Bailarinas incendiadas: una urgente vuelta al baile, con el cuerpo del espectador en el centro de la escena
Autores: Mariana Chaud, Alejo Moguillansky. Dirección: Luciana Acuña. Intérpretes: Luciana Acuña, Carla Di Grazia, Agustín Fortuny, Tatiana Saphir, Matías Sendón. Vestuario: Mariana Tirantte. Escenografía: Matías Sendón, Mariana Tirantte. Iluminación: Matías Sendón. Música: Agustín Fortuny. Coreografía: Luciana Acuña, Carla Di Grazia. Sala: Arthaus (Bartolomé Mitre 434). Funciones: jueves y viernes 20.30 Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: excelente.
“Baila primero, piensa después. Es el orden natural”, escribió el premio Nobel de Literatura Samuel Beckett. Lo dijo a mediados del siglo XX, pero en estos tiempos en los que el cuerpo es muchas veces algo ignorado y accesorio, sólo al servicio del trabajo y las pantallas, la vuelta al baile, al movimiento y al contacto humano se siente como algo urgente . El teatro tiene mucho para aportar en su carácter esencial de ritual, fiesta y encuentro en el presente.
De esta necesidad, entre otras muchas, se hace cargo el espectáculo Bailarinas incendiadas, dirigido por la reconocida coreógrafa argentina Luciana Acuña, fundadora del grupo Krapp junto con Luis Biasotto y Edgardo Castro, quien desde hace más de 20 años trabaja en la mezcla de géneros, la indefinición y la experimentación. Esta vez, su investigación la llevó a un cruce afinado entre el siglo XIX y el XXI, para relatar distintas crónicas de la historia de la danza occidental sobre bailarinas que morían incendiadas por el fuego de las lámparas de gas, el sistema de iluminación de la época. Entre los casos, se cuenta la historia de Emma Livry, quien se negó a usar una pollera tutú con una tela ignífuga porque, decía, le sacaba toda la gracia visual al ballet y así declaró su sentencia a muerte en el París de 1842.
También se describe un incendio en Estocolmo en 1840, con 900 luces de gas en la ciudad prendidas como si fuera un horno, otro en Filadelfia en 1861 con la muerte de las hermanas Gale, hasta llegar a Buenos Aires, cuando se incendia el Gran Coliseo Estable de las Comedias, ubicado en Rivadavia y Reconquista. La investigación de estos hechos documentales, a cargo de Ignacio González, incluye la mitología popular con la leyenda de “La Telesita”, la niña de 15 años de Santiago del Estero que bailó compulsivamente, poseída, sin descanso, hasta morir quemada por una fogata.
Estos relatos se imbrican en un furioso presente gracias al collage estético que propone la obra, en la cual el valor multidisciplinario del teatro es su razón de ser: el reconocido iluminador Matías Sendón tiene un rol protagónico en esta propuesta, cuando en su intento de responder ¿Quién mató a Emma Livry? despliega en escena un raconto histórico sobre el desarrollo de la luz en el siglo XIX, que incluye planos, dibujos y explicaciones. A su vez, permite resaltar el valor emocional y narrativo de la luz en escena cuando opera una araña gigante del techo, hecha con tubos de neón blancos o cuando dos reflectores “bailan” la puesta de luces de la obertura de “La muette de Portici” de Daniel Francois Auber, la ópera en la que se prende fuego Emma Livry. El movimiento y el cambio de color de los reflectores, junto con la intensidad de la música, tienen un efecto tan potente que el público termina aplaudiendo a las luces.
En sintonía con el valor multidisciplinar, la música en este espectáculo también tiene un rol fundamental. El músico Agustín Fortuny opera como un DJ y genera una fiesta electrónica, hace voces distorsionadas y, en la misma función, toca una pieza de piano clásica y tiene un solo de batería asombroso, que en la última función de esta obra, logró hacer con un solo palo y su mano, porque había desaparecido el otro palo de la batería. El azar y el riesgo del arte en vivo se vuelve, en estos casos, una hazaña doble.
Este espectáculo de límites difusos entre el happening, la performance, la danza y el teatro de texto (los autores de la dramaturgia son Mariana Chaud y Alejo Moguillansky) incluye un foco especial en el espectador: la mayoría del público se sienta en el piso, una parte debe moverse en un momento (algo no del todo justificado y que corta el relato), las bailarinas muchas veces caen encima de algunos y hasta se genera una fiesta de baile, música, luces y humo que vuelve a poner al cuerpo del espectador en el centro de la escena. Una invitación a bailar sin vergüenza, con cronómetro incluido.
Los momentos más potentes de la danza quedan a cargo de las auténticas bailarinas de esta obra: Luciana Acuña y Carla Di Grazia. Ellas, junto con la actriz Tatiana Saphir, quien también tiene monólogos, generan con sus movimientos una contagiosa fuerza lúdica, liberadora, imprevisible, propia de la danza.
Bailarinas incendiadas es un espectáculo preocupado por la forma: piensa el modo en que cuenta la luz, piensa los efectos de la música sobre la emoción, piensa el valor del cuerpo a través de la historia, toma de las manos a los espectadores (literal) y los saca a bailar y, al mismo tiempo, ese trabajo genera un profundo efecto en su contenido. Con las pinturas de Degas como telón de fondo que retratan un aspecto romántico de bailarinas etéreas, esta obra refleja la vida de mujeres que bailan para sobrevivir, que se exponen a hombres ricos que las manipulan y condicionan y que una vez prendidas fuego, son cambiadas por otras mujeres en la misma función, porque el show debe continuar.
El cuerpo de la mujer, una vez más, expuesto sin piedad ni cuidado, en el siglo XIX y en el presente a la mirada y al placer de los otros.