En 'Bardo', Iñárritu se mete en sí mismo. Pero incluye a indocumentados, conquistados y desaparecidos

Después de haberse convertido en el primer mexicano en ganar un Premio de la Academia a la Mejor Película y al Mejor Guion Original (sucedió gracias a “Birdman”) durante una misma jornada y de hacer nuevamente historia un año después con su triunfo en la categoría de Mejor Director del mismo evento (mediante “The Revenant”), Alejandro G. Iñárritu pasó a convertirse en uno de los realizadores más aclamados de la actualidad.

Pero eso no quiere decir que todos los amantes del séptimo arte lo adoren, lo que tiene que ver en parte con su fuerte personalidad, con ciertas actitudes que ha tenido con la prensa a lo largo de los años y, por supuesto, con la grandilocuencia de sus obras fílmicas, que para muchos son muestras de su talento portentoso y que para otros son pruebas de su egocentrismo.

Se trata de una discusión que parece haberse acentuado ante el lanzamiento de “Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades”, una cinta que, incluso más que “Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance)”, se encuentra vinculada a la vida y a la manera de ver las cosas de Iñárritu, hasta el punto de que Silverio, su omnipresente protagonista -interpretado por el gran Daniel Jiménez Cacho-, funciona como un alter ego suyo que tiene numerosos puntos de coincidencia tanto con los logros profesionales del cineasta como con sus intereses.

Con más de dos horas y media de duración, una puesta en escena de carácter absolutamente épico y una serie impresionante de escenas surrealistas que aluden a los dilemas artísticos, familiares, sociales y políticos de Silverio/Iñárritu, “Bardo” es una obra de carácter monumental que pondrá a prueba a los devotos de este director y que acaba de llegar a la plataforma de Netflix (su distribuidora oficial).

En la entrevista con Los Angeles Times en Español que puedes encontrar a continuación tanto en versión de video como de texto, Iñárritu habla de la exhaustiva planificación que se hizo antes del rodaje, de la introducción de temáticas complejas en el filme, de la música que empleó, de la puesta en escena, de su regreso a filmar en México luego de veinte años y de su propia vida en nuestra ciudad, donde se encuentra radicado desde hace dos décadas.

Alejandro, sé que has estado ya hablando mucho de las ideas contenidas en “Bardo”, que son muy interesantes y de las que se puede discutir interminablemente; pero, a mí, lo que me gustaría saber es si tú bailas salsa tan mal como lo hace Daniel Giménez Cacho en una escena del filme, cuando le dan un premio en un salón mexicano [risa].

Bueno, yo creo que Daniel es un gran bailador. Tiene buen ritmo. ¿Te pareció que baila mal?

Yo pensé que era algo intencional. Tiene su ritmo, pero la salsa es complicada de bailar; no es fácil. Has dicho que su personaje no te refleja completamente, pero sé que eres rockero, y los rockeros no son reconocidos precisamente por sus habilidades para el baile.

Hay una frase en la película que decía mi padre: “Los hombres rudos no bailan”. Pero cuando uno se deja ir, no importa lo bueno o lo malo que seas; hay que tener libertad de movimiento, independientemente de las opiniones o las interpretaciones de los que te ven. Lo importante es gozarlo, y Daniel representa el goce del baile, de dejarse ir más allá de la estética que se espera.

Después de eso, él mismo baila algo de David Bowie, con el audio de la voz separado, para lo que se tuvo que pedir un permiso especial, supongo.

Es un recurso que utilizo tres veces, porque hay versiones a capella de “Mi niña” de José José, “In the Cage” de Genesis -durante su etapa con Peter Gabriel- y “Let’s Dance” de Bowie. Me interesaba como modo de representación del interior de esta persona.

Hablando de baile, lo que cuentas aquí llega narrado con un ritmo muy particular, con escenas de vuelo y planos secuencia que parecen imposibles de realizar. Hay una dinámica que hace que todo sea muy animado, muy entretenido, pese a que esto no es para nada una propuesta del ‘mainstream’. No te quedas media hora en un encuadre ni apelas a lo contemplativo, y me imagino que eso tiene que ver con tu propia personalidad.

