El promotor de el festival más esperado (y desastroso) en Bahamas sale de la cárcel con una deuda de $ 26 milones

Billy McFarland, quien ahora vive en el vecindario de Bedford-Stuyvesant en Brooklyn, el 30 de agosto de 2022. (Ben Sklar/The New York Times).
Billy McFarland, quien ahora vive en el vecindario de Bedford-Stuyvesant en Brooklyn, el 30 de agosto de 2022. (Ben Sklar/The New York Times).

NUEVA YORK — “¿Esto es técnicamente DUMBO?”, preguntó Billy McFarland, mientras caminaba hacia la orilla del río Este. “Es genial. ¿Los alquileres aquí también son una locura?”.

“Nunca pasé mucho tiempo en Brooklyn, hasta que estuve en el centro de detención”, continuó. “Siempre pensaba: ‘Nunca viviré en este lugar’. Ahora siento que es un sitio agradable”.

McFarland, quien en 2018 se declaró culpable por el delito de fraude por su papel en la organización del Fyre Festival —un evento tipo Coachella pero en las Bahamas que salió espectacularmente mal y que lo estableció como el Elizabeth Holmes de los promotores de fiestas— llevaba 15 minutos siendo un hombre libre. Y no parecía querer esconderse tras pasar casi cuatro años en prisión, más otros seis meses de confinamiento adicional.

Billy McFarland, quien ahora vive en el vecindario de Bedford-Stuyvesant en Brooklyn, el 30 de agosto de 2022. (Ben Sklar/The New York Times).
Billy McFarland, quien ahora vive en el vecindario de Bedford-Stuyvesant en Brooklyn, el 30 de agosto de 2022. (Ben Sklar/The New York Times).

Momentos después de quitarse el monitor electrónico de tobillo en la residencia de transición Gold Street donde había pasado un tiempo a principios de este año, McFarland posaba para un fotógrafo de The New York Times y conversaba con un periodista al que había contactado hacia el final de su confinamiento con la ayuda de un publicista.

“Pensé que iba a ser un proceso complicado, pero resulta que simplemente te dan unas tijeras y lo cortas”, contó McFarland, de 30 años, quien mide 1,90 metros y tiene una figura esbelta después de su tiempo en prisión. Vestía una camiseta oscura y unos pantalones azul marino que, según dijo, eran de Uniqlo. En sus pies llevaba unas zapatillas deportivas Gianvito Rossi que se parecían a unos Converse All Stars, pero que cuestan alrededor de 700 dólares.

McFarland —quien tiene poco dinero en el banco, una deuda de 26 millones de dólares en indemnizaciones financieras y ninguna oferta laboral inmediata— aseguró que había comprado las zapatillas antes de sus problemas legales.

“Mis amigos bromean con que todo mi guardarropa es de 2016”, afirmó.

Festival épico con entradas a $12 mil

En aquel entonces, McFarland —quien creció en Short Hills, Nueva Jersey, y que abandonó la Universidad Bucknell después de menos de un año— era conocido como el fundador de una compañía llamada Magnises, cuya tarjeta de compras insignia fue presentada como una especie de tarjeta de crédito negra American Express para miléniales.

En su mayoría, quienes se inscribían recibían acceso de barra libre a una mansión de Greenwich Village donde McFarland solía organizar fiestas. Otro beneficio de la membresía: viajes a las Bahamas, incluido el cayo Norman, una pequeña isla que alguna vez sirvió como centro de operaciones para el contrabando de cocaína del cartel de Medellín.

 Billy McFarland en el centro con invitados del Magnises Summer Bash en Gurney's Inn en Montauk, NY. (Patrick McMullan via Getty Images)
Billy McFarland en el centro con invitados del Magnises Summer Bash en Gurney's Inn en Montauk, NY. (Patrick McMullan via Getty Images)

Ese fue el lugar que McFarland había seleccionado para organizar un épico festival para la presentación de su próximo invento, Fyre, una aplicación tipo Uber a través de la cual las personas podían contratar a sus celebridades favoritas para eventos especiales. McFarland reclutó a Ja Rule, Kendall Jenner, Bella Hadid y Emily Ratajkowski para ayudar a promover la fiesta de 2017, la cual iba a contar con más de 30 invitados musicales, incluidos Blink-182 y Tyga. Las entradas llegaron a costar hasta 12.000 dólares.

Pero el Fyre Festival —que llegaría a alcanzar notoriedad cultural, aunque no por las razones que McFarland tenía previstas— estuvo mal planificado, y sus finanzas fueron un desastre.

El desastre

La noche anterior a la llegada de los primeros asistentes a la isla, se desató una intensa tormenta.

La gente llegó y descubrió que las “villas de lujo” que venían incluidas en los paquetes con sus entradas eran en realidad tiendas de campaña para emergencias ubicadas en una zona improvisada de campamento.

La “gastronomía isleña auténtica” que se les prometió a los invitados en los materiales promocionales resultó ser un sándwich de queso servido en un envase desechable de unicel, aunque McFarland alegó en nuestra entrevista la semana pasada que los reportes sobre los alimentos habían sido desproporcionadamente exagerados.

“Por algo solo existe una fotografía de eso”, afirmó, refiriéndose a una imagen viral que mostraba una patética pila de lechuga cubierta con dos rodajas de tomate, sobre dos rebanadas de queso preenvasado que fungían como una especie de guarnición para dos rebanadas de pan blanco.

Y a la cárcel

Al final, el evento —que dejó varados a miles de asistentes en las Bahamas, quienes tuvieron que buscar refugios improvisados en una playa oscura— se canceló sin que se llevara a cabo ni una sola presentación. Menos de dos meses después, McFarland fue arrestado y acusado de fraude.

