El tamaño sí afecta el apetito
Tengo muchos motivos para no poner un pie en los restaurantes de comida rápida. Además de la baja calidad de la materia prima, los aditivos y la preparación hacen que todos los platillos tengan un saborcito a cartón frito. A eso se suma la enorme cantidad de contaminantes que producen los empaques desechables, las pésimas condiciones laborales que ofrecen a sus trabajadores y la destrucción de tradiciones culinarias locales. Para seguir con la lista, este fin de semana me encontré con un artículo que me hizo reafirmar mis críticas hacia la industria del fast food —o debiera decir fat food—.
La profesora Aradhna Krishna, de la Universidad de Michigan, realizó un estudio para averiguar si el tamaño de la presentación del platillo (chico, mediano, grande) influye en el apetito de las personas. En un experimento, dio a los participantes galletas etiquetadas como tamaño "mediano" y después como "grande". El truco: las galletas eran del mismo tamaño. El resultado: la gente comió más galletas cuando estaban etiquetadas con el tamaño "mediano". En vez de confiar en lo que su estómago les dijera, se dejaron llevar por el letrero.
"Sólo porque hay una etiqueta distinta, la gente come más. Incluso tienen la impresión de que no se han excedido", afirma Krishna. El principio psicológico implicado en este proceso tiene muchas ramificaciones. Por ejemplo: un refresco de 32 onzas se vende en el restaurante X bajo la etiqueta de "grande", el mismo refresco en el restaurante Y se vende como tamaño mediano. Lo mismo ocurre con el café, las donas, las papas... Quien confía en las etiquetas termina comiendo o bebiendo más de lo que necesita.
De acuerdo con el Centro de Control y Prevención de las Enfermedades de los Estados Unidos, lo que hoy es un refresco de tamaño "grande" era seis veces más chico hace 60 años. Las cadenas de fast food han ido cambiando los tamaños de acuerdo con el juego del mercado, sin pensar en las implicaciones que esto tiene para la salud de la gente. Por otra parte, las cadenas de fast food se han instalado en casi todos los países, reproduciendo este mismo fenómeno. Al aumentar el contenido de las porciones, el consumidor siente que está recibiendo "más por su dinero", cuando en realidad, está recibiendo una dosis más alta de azúcares, harinas y grasas refinadas.
¿Le doy un consejo? Si usted recibe mayor volumen por el mismo precio, sospeche de la calidad del producto o de las condiciones en que éste fue producido.
La educación y la industria
El fenómeno de la variación en los tamaños y la etiqueta se cruza con una cuestión de educación. En algunos países no les importa desperdiciar, así que por una ridícula suma aumentan el tamaño de su porción, "por si acaso" se quedaran con hambre. En otros países entra en acción la culpa. A la mayoría nos han enseñado que hay que terminarse lo que está en el plato porque allá afuera hay niños que se están muriendo de hambre. Esa moralina funciona, pero sus bases están torcidas. Sería más sano que nos enseñaran a comer lo que nuestro cuerpo necesita, en función del hambre y la salud, no de la culpa o de la tentación.
Mientras los restaurantes de fast food sean libres de poner la etiqueta que quieran, la idea de una porción chica, mediana o grande, seguirá siendo difusa para el consumidor. Por otro lado, las instituciones gubernamentales de salud siguen actuando bajo el esquema de la prohibición en lugar de regular o educar. Ejemplo de ello es que para combatir la obesidad, en Nueva York se prohibió que los restaurantes vendan refrescos de más de 16 onzas.
Por algo se empieza, es verdad, pero hay que trabajar de manera integral, sobre todo con el consumidor. Una manera de ayudarlo a retomar la dimensión de las porciones sería regulando o uniformando las porciones. El que las etiquetas y las presentaciones influyan en el apetito no es nada nuevo. Es bien conocido que cuando uno se sirve en un plato pequeño tiene la impresión de estar comiendo una porción más grande (a esta ilusión óptica se le conoce como efecto Delboeuf). Lo mismo ocurre con el tamaño de los vasos, la ropa, el asiento del transporte público, los cubículos de trabajo, la vivienda de interés social...
Las etiquetas y los tamaños afectan nuestras experiencias vitales de manera positiva como negativa. No digo que las cadenas de comida rápida estén mintiendo al respecto del tamaño de las porciones, pero el simple hecho de que jueguen con ello para poder competir en el mercado, me parece poco ético, sobre todo por la gran cantidad de problemas de contaminación, obesidad, desnutrición, diabetes y depresión que se asocian a este tipo de comida. Cuando la gente pierde la dimensión de lo que se lleva a la boca, cuando se entrega a las decisiones de la industria alimentaria, pierde conciencia, pierde poder, pierde opciones, pierde salud y dinero. Es cierto que la última decisión siempre será la del consumidor, pero eso no le resta responsabilidad a la industria.
¿Qué opinas de la comida rápida, crees que el tamaño de la porción afecta tu apetito?
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