Creo que hay que ser fiel a lo que uno es, a la forma en que uno se expresa y a la forma en que uno siente. Yo siempre aspiro a la música, que es el arte al que hay aspirar en todas las artes, según yo. El ritmo interno de cada persona es distinto; no hay bueno ni malo, pero cuando haces algo así, sin pensarlo, lo terminas abordando de la manera en que eres. Y esta es la manera en que veo y siento las cosas.

Esta es una película llena de simbolismos y de pasajes oníricos, pero con momentos realistas que la anclan, que la vuelven comprensible pese a que no se maneja una narrativa tradicional. ¿Te interesa que tu cine sea accesible?

He hecho películas más complejas debido a su estructura y su oscuridad, como “21 Gramos”. Esta la hice desde la luz, desde la transparencia total. Su centro de gravedad es emocional, y las emociones son lo que son; no hay una intelectualización, sino un paseo por la conciencia de un personaje. Según [Jean-Luc] Godard, “la vida es una película mal hecha”, y una película nos permite viajar en el tiempo y el espacio como no nos lo permite la vida. Ese es un ritmo que te da permiso para poder construir desde la ficción algo que de alguna forma resulte entretenido para la gente.

Sé que la planificación visual de esta película fue mucho más intensa que la de tus filmes anteriores. ¿Trabajas normalmente con ‘storyboards’?

He hecho ‘storyboards’ en escenas complejas, que son de acción, que implican riesgo físico o que emplean una narrativa que demanda ser muy precisa, y que tienen una construcción que debe ser muy precisa porque cada toma cuenta algo y tiene que ser muy bien entendida por todos los departamentos. En este caso, los hice para todas las escenas, porque exigían una precisión y un control absolutos.

Para poder generar una sensación de sueño, una sensación que fuera extraña, había que tener una planificación muy específica, porque no se trataba de capturar una realidad, sino de construirla. Todo tenía que ser sumamente preciso, incluyendo los movimientos de los actores.

¿Cuánto tardaste en escribir el guion al lado de Nicolás Giacobone y cuánto tardó la planificación visual previa al rodaje en sí?

El guion tardó en hacerse casi cinco años, y después tuve que parar hasta tres veces. Empecé a pre producirla y se detuvo todo a una semana de empezar a rodar, en marzo del 2020, con el inicio de la pandemia; comenzamos a filmar en diciembre y tuvimos que interrumpirlo porque se enfermó parte del ‘crew’; y retomamos ya en 2021. Fue un proceso muy largo, de por lo menos dos años de ejecución, lo que quiere decir que tomó finalmente unos siete años en hacerse.

Has hablado varias veces de los comentarios que ha generado la cinta tras su paso por festivales y de las referencias literarias que tiene, entre las que figuran Octavio Paz, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Pero lo que me parece más llamativo es que un director como tú, cuyas películas se ven en el mundo entero, plantee en un trabajo tan personal como este temáticas como las de la migración indocumentada, la conquista, las personas desaparecidas, la discriminación racial que existe en México y hasta la discriminación que sufrimos los latinos en Estados Unidos por parte de quienes consideran que este no es nuestro hogar porque nacimos en otro país. Para nosotros, lo que dices y muestras en ese sentido puede ser el pan de todos los días, pero hay una audiencia de carácter mundial que no está familiarizada con ello.

Podría haber tomado un camino fácil y hacer una película más comercial o más predecible, que respondiera a convenciones asimiladas y aceptadas. Pero sentí que necesitaba hablar de las inquietudes, las paradojas y las incertidumbres que tengo la necesidad de explorar como mexicano, utilizando mi voz y mi posición privilegiada para hablar del privilegio, de eso que incomoda, de eso que se desconoce o de eso de lo que no se habla, con todas las malinterpretaciones que esto pueda causar. Hay que tener valor, y creo que lo tengo. Estoy en una posición en la que puedo darme esa posibilidad, en que puedo aprovecharla para expresar abiertamente y honestamente lo que pienso, lo que siento y lo que para mí es importante en la actualidad.

