El beso de la mujer araña: un film que nadie quería producir y que Burt Lancaster soñó protagonizar
“A ella se le ve que algo raro tiene, que no es una mujer como todas. Tiene una carita un poco de gata...”: así comienza el hilo de una red mucho más extensa, la que teje Molina contando películas como si fueran espejos que todas las noches reconstruyen la vasta vida. El cine es la gran ilusión que se transforma en un cuento de hadas en los relatos de Molina, capaz de unir a dos almas sufridas, marginadas, encerradas: la suya, reflejo de la soledad como si fuera un cristal nocturno atrapado en las tinieblas de los momentos que no fueron; y la de Valentín, el revolucionario torturado que es un sol resplandeciente de agonías.
“Nuestra realidad no está restringida por las celdas en las que vivimos. Si uno lee y estudia, se puede trascender cualquier celda”, decía Manuel Puig, el argentino cuya escritura y sensibilidad sedujo al mundo entero en El beso de la mujer araña. La lectura de esta historia enredó al legendario Burt Lancaster, la estrella de El gatopardo, Los asesinos, Atlantic City y De aquí a la eternidad, que soñaba con interpretar a Molina en la pantalla grande. La misma red atrapó al cineasta argentino Héctor Babenco, que quería dirigir la versión para cine. Pero los sueños de ambos, como ocurre cada vez que se terminan los cuentos de Molina, se encontraron con los muros incesantes de la realidad.
Ningún estudio de Hollywood quería financiar una película sobre un gay y un comunista encerrados en una cárcel de América Latina, cuyo único escape son relatos de películas. En 1983 no existía el concepto de “cine independiente estadounidense”: solo alguien como Lancaster podía conseguir la promesa de presupuestos que, de todos modos, estaban lejos de cualquier producción típica de Hollywood. Su destino se cruzó con el de Babenco, que podía aportar capitales de inversores privados de Brasil para financiar parte de la producción.
Huracán de pasiones
Como sucede con las grandes obras de la literatura, cada uno tenía su propia idea sobre El beso de la mujer araña . En la novela de Puig se entretejen relatos de películas reales y ficticias con un mundo crepuscular y sádico. En la novela, habita el espíritu de las películas de la era de Oro de Hollywood. Historias de suspenso, amor, detectives, nazis, panteras y mujeres fatales inspiradas en Rita Hayworth, Jane Greer y Greta Garbo, entre otras. “Si el rol de la mujer sumisa sobrevivió durante tantas décadas era porque tenía algunas ventajas. No quería hacer una historia sobre mujeres que sufren”, decía Puig. Su mundo era el de las mujeres misteriosas que empuñaban armas tan humeantes como los cigarrillos que fumaban y el de los detectives de tapados largos que comprendían que el saber implicaba sufrimiento. Era el espíritu del seductor cine negro.
“La reflexión y la sensibilidad no tienen prestigio en este mundo. Creo en el poder subversivo del inconsciente” decía Puig, que vivió en la Argentina y fue perseguido por la Triple A por sus ideas políticas de izquierda. El beso de la mujer araña transmite la sangre, el temor y la angustia que recorrió el tejido nervioso de América Latina bajo la sombra de las dictaduras militares. Para Valentín, el preso político torturado, Molina es un frívolo que vive el cine como una forma de escapismo. Cuestiona los relatos edulcorados de Hollywood como parte de una maquinaria imperialista más grande. No se permite cultivar el placer de los sentidos porque entorpecen sus ideales marxistas. Por eso, al principio, tiene cierto rechazo sobre el cine y, por extensión, Molina. Su compañero de encierro es diametralmente opuesto: se deja atrapar en las historias de amor, terror y drama. No importa si es una película de propaganda nazi: Molina se encandila por los actores y la historia romántica: siente las películas. Para Puig, esos dos polos eran el corazón de El beso de la mujer araña.
Retorno al pasado
Leonard Schrader (el hermano de Paul, el guionista de Taxi Driver), encargado de escribir el libreto para cine, tenía otra interpretación. Burt Lancaster, una muy distinta. A tal punto que el actor se encargó de escribir su propio guión. Babenco también veía otra cosa: “No estoy haciendo una película sobre un gay y un comunista, estoy haciendo una historia sobre lo que significa ser un hombre real”.
Ser un “hombre real”, para Valentín es “no dejarse basurear por nadie, ni por el poder... no rebajar a nadie, no permitir que nadie al lado tuyo se sienta menos”. Lancaster, que llegó a vestirse de mujer para mostrarle al director su versión de Molina, se bajó del proyecto aduciendo problemas de salud. El director argentino-brasileño, agotado de la burocracia de Hollywood, estaba por rendirse cuando alguien lo llamó por teléfono: William Hurt, la nueva estrella en ascenso en Hollywood, amaba la novela y quería ser Molina.
