Ballet de estadio: talento, emoción y fervor popular en una gala que reunió a jóvenes argentinos que bailan por el mundo
Algo había sugerido el mensaje de bienvenida grabado en off por el organizador de la velada. No pedía que apaguen los teléfonos celulares ni recordaba que están prohibidas las fotos con flash y los registros de video. Decía sencillamente una cosa así como siéntanse libres de aplaudir cuando quieran. Quedaba claro que si el ballet como género estaba haciendo su debut en el CCK, un escenario sin telón de terciopelo ni galones dorados, sería con una energía diferente, sin formalidades ni protocolos. Bien singular, como Repatriados: un espectáculo que reunió a un grupo de jóvenes argentinos -de los más jóvenes- radicados en diferentes ciudades del mundo, ansiosos por compartir su pasión “en casa”, aquello por lo que se fueron a miles de kilómetros de distancia y que tan bien saben hacer: bailar. Por eso mismo el domingo el Auditorio Nacional estuvo colmado de familias, de amigos, de otros chicos igual o más jóvenes que ellos, y también de un público curioso, que conoce sus historias y derroteros, pero que pocas veces o nunca los había visto en vivo en un escenario. ¡Si solamente faltó el cantito,“...es un sentimiento, no puedo parar” para que el show se viviera como en un estadio! Por todo lo demás, por la conjunción de talento, emoción y fervor, se pareció más a una fiesta popular con ribetes patrióticos que a una gala tradicional que quiere instalarse en el calendario cultural del invierno en Buenos Aires.
Despejado lo anecdótico y lo excepcional que radica en la razón y el contexto de estas dos funciones con entradas gratuitas agotadas, hay varios aspectos artísticos en los que vale la pena reparar. El principal es que estos de bailarines dan muestra del buen futuro de la danza argentina en el mundo. ¿Qué se puede esperar si no es un gran suceso de una chica como Paloma Livellara, que fue noticia hace apenas unos meses cuando con 18 años ganó el Prix de Lausanne? Ahora está por mudarse de Montecarlo, donde terminó su formación, para ingresar en el ABT Studio Company. Más allá de los atributos físicos y técnicos que quedan a la vista, es deslumbrante, dotada de una gracia y seguridad pocas veces vista para alguien que aún no comenzó formalmente su vida profesional. Habrá de prepararse Nueva York, entonces, para que otra Paloma argentina haga historia.
Livellara interpretó, entre otros pasajes, la variación del británico Christopher Wheeldon con la que conquistó al jurado en el certamen de suiza (You Turn Me on I’m a Radio, sobre el tema de Joni Mitchell) y este ejemplo sirve para anotar otro atractivo del programa: la posibilidad de asomarse al mundo a través de un conjunto de obras (fragmentos) de coreógrafos internacionales que confiaron sus derechos a estos bailarines. En cierto sentido hasta podría verse el espectáculo como un tributo al gran John Neumeier, figura crucial de la danza europea de la última mitad de medio siglo, que a los 85 años acaba de retirarse. Él es el responsable en buena medida de la formación y la fama de tres de estos repatriados. Empezando por Azul Ardizzone, de la escuela del Ballet de Hamburgo, que de la mano de aquel se convirtió a los 15 años en la Julieta más joven de la historia. Junto con Emiliano Torres (otro crédito del cuerpo de baile en esa compañía alemana) hizo aquí el pas de deux del dormitorio de la pieza de Shakespeare, a la que a le siguieron lo largo de la función otros tres extractos de creaciones de Neumeier, como A simple song y Preludes, hasta llegar al punto más exquisito: el dúo final (ya sin arcos, flechas ni mitos griegos) de Sylvia. Digamos que si la gala contenía toda la variedad de sabores de una caja de bombones, este bocadillo que interpretó el primer bailarín santafesino Matías Oberlin con su compañera de Hamburgo Ida Sofia-Stepelman resultó una completa delicia. En este pas de deux pasaron los años para los protagonistas, que se reencuentran atravesados por recuerdos y emociones: ella llega con una valija, él cargado de vacilaciones, y buscan reconectar en diez minutos memorables, que alimentan el deseo de ver este trabajo completo (en este link de YouTube se puede encontrar la grabación del estreno, en la Ópera de París, en 1997, con Aurelie Dupont y Manuel Legris: en el minuto 1:32 comienza este dueto).
Al margen del panorama Neumeier, por si acaso alguien fuera olvidar de qué aguas beben estos artistas, dos pas de deux del repertorio clásico con todas las de la ley (entrada, variación y coda) abrieron y cerraron el espectáculo y una miniatura emblemática, La muerte del cisne, presentó en sociedad a otro joven valor local que integra el Ballet Nacional de Portugal, la longilínea Bárbara Brigatti.
Tanto en Las llamas de París (con Camila Ferrera, del cuerpo de baile del ABT) como en El Corsario (nuevamente con una Livellara cautivante), Lucas Erni dio sobradas muestras del gran trabajo realizado durante la última década. Porque para él sí que esto no empezó recién; con experiencia en varias compañías y un pasado reciente como solista del San Francisco, está a días de incorporarse al Ballet de Rhein en Düsseldorf (donde hay otros argentinos, como Emilia Peredo Aguirre, y su director, Demis Volpi, que acaba de dejar su cargo nada menos que para reemplazar a Neumeier en Hamburgo). Erni es virtuoso -virtuosísimo- y pareciera haber encontrado una buena forma de rehuir de cierta alharaca que a veces se ve en las galas, para plantarse con un sobrio estilo personal en el remate de saltos y piruetas de gran destreza y precisión.
Organizado por Erni y Di Stabile, a través de su productora sincasco.com, el espectáculo dio lugar a que el joven bailarín que mañana mismo viajará a Marsella para sumarse a una gira internacional con un espectáculo de Broadway sobre El Principito haga sus primeros palotes como coreógrafo. En ese sentido, Di Stabile no se privó de nada, invitó amigos, fusionó sus mundos. Una de esas creaciones, Piezas al piano, con música en vivo de Silvina Rouco, simuló una clase de ballet que -para acudir a un imaginario olímpico en época de Juegos- apela a la idea del “pasaje de antorcha”, con la participación de la exbailarina del Colón y maestra Maricel De Mitri y un tesoro como Leonel Galeppi Lopez, de 12 años. El chico -que ya tiene un lugar en la escuela de la Ópera de París- sorprendió al público caminando sigilosamente desde la platea. En un tierno gesto, Di Stabile le entregó en escena sus zapatillas de baile para que él ponga a volar su flequillo en una breve secuencia de giros que cosechó la admiración de todos. Seguramente se recordará este momento dentro de algunos años, tal vez en una próxima edición de Repatriados, cuando León ya haya avanzado en su promisoria carrera.
“No hay nada como la casa de uno, nuestro país; bailar para nuestras familias y amigos, los que te vieron crecer desde muy chiquitos. De verdad que el corazón late muy fuerte”, había dicho Erni en una nota previa con LA NACION. Al final de la gala, él mismo tomó el micrófono, muy emocionado, para agradecer y recordar: “No saben hace cuánto tiempo esperábamos este aplauso”.
Decíamos “ballet de estadio”: todos de pie, vivas, brazos en alto y una clara demostración de por qué se habla tanto del fervor del público argentino.