director de fotografía (Jasper Wolf) plantean la puesta en escena termina por señalar sus supuestos límites actorales y acepta el desafío de demostrar que no son tales. Así, Kidman logra transmitir todas las emociones-y son muchas-, que Romy atraviesa en el desarrollo de la trama, un triunfo a la altura de las mejores actuaciones de su larga e interesante carrera.

De la empresaria en la cima de su mundo pasando por la esposa que intenta ser la ama de casa perfecta -aunque nadie se lo pida-, hasta llegar a la mujer enfrentada con las formas supuestamente inconfesables de su deseo, el arco interpretativo de Kidman es excepcional y posiblemente sea aquello que logra mantener el interés del espectador hacia sus secuencias finales. Es a esa altura donde todo el misterio y el tono sugerente de la trama que retacea información y explicaciones sobre los motivos de Romy y Samuel se diluye con algunos diálogos demasiado explicativos que intentan justificar parte del relato que hasta ese momento existía en una atrapante nebulosa. Un estado alterado de la realidad que se destaca en las escenas entre Kidman y Dickinson, cuya química asume la forma de una nueva forma de arte.