Se pusieron los engranajes en marcha. Para el rol de Valentín llamaron al latino Raúl Julia , que había protagonizado Golpe al corazón, el musical de Francis Ford Coppola. La modelo y actriz Sonia Braga se unió al elenco en tres roles distintos, uno de ellos la mujer araña del mundo etéreo. La producción fue una mezcla de talentos latinoamericanos y estadounidenses.
Al borde del abismo
El rodaje no fue placentero. Hurt era amado por sus coprotagonistas y el equipo técnico, pero era un profesional muy demandante con todos . Ensayaba durante horas y estaba atento a todos los detalles. Citaba ideas de grandes filósofos como Kierkegaard y Schopenhauer, cuando estaba en el set. Babenco hablaba fluido en español y portugués, pero no inglés: quería filmar la película en la Argentina y Brasil porque estaba cansado de los Estados Unidos. Los problemas de comunicación entre ambos hicieron que se pelearan y dejaran de hablarse durante todo el rodaje.
Hurt no encontraba el espíritu de Molina. Encontró en el diseñador de vestuario de la película, un joven argentino gay, Patricio Bisso, a su conejillo de indias. El actor de Detrás de las noticias y Ciudad en tinieblas lo invitaba todas las noches al cine para poder estudiarlo y componer a Molina. “Hay que tener la audacia de hacer algo mucho más generoso que mostrar cuanto sabés. Tenés que olvidar todo lo que te costó tanto esfuerzo aprender, en lo que practicaste tanto, y empezar a escuchar”, explicaba Hurt. Encontró la esencia: Molina no era lo que imaginaba. Era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.
La producción fue caótica. A último momento, el estudio de Hollywood dueño de La marca de la pantera, la primera (y más importante) película que Molina le cuenta a Valentín, les negó los derechos de esa película. Nada salía bien. Las otras “películas dentro de la película” (como el relato ficticio de propaganda nazi) no se integraban de manera armónica a la historia principal, como sí sucedía en la novela.
La muerte en un beso
La primera versión cinematográfica de El beso de la mujer araña duraba 3 horas. Fue rechazada por todos los festivales de cine. Era un desastre en apariencia insalvable. Los involucrados creyeron que la película iba a ser quemada y, aunque la inversión no se iba a recuperar jamás, al menos algunas carreras se salvarían del bochorno. El destino tenía otros planes.
Como último recurso, trabajaron durante casi 7 meses en la postproducción para armar una película de casi dos horas que fuera aceptable . Presentaron esa versión al festival de Cannes, el más prestigioso y el menos amigable con el cine estadounidense. El festival la aceptó. Llegó la noche del estreno. Nadie había soñado lo que seguiría.
Apenas terminó la proyección, la sala llena ovacionó de pie a la película. William Hurt fue premiado como el mejor actor de todo el festival. Pero el suceso no terminó en Francia. El beso de la mujer araña se convirtió en un éxito en los Estados Unidos, incluso en estados conservadores como Texas. Ronald Reagan pidió proyectarla en la Casa Blanca, pero su mujer, Nancy, huyó espantada de la película a los 15 minutos. Nancy no canalizaba el sentimiento de una nueva generación de hombres y mujeres que se emocionaban e identificaban con algo más que una historia de amor universal.
La coronación final llegó con cuatro nominaciones al Oscar en 1985, incluyendo mejor película, dirección, guión adaptado y actor. William Hurt le ganó a leyendas como Jack Nicholson y Harrison Ford. Agradeció a todos los que trabajaron con él en la película, incluyendo al director Babenco. El beso de la mujer araña capturó el espíritu de una nueva época, más tolerante, inclusiva y empática, frente a un mundo de violencia, miedo, humillación y dominación.
El material del que están hechos los sueños
“¿No se sufre más después de haber sido feliz y quedarse sin nada?” le pregunta Molina, la voz del corazón, a la voz de la razón que parece ser Valentín, que responde: “Hay que saber aceptar las cosas como se dan, y apreciar lo bueno que te pase, aunque no dure. Porque nada es para siempre”.
Borges, en su análisis del final del Quijote, señalaba que “todas las cosas tocan alguna vez a su acabamiento y su fin”. Lo trascendental, lo onírico, la idea de la transmutación quijotesca. Pepe Martin, en el prólogo al libro, advierte que la frente al agobiante dolor de una opresiva realidad, no hay mejor final que el happy end “lleno de esperanza en el ser humano”. “¿Qué es lo más difícil de darse cuenta? Que vivo adentro de tu pensamiento, y así te voy a acompañar siempre”, escribió Puig en una escena onírica de su novela. Porque este sueño es corto, pero es feliz. Aunque sea las películas.