Crianza compartida
Con más frecuencia, y a diferencia de las generaciones anteriores, los hombres desean participar activamente en la crianza de sus hijos. De igual forma, las mujeres desean que los hombres se involucren tanto en la crianza de los hijos como en la vida doméstica en general. Sin embargo, esto parece quedarse sólo en un ideal debido a una serie de situaciones.
Algunos datos para empezar
En América Latina, las estadísticas sobre la repartición del trabajo muestran que, en promedio, las mujeres pasan tres veces más tiempo en las labores domésticas que los hombres. Eso sin contar el tiempo que invierten en el cuidado de los niños. El argumento más común es que "eso es obligación de las mujeres".
Más de la mitad de las mujeres tienen un trabajo de tiempo completo, lo que hace que sus jornadas sean hasta de 18 horas diarias.
Por otra parte, pocas empresas tienen una política de neutralidad en lo que se refiere a la licencia de maternidad (posnatal), de manera que si un hombre desea tomar 60 días (la cifra varía en cada país) para cuidar a su hijo recién nacido, no tiene ninguna opción. Lo mismo ocurre con la flexibilidad de horarios: es complicado que un jefe otorgue permiso a un hombre para salir temprano si necesita llevar a su hijo al médico.
Curiosamente, la legislación en latinoamérica parece radicalizar esta situación. Lejos de promover igualdad de circunstancias para que la crianza de los hijos sea compartida, se amplían los beneficios sólo para la mujer. Esto tiene un lado positivo, pues las madres sienten un poco más de tranquilidad los primeros meses después del parto. Sin embargo, cuando desean reincorporarse a la vida laboral, tienen que hacer magia con el tiempo y el dinero: nanas, abuelas o primas solidarias, guarderías, todo tiene un costo que termina por producir algo que difícilmente miden las estadísticas: culpa, estrés y cansancio.
Otro de los obstáculos para la crianza compartida está en los prejuicios de género. Por ejemplo, la madre es quien "naturalmente" debe posponer o abandonar su carrera profesional para dedicarse a los niños. Este prejuicio se fortalece en la desigualdad salarial: en general, las mujeres ganan entre 20% y 30% menos que los hombres, de manera que cuando hay que decidir quién deja de trabajar para criar a los niños, la respuesta es casi obvia. Por otra parte, prácticamente no se cuestiona quién debe buscar un trabajo de medio tiempo para hacerse cargo de los niños, "se asume" que la mujer es quien debe hacerlo.
La pregunta es si, en este panorama de inequidad, es viable la crianza compartida. La respuesta es positiva, pero requiere de todo un compromiso y un cambio profundo en la vida doméstica y social.
Un reto de todos
En 2008, la revista del New York Times publicó un artículo que ponía en evidencia los retos que implica la crianza compartida en varios países. Aunque no se mencionaba América Latina, parece que la situación no varía mucho, sobre todo en los ámbitos urbanos. De acuerdo a las experiencias recogidas en ese artículo, así como a otros casos que conozco de cerca, la crianza compartida no se traduce en horas de convivencia, sino en un estilo de vida que implica romper con los prejuicios de género y los esquemas de inequidad.
La crianza compartida no es sólo un reto de pareja sino un trabajo social que se materializa en tres retos principales:
Soltar. Culturalmente, mujer y hombre asumen ciertos roles. Por ejemplo: ella decide en casa, él es el proveedor. Ambos deben soltar esos roles para que la crianza compartida funcione. Él asume responsabilidades y tiempo con los niños, ella confía en él; ella toma tiempos para sí misma, él los respeta y los favorece; él pone empeño genuino en limpiar, lavar, cocinar y organizar, ella reconoce los esfuerzos... Simetría, interdependencia, confianza y compromiso parecen ser las cuatro bases fundamentales para una relación de equidad. Sin ellas, la crianza compartida sigue siendo un ideal.
¿Un buen padre? Hace 30 años, la idea de un buen padre implicaba ser un proveedor intachable (seguridad, salud, educación para sus hijos). Los padres jóvenes, en cambio, desean ser más que eso, quieren participar del crecimiento de sus hijos y estar cerca de ellos en momentos clave. Sin embargo, no tienen el ejemplo de su padre y les pesa la censura; muchos hombres sienten que cambiar pañales, dar leche, limpiar vómitos, ordenar la casa y levantarse por la noche, pone en cuestión su figura "masculina". Pero ocurre todo lo contrario: quienes se entregan a la experiencia de criar y colaborar en el hogar, afirman que es indispensable para generar un apego y fortalecer el vínculo padre-hijo. Padres versátiles son padres empoderados y, por tanto, admirados por sus hijos, ya que el amor profundo no está necesariamente vinculado a un rol de género.
Afuera y adentro. La crianza compartida implica igualdad de esfuerzos tanto dentro como fuera de casa. Al interior: acuerdos de organización que les permitan pasar tiempo de juego y aprendizaje con los niños. Al exterior: acuerdos familiares, red de amigos que también estén trabajando en la crianza compartida, y más allá, condiciones laborales, negociaciones, salarios, horarios flexibles que favorezcan tanto a padres como a madres, que no impliquen renuncias, sacrificios o culpas a largo plazo.
¿Ustedes qué piensan, es necesaria la crianza compartida? ¿Cómo podría lograrse?
Más información en Ser Padre.