Permiso para sentir

Hay personas que en sus relaciones más íntimas no se permiten a sí mismas hablar de sus emociones. Entiendo que no lo hacen porque temen ser juzgadas, sin embargo, de una u otra forma encuentran la manera de expresar lo que sienten. Hay otras, en cambio, que ni siquiera se permiten sentir; aun cuando se enfentan a acontecimientos que racionalmente les provocan rechazo, no son capaces de sentir pena, dolor, alegría, furia... Cuando trato de comprender porqué nada los conmueve, algo me dice que esa actitud no es voluntaria, imagino que se trata de un mecanismo de defensa que debe haberse instalado en la infancia y que fue perfeccionándose con el tiempo. Y es que los sentimientos están asociados a acontecimientos personales que, cuando son muy dolorosos, se transforman en heridas que nunca se cierran.

Muchas personas no hablan de sus sentimientos, pero hay quienes incluso, no se permiten sentir / Foto: Thinkstock
Muchas personas no hablan de sus sentimientos, pero hay quienes incluso, no se permiten sentir / Foto: Thinkstock

Como si fuesen cables de alta tensión, tocar heridas abiertas es igual a revivir el daño; para protegernos, nuestra psique nos aísla de esos sentimientos. Eso que nos negamos a sentir es, precisamente, el mayor de nuestros miedos. Paradójicamente, creo que en ese sentimiento es donde está depositado el sentido de nuestra vida, nuestro destino, el objetivo de nuestro paso por el mundo.

 

El ciclo de los miedos

Miedo al rechazo, al abandono, a no sentirnos adecuados o suficientes: nuestros mayores miedos tienen que ver con lo más íntimo, están en la base de nuestros vínculos más profundos y funcionan como un círculo vicioso. El miedo al rechazo se vive como la imposibilidad de ser uno mismo, eso nos impide crear un lazo de confianza y detona el miedo al abandono, porque la desconfianza nos hace sentir que nunca estaremos a la altura de las expectativas.

Nuestros miedos, lejos de ser imaginarios o mentales, están encarnados en cada una de las células del cuerpo, programadas para activar mecanismos de defensa. Por eso hay enfermedades que no se pueden acotar con un diagnóstico médico. Por eso, aunque pensemos: “no voy a reaccionar, lo voy a tomar con calma”, nuestro cuerpo sigue reaccionando para evitar que toquemos ese sitio electrificado.

Cuando alguien se niega a aceptar lo que siente, le quita toda validez a su experiencia / Foto: Thinkstock
Cuando alguien se niega a aceptar lo que siente, le quita toda validez a su experiencia / Foto: Thinkstock

Esconder las emociones o negar los sentimientos nos permite sobrevivir, y aunque ese mecanismo nos defiende del dolor, hace que nos perdamos lo mejor de la vida. Este mecanismo también es reforzado por los valores del sistema en el que vivimos. En cada mensaje publicitario nos bombardean con la idea del confort y lo inmediato; lo que cuesta trabajo, lo que implica esfuerzo y no da "resultados" en segundos, no tiene un lugar en el mercado y, por lo tanto, parece que no vale la pena.

Las emociones no son buenas o malas, son formas en las que se expresa un sentimiento profundo pidiéndonos que le hagamos caso. Aceptar que algo nos duele, por ejemplo, es empezar a sanarlo; aceptar que alguien nos hace sentir alegría o amor, es el primer paso hacia la gratitud. Los sentimientos son información vital, y si aprendemos a ponerlos en su justa dimensión, estaremos más en el presente y menos en los reproches el pasado o en las especulaciones del futuro.

Cuando alguien se niega a aceptar lo que siente, le quita toda validez a su experiencia. Una persona que niega su propio valor se ve empujada, una y otra vez, a buscar la aprobación del otro. En esta búsqueda inconsciente hay un riesgo enorme: si el otro no está ahí para validarlo, surge la ansiedad porque la propia vida parece no tener sentido. Peor aun: el deseo de aprobación puede detonar en otro mecanismos destructivos.

El mecanismo del no-sentir no se puede desactivar tan fácilmente. Si bien la voluntad es importante, la insensibilidad está compenetrada en nuestras reacciones y en la memoria de nuestro cuerpo, y hace falta emprender un proceso largo para “desinstalar” el programa. Aceptar y validar lo que sentimos, aunque sea difícil al inicio, puede provocar cambios enormes, incluso violentos. Por eso es preciso hacerlo con cuidado, poco a poco. Si lo hacemos con ayuda de un terapeuta y con el apoyo de quienes realmente nos aman, entonces no hay nada que temer.

 

Ejercicios para sentir

La terapeuta Athena Staik propone algunos “ejercicios” para permitirnos sentir sin ponernos en riesgo. Se trata de hacer una suerte de alquimia para transformar los miedos en caminos de libertad.

Twitter: @luzaenlinea

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