Criar hijos sola
Conseguir el príncipe azul, casarse, comprar una casita y tener muchos vástagos. ¿Qué mujer no ha soñado con esa vida al menos una vez? No es que sea un imposible, varias lo han logrado y lo siguen haciendo, pero no siempre se consigue la familia ideal.
Ideal, ideal… en realidad ¿qué es ideal? Algo absolutamente subjetivo. Porque más allá de todas las vicisitudes que puede acarrear tener un hijo sola, se puede lograr ser feliz y tener una familia soñada.
No sé si a alguien le resultará de ayuda mi experiencia, pero les cuento que pasé por ambas situaciones. Primero tuve a mi hija mayor con su padre a mi lado, y la criamos "juntos" durante un par de años, hasta que la cigüeña trajo a nuestra segunda hija. En el medio del embarazo la relación comenzó a estar en crisis, incluso, hasta viví un ensayo de separación. Pero no toleraba la idea de parir con mi madre en el lugar de mi marido. Por eso volvimos a intentar estar juntos, aunque no por mucho tiempo; cada día era como caminar sobre una cuerda floja. Recuerdo haber llorado tanto que le pregunté al médico obstetra si mi niña podría nacer con algún problema.
Finalmente, recibimos a Mora juntos, entre mis brazos y los de su padre; pero creo que fue lo último que compartimos, porque unos días después el sufrimiento y las discusiones me obligaron a tomar la decisión de agarrar a mis dos chicas para irme a casa de mis padres.
Pasada la noche, cuando volví tuve que enfrentarme con la dura realidad, él había hecho sus valijas y se había marchado. Observé el placard vacío, miré a mis bebés y tuve que enfrentar la vida sin pensarlo dos veces. ¿Quién lo haría si no? Ah, me olvidaba de un detalle: una de esas mañanas, de un momento a otro, también me abandonó la niñera. Ahí verdaderamente exploté en llanto y así empezó el baile.
Dos contra una
Si hubiera tenido la posibilidad de pedir un deseo, seguro que sería una mano extra. Dos no eran suficientes para dos bebas. Por momentos sentía que no podía con todo: hacer la comida mientras la pequeña gritaba a los llantos, limpiarlas a ambas al mismo tiempo porque habían vomitado, salvarlas de un incendio en el edificio mientras dormían y yo observaba como todos escapaban por las escaleras. También he tenido que llevar al kinder a la más grande con lluvia, viento y frío, cargando a la bebé; he pasado noches sin dormir porque tenían miedo a distintas horas y, lo más importante, me he olvidado lo que era ser mujer. No tenía feriados, ni días, ni horas, ni un segundo para ocuparme de mi persona. Fueron momentos muy complicados, pero así y todo destaco el placer de ser madre, el infinito amor que me brindaban (y me brindan hoy) esas dos enanas en el medio de mi soledad. Después de todo, no me sentía tan sola.
Recuerdo que me encantaba alimentarlas a las dos juntas; a una con mi pecho y a la otra, con la mano que me quedaba libre. También me divertía mucho cuando armábamos ciudades con Inés, y Mora (de 10 meses) al gateo destruía todo lo que estaba por su camino. Entonces, para que la más grande no se enojara, se me ocurrió jugar a que King Kong venía a destruir la ciudad. Y así jugábamos las tres. Sin darme cuenta la vida iba pasando y de a poco iba tomando otro color. La clave era tener ganas de salir adelante.
No se puede negar que hubo y habrá momentos difíciles en este largo camino de criar a dos niñas sola. Seguro que sería más fácil que haya cuatro manos y cuatro ojos en vez de dos, dos cabezas en vez de una, pero de todo se puede aprender.
Esos momentos en que las veo crecer felices me siento super poderosa. Y pienso que todo fue gracias a mi trabajo y mi esfuerzo, y creo que un día la vida me va a recompensar. Cuando se conviertan en adultas felices y vengan a visitarme con sus hijitos. Aunque no sea el mismo modelo con el que fantaseé de pequeña, puedo asegurarles que tengo una familia que es un sueño.
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