Por qué reducir el consumo de carne
Después de hacerse unos exámenes médicos, mi amigo Andrés comenzó a migrar hacia una forma de vida más consciente, moderada y saludable. A través del gusto y el apetito, un día su cuerpo le envió una señal muy clara: "reduce tu consumo de carne". Cuando lo expresó en una reunión, dos de sus amigos carnívoros lo retaron diciéndole que se dejara de tonterías, que lo que debía hacer era mejorar la calidad de la carne que consumía. Esa conversación quedó dando vueltas en mi mente. ¿Por qué intentar disuadir a alguien de hacer un cambio positivo en su vida? ¿Por qué expresar un cambio de hábito detona resistencias propias y ajenas?
Hace cuatro años opté por convertirme en vegetariana de tiempo (casi) completo. Desde entonces he sido cuestionada por mis hábitos alimenticios de varias formas. Sin hacer ningún juicio, entiendo que cuando uno dice "reducir" hay quien escucha "eliminar", incluso hay quienes piensan que uno está condenando el consumo de carne. Creo que esa reacción defensiva hacia la carne pone de manifiesto algo más que un simple gusto por el alimento.
Optar por un tipo de alimentación distinta a la norma provoca escozor porque la comida no es un fenómeno aislado. Todo lo contrario: en nuestras decisiones alimentarias se ponen de manifiesto