Llora si te sientes mal, las lágrimas cicatrizan heridas
“Las lágrimas que no se lloran, ¿esperan en pequeños lagos? ¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?”, se preguntaba el poeta Pablo Neruda. Ahora sabemos que las lágrimas no lloradas duelen más que las que hemos vertido porque se quedan atrapadas dentro, inundándonos poco a poco el corazón. Llorar, al contrario, tiene un efecto catártico.
Es bueno recordarlo en estos momentos ya que de repente nos hemos precipitado en un escenario inédito y complicado con un enorme potencial para desestabilizarnos emocionalmente. El coronavirus y el confinamiento han condensado en un breve periodo de tiempo un amplio abanico afectivo muy difícil de gestionar.
Ante lo que podría ser uno de los mayores desafíos de nuestras vidas, es comprensible que a veces tengamos ganas de llorar. Llorar por lo que nos toca de cerca y de lejos. Por lo que ha pasado y lo que está por venir. Por los que ya no están. Por lo que hemos perdido. Llorar de miedo o impotencia, por la frustración, el agotamiento o el estrés. Sea cual sea la razón, en estos momentos las lágrimas pueden aliviar la tensión psicológica a la que estamos sometidos.
No lloramos porque seamos débiles, lloramos porque sentimos
A lo largo de los siglos se ha instaurado la idea de que las lágrimas son una señal de debilidad. Llora el “débil” mientras el “fuerte” resiste estoicamente. Las lágrimas también han sido consideradas como una señal melodramática y de autocomplacencia e incluso se han asociado al género femenino y al deseo de llamar la atención. Por eso todavía hay personas que reprenden a sus hijos diciéndoles que “los hombres no lloran”. Y por eso aún nos avergonzamos de llorar en público.
Creemos que llorar es un acto profundamente íntimo. Y lo es, pero también es una señal social potentísima que ayuda a formar un vínculo muy estrecho entre las personas. Nos sentimos más conectados con alguien cuando le vemos llorar y seremos más propensos a ayudarle, como comprobaron psicólogos de la Universidad de Tilburgo.
Las lágrimas revelan las corrientes emocionales subyacentes que normalmente escondemos. El llanto ocurre cuando se rompen las compuertas internas, cuando alcanzamos el límite de lo que podemos expresar con palabras y las emociones nos sobrepasan. No es, por tanto, una señal de debilidad que nos deja vulnerables sino una oportunidad para recibir el apoyo que necesitamos y, sobre todo, un punto de inflexión que nos permite recuperar fuerzas para seguir adelante.
El llanto sosiega, calma el dolor y nos fortalece
No todas las lágrimas son iguales. Tenemos tres tipos de lágrimas. Las lágrimas basales forman una película protectora sobre el globo ocular para lubricarlo y nutrirlo. También tenemos lágrimas reflejas, aquellas que se producen cuando el ojo se irrita al entrar en contacto con el polvo o cuando picamos una cebolla.
No obstante, son las lágrimas psicógenas, esas que derramamos por razones emocionales, las que más nos afectan. Esas lágrimas tienen una composición diferente. No solo son mucho más gruesas, de manera que caen más lentamente por las mejillas, sino que contienen hormonas como las encefalinas, una especie de analgésico que nuestro organismo libera para aliviar el dolor. Por tanto, las lágrimas nos ayudarían a mitigar el dolor emocional, convirtiéndose en una especie de bálsamo para el alma cuando emociones como la tristeza, la frustración o la impotencia nos superan.
No es casual que el 70 % de las personas crean que llorar las reconforta, según un estudio realizado en la Universidad del Sur de Florida. Estas personas pasaban por tres fases que todos conocemos muy bien: una profunda tristeza inicial que desencadena el llanto seguida de un estado de equilibrio y por último, una mejoría del estado de ánimo cuando dejamos de llorar.
Las lágrimas no solo brindan sosiego, sino que también pueden fortalecernos psicológicamente. Un estudio publicado en la revista Emotion reveló que “las personas que lloraron podían soportar una tarea estresante durante más tiempo y mostraban niveles más bajos de cortisol después del llanto”.
Al contrario, quienes suelen reprimir sus emociones reaccionan de manera más exagerada ante la presión y el estrés, mostrando incluso un mayor aumento de la presión arterial, como comprobaron psicólogos de la Universidad de Stanford. La ciencia nos indica, por tanto, que reprimir el llanto para mantener una “calma aparente” no es bueno, ni para nuestro equilibrio emocional ni para nuestra salud.
Esconder las emociones puede hacernos sentir peor. Aunque pensemos que nos estamos distrayendo, esas emociones terminarán enquistándose y ejercerán su influencia negativa sobre nuestro bienestar. El estrés, la frustración, la impotencia o el miedo seguirán creciendo en nuestro interior para hacernos pagar una factura demasiado alta.
El llanto que realmente nos libera
Las lágrimas en sí mismas no bastan para cicatrizar las heridas emocionales. Si lloramos sintiéndonos culpables o avergonzados, el poder catártico del llanto se esfuma, advierten investigadores de la Universidad de Gante.
La clave consiste en abrazar nuestros sentimientos. Necesitamos dejar de ver el llanto como un enemigo a evitar a toda costa y asumirlo como una respuesta emocional completamente normal ante situaciones que nos sobrepasan. El llanto indica que algo nos importa, que sentimos y estamos vivos.
No obstante, a pesar de que el llanto tiene un poder catártico y nos ayuda a liberar la tensión acumulada, no puede ser la única estrategia para lidiar con los estados afectivos negativos o caeremos en la indefensión y la depresión.
Cuando dejamos de llorar solemos encontrar un nuevo equilibrio psicológico y nos envuelve una sensación de paz que facilita la aceptación. Necesitamos aprovechar ese momento para ver las cosas que nos preocupan desde una nueva perspectiva, con la mente más despejada y el corazón libre de la pena. Entonces podremos aprovechar todo el potencial curativo de las lágrimas.
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