Y lo haces además a través de un personaje imperfecto que cae en contradicciones, como lo demuestra la escena en la que, al enfrentarse a la prohibición que impide que su empleada doméstica ingrese con él a un club exclusivo en la playa, Silverio pretende ignorar el hecho, pese a que su propia hija hace un escándalo y se va del lugar. Se supone que él es un defensor de las causas justas, pero aquí, deja de hacer lo que tenía que hacer.

Todos tenemos contradicciones e imperfecciones; esa luz y esa oscuridad son parte del ser humano. No mostrarlo sería irrisorio, idealista o naíf. Hay que mostrar esas contradicciones, porque México es un país lleno de contradicciones, perteneciente a una cultura de conquistados, mixta y muy diversa. Hay muchas cosas de las que no hemos sanado, y se mantiene una ‘pigmentocracia’. No importa si estamos aquí o allá; seguimos arrastrando racismos, clasismos y diferenciaciones.

Cualquier cineasta, proceda de donde proceda, puede filmar donde quiera y contar historias que se desarrollen en diferentes lugares, pero tengo la sensación de que, en lo que corresponde a Alfonso Cuarón, a Guillermo del Toro y a ti -es decir, los cineastas mexicanos que han triunfado en Hollywood-, había en el ambiente una especie de reclamo por haber dejado de lado los relatos latinoamericanos de tinte social. Alfonso regresó ya a eso y a su país de origen con “Roma”, y ahora tú lo haces con “Bardo”. ¿Por qué crees que dos de ustedes están coincidiendo de algún modo en ese retorno, justamente ahora?

Creo que eso tiene que ver con la distancia que te da ser inmigrante. Las ausencias se van acumulando, y hay un momento en que todo ese bagaje madura hasta llegar a un puto en el que estás listo para servir ese vino de reflexión y de sentimiento.

Este artículo va a ser publicado por un medio en español de Los Ángeles, una ciudad que aparece también retratada en la película, aunque menos que Ciudad de México. Me llamó mucho la atención ver la escena que se desarrolla en 7th Street Metro Center, una estación de metro que yo conozco muy bien porque tomo frecuentemente el tren, algo que no hacen definitivamente las estrellas de Hollywood. En otro momento de la cinta, la hija de Silverio le pregunta a su padre si se ha subido alguna vez a la línea que va a Santa Mónica. ¿Lo has hecho tú, o lo hiciste recién durante este rodaje?

Sí la he tomado; muy pocas veces, sobre todo cuando voy a USC [Universidad del Sur de California], a un par de restaurantes que me gustan y que están ahí. Me resulta mucho más rápido [que manejar]. Pero no es algo común. Como bien sabes, Los Ángeles es una ciudad en la que los servicios públicos no son muy buenos; no tenemos las líneas que hay en Europa o en México, donde está todo conectado. Aquí hay muy pocas líneas que se unen, por lo que tienes que ser muy específico. Desafortunadamente, esta es una ciudad de coche; mentiría si dijera lo contrario. Pero me he subido a la línea 8, aunque no es una forma de transporte que suelo utilizar.

¿Tú te sientes bien aquí, verdad? Porque hay gente que no se acostumbra.

Me gusta mucho California; me gusta la Naturaleza, la luz. Me costó mucho adaptarme, pero aquí hay 5 millones de mexicanos y eso te hace sentir un poco más en casa, aunque es extraño, porque creo que, en consonancia con lo que se dice en “Bardo”, todos los latinoamericanos que conozco -más allá de que seas privilegiado o no, más allá de que seas exitoso o no- experimentan esa sensación de incertidumbre, de no sentirse ni de aquí ni de allá. Es una soledad compartida.

Independientemente de tu situación personal, creo que hay un sentimiento universal de los millones de migrantes que existen en el mundo, sin importar dónde vivan o de dónde vengan, que se sienten expuestos a que su pertenencia sea cuestionada por un papel. Es un juego interior y exterior en el que no tienes ya ese territorio confortable que te da la identidad colectiva de un país, con sus raíces, sus olores, sus comidas y sus afectos.

Cuando sales de ahí, ya no hay regreso; y cuando quieres regresar, ya no puedes hacerlo. Los que lo hemos vivido probablemente lo entendemos, pero es un sentimiento casi imposible de articular; y es de eso que habla la película.

Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.