“Me llevaron al centro de detención de Brooklyn por una noche”, contó. “Mi cabeza daba vueltas con todo esto, entré en pánico y me dije: ‘Debo devolverles el dinero a todos mañana o esto será un problema real’”.

Las demandas colectivas no se hicieron esperar.

Mientras estaba en libertad condicional, McFarland lanzó un servicio de entradas VIP que prometía a los usuarios boletos que no tenía para eventos como el musical de Broadway “Hamilton”, el desfile de modas de Victoria’s Secret y la Gala del Met.

Hubo otra ronda de cargos por fraude.

“Probablemente le sumé años a mi sentencia por hacer eso”, afirmó. “No paraba de tomar malas decisiones”.

Junto al río, en DUMBO, un barrio del distrito de Brooklyn en Nueva York, McFarland adoptó algunas poses lastimeras. “Espero con ansias el día en que pueda ir a nadar”, afirmó.

Luego procedió a tomar un Uber hasta su pequeño apartamento en el segundo piso de un edificio en el vecindario de Bedford-Stuyvesant.

Las condiciones del arresto domiciliario de seis meses de McFarland le permitían salir solo para hacer compras en el supermercado o ir al gimnasio. McFarland eligió una membresía en Blink Fitness, la cual pagó con una tarjeta de débito. “No creo que pueda obtener una tarjeta de crédito”, reconoció.

Su nuevo apartamento tenía el estilo neutral de un Airbnb. Las únicas decoraciones eran algunas plantas que había comprado en Trader Joe’s (una flor ave del paraíso y dos árboles de jade) junto con una pizarra blanca que estaba tan vacía como la decoración del lugar. La cama estaba perfectamente hecha, y el suelo estaba impecable.

Una protestante contra el Brexit usa el nunca realizado festival Fyre para demostrar su punto:
Una protestante contra el Brexit usa el nunca realizado festival Fyre para demostrar su punto: "Ustedes hacen lucir el Festival Fyre bien organizado" (Ollie Millington/Getty Images)

¿Había sido eso gracias a un servicio de limpieza? “No me lo vas a creer”, respondió. “¡Aprendí a hacerlo yo mismo!”.

McFarland contó que su formación en el quehacer doméstico comenzó en el Centro de Detención Metropolitano en Brooklyn, donde estuvo preso al principio, y luego continuó en el Centro Correccional de Otisville en el norte del estado de Nueva York, donde fue trasladado a principios de 2019. “Era como Danbury”, aseguró, refiriéndose a las instalaciones menos estrictas y cómodas (para los estándares de una prisión) donde Martha Stewart cumplió su condena. “Pero lo arruiné”.

¿Cómo?

“Introduje una memoria USB ”.

McFarland contó que estaba almacenando notas para un posible libro sobre su historia, la cual ya había sido contada en documentales rivales de Hulu y Netflix.

Los guardias confiscaron la unidad de almacenamiento y McFarland pasó tres meses en confinamiento solitario, donde contó que se quedaba dormido con los gritos de un pandillero conocido como el Tigre Blanco, llamado así por los tatuajes del animal que tenía en el rostro y otras zonas del cuerpo.

Después de eso fue reubicado a FCI Elkton, una institución correccional federal de baja seguridad ubicada en Ohio.

Luego, en 2020, llegó la pandemia del coronavirus. McFarland apeló para conseguir una liberación compasiva, alegando que las alergias y el asma lo colocaban en una categoría de alto riesgo por problemas graves de salud. Su petición no tuvo éxito. “La esperanza nubla tu juicio”, afirmó. “De ninguna manera iban a dejarme salir”.

En otoño de ese año, terminó nuevamente en confinamiento solitario, esta vez por participar a través de una llamada telefónica paga en un pódcast (“Dumpster Fyre”) sobre el Fyre Festival.

Al final, según los propios registros de la prisión, McFarland pasó seis meses allí, aunque los registros no especifican la razón. Su abogado, Jason Russo, contó en una entrevista telefónica que les había escrito cartas a los funcionarios de la prisión para tratar de sacar a McFarland del confinamiento solitario, pero su petición siempre fue obstruida. Russo afirmó que ni siquiera pudo obtener una respuesta específica sobre la razón por la que McFarland estuvo allí durante un periodo tan extenso. La prisión no contestó los correos electrónicos ni las llamadas telefónicas realizadas por The New York Times.

Wale con Billy McFarland en una de las fiestas de Magnises en 2013  (Jonathon Ziegler/Patrick McMullan via Getty Images)
Wale con Billy McFarland en una de las fiestas de Magnises en 2013 (Jonathon Ziegler/Patrick McMullan via Getty Images)

Al menos por ahora, McFarland ha abandonado la idea de escribir sus memorias.

“Digamos que, el libro no va a pagar las indemnizaciones que debo”, comentó.

Entonces, ¿qué lo hará?

“Me gustaría hacer algo en la industria de la tecnología”, afirmó unos minutos más tarde, mientras caminaba hacia un restaurante BKLYN Blend, donde pidió un sándwich de huevo y un café. “Lo bueno de la industria de la tecnología es que las personas son muy innovadoras, y por ende más propensas a asumir riesgos”.

“Si trabajara en finanzas, creo que sería más difícil volver. La industria de la tecnología es más abierta. La forma en la que fracasé es totalmente incorrecta, pero en cierto sentido, el fracaso es algo aceptable dentro del espíritu empresarial”.

De vuelta en el café de Bed-Stuy, McFarland afirmó que el pecado más grande que había cometido había sido hundirse en la deshonestidad.

“Mentí”, admitió. “Creo que estaba asustado. Y ese miedo defraudó a las personas que creyeron en mí y les mostró que no debieron haber confiado”.

© 2022 The New York Times Company

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