Adictas a los postres
No es mi caso, que muero de amor por un sandwich antes que por un chocolate, pero siempre me llamó la atención la actitud de una antigua amiga mía, Ana, ante una caja de bombones o ante un pastel de cumpleaños.
Si no fuera porque es de mala educación, Ana se lanzaría sin miramientos sobre cualquier alimento dulce muy elaborado, y se lo engulliría de principio a fin ella sola. En los cumpleaños de sus hijos solía comerse, cuando todos se habían ido (delante de mí, porque tiene confianza), todos los trozos de pastel que habían quedado en los platos, y luego se sentaba con una cuchara ante el pastel que había sobrado y mientras charlábamos se lo terminaba. Incluso, me llamaban la atención los suspiros de placer que emitía (ella no se daba cuenta, claro).
Un verano que fuimos de vacaciones juntas caí en la cuenta, además, de que Ana no podía desayunar si no tenía a mano una cuantiosa porción de galletas o muffins. Y lo aseguro, Ana era delgada.
A ese extremo no he conocido más que a Ana, pero sí he visto actitudes similares en otras mujeres. Siempre me he preguntado de dónde vendría tanta pasión por los dulces.
Según explica el nutricionista canadiense Earl Mindell, en su libro "Los adictos a los carbohidratos", las ganas incontrolables de comer algo dulce pueden esconder una deficiencia de proteínas.
Si estamos siguiendo alguna dieta 0% grasa, pero alta en carbohidratos, azúcares o almidones, por ejemplo, se produce el efecto contrario al deseado, dado que pueden provocar descargas frecuentes de insulina que, a su vez, aumentan las ganas de ingerir dulces.
En un interesante artículo sobre este tema publicado en el diario La Nación, de Argentina, algunos especialistas consultados coinciden en que "la compulsión por comerlos está dada por una alteración bioquímica del sistema nervioso y de todo el aparato hormonal."
Ellos sostienen que esto podría derivar en un cuadro de obesidad, pero suman la alta ingesta de harinas refinadas a la de azúcar. "Con la dieta no basta; también hay que empezar a modificar otros hábitos de vida y reducir los niveles de estrés y ansiedad que acumulamos a lo largo del día y que procuramos calmar con la comida de mala calidad", explica el doctor Carlos Murúa, especialista en obesidad y trastornos alimentarios, en La Nación.
"Este antojo se entiende clínicamente como un deseo ferviente más que como un capricho pasajero. Además del riesgo evidente de aumentar de peso y desarrollar diabetes y caries, el consumo regular y exagerado de dulces disminuye la capacidad del sistema inmunológico e impide a los glóbulos blancos hacer frente a contaminaciones bacterianas. El organismo también es más propenso a sufrir catarros e infecciones varias, como cistitis y vaginitis", escriben los especialistas en el sitio Alimentación.
De hecho, el azúcar no está considerado un alimento, sino que se lo incluye en la lista de las llamadas "calorías vacías", porque no posee ningún tipo de vitamina ni minerales.
Cuanto más leo, de todas formas, más caigo en la cuenta de que mi amiga Ana es un caso inusual, porque nunca contrajo obesidad ni diabetes. Ana tiene una salud de hierro. La pregunta es, ¿hasta cuándo?
Twitter: @aleherren
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