La mentira vanidosa
Uno no hace amigos todos los días. Tampoco se encuentra con gente con la que pueda conversar largas horas y pasar por distintos estados de ánimo hasta crear una esfera de intimidad. Cuando eso ocurre, uno siente que ha encontrado una especie de tesoro, una conexión privilegiada que le da un valor distinto a la vida. Eso me pasó hace varios meses con un compañero de la universidad, fue de manera inesperada —como suelen ocurrir esas cosas—. Todo iba bien, salvo que hace unos días descubrí que me ha mentido en dos ocasiones muy significativas. Y que lo ha hecho por vanidad.
Recuerdo, por ejemplo, que la segunda vez que nos vimos él me dio un regalo que me hizo sentir absolutamente especial. Era un póster de colección, un afiche de una película muy difícil de encontrar. Según me explicó, lo había guardado celosamente, salvándolo de esas purgas que uno hace cuando se muda y también de las borracheras en las que suelen desaparecer libros, discos e incluso artefactos de cocina. Desde aquel regalo han pasado varios meses en los que la relación se ha dado de una forma tan adulta que apenas lo podía creer. Sin embargo, hace unos días fui a su casa y, por casualidad, cuando me iba, vi que se asomaba por una esquina del librero un montón de afiches como el que me había regalado.
Camino a casa pensaba en el por qué de su mentira. ¿Era necesaria? Podría haberme regalado el póster sin hacer ningún comentario, más allá del: "Sabía que te iba a gustar". En ese momento no habría cambiado nada entre nosotros. Pero ahora, el descubrir que era una mentira me ha puesto en alerta. De todo lo que me ha dicho, ¿qué es real y qué no lo es?
Hay de mentiras a mentiras. Las mentiras piadosas, por ejemplo, suelen decirse para proteger a alguien que se ama, de una verdad que "por su bien" no debe saber. Pensamos que la verdad es brutal, consideramos que decirla hará más daño que bien, así que preferimos ocultarla, maquillarla o intercambiarla por otra versión de la realidad. Es difícil hacer un juicio, somos humanos y a veces amamos torpemente. La mentira, como todas las falencias humanas, está presente en todas nuestras relaciones, está llena de matices y recovecos. Curiosamente, casi siempre viene acompañada de justificaciones para facilitar las cosas en caso de que haya que pedir perdón.
Cuando pienso en la mentira de mi amigo no puedo ubicarla dentro de las mentiras piadosas, porque él no me estaba protegiendo de nada. A falta de otro referente, se me ocurrió otra categoría: la mentira vanidosa. Mentir por vanidad es distinto a mentir por piedad. La mentira vanidosa funciona como una máscara que protege algo que no queremos mostrar. Pero no es una máscara aburrida o plana, sino que está pintada con los colores o los gestos que creemos que al otro le van a gustar. Porque en esa protección hay también un deseo por ser aceptado.
Sería hipócrita si dijera que yo no he mentido por vanidad. A veces, cuando cuento alguna anécdota humillante me gusta transformar los detalles vergonzosos en momentos cómicos, porque la risa de mi interlocutor hace menos grave mi vulnerabilidad. También miento por vanidad cuando estoy con gente que no me agrada, digamos que es una máscara de amabilidad y buena educación que me protege de los agentes patógenos y, al mismo tiempo, proyecta una imagen aceptable para pasar desapercibida. Eso sí, me declaro incompetente para las mentiras vanidosas que suelen aparecer en las entrevistas de trabajo. Ni siquiera me da la tripa para fingir que en mi trabajo anterior me pagaban más de lo que en realidad ganaba.
Mi fe en la humanidad —o será el optimismo al que me niego a renunciar— me dice que uno no anda por la vida diciendo mentiras vanidosas a todo el mundo; sólo en ciertas situaciones se detona ese mecanismo. Supongo que son formas de relacionamiento aprendidas a través de la experiencia y que uno echa mano de ellas porque otras veces han funcionado. Quiero pensar que es así porque aprecio mucho la realción que he construido con mi amigo. Por otra parte, me quedo pensando si yo he mentido por vanidad en situaciones así. Tal vez sí pero no lo había hecho consciente.
Creo que no me queda más que tomarlo con optimismo, cariño y humildad. Si estas cosas ocurren es porque hay una lección para ambas partes. Dicen por ahí que si el jarrito se rompe, aunque lo pegues ya no vuelve a quedar igual. Pero no hay tal cosa como la pureza o la perfección en las relaciones humanas. Entonces, lo que uno puede hacer es mirar las huellas de la ruptura y tenerlas presentes como un espejo o un recordatorio de nuestra imperfección. Al final, uno descubre que es amado y que ama a sus amigos tanto por la luz que emitimos como por las sombras que proyectamos.
Twitter: @luzaenlinea
Artículos que pueden interesarte:
Mentiras que valen la pena
¿Es posible la amistad entre hombres y mujeres?
La mejor versión de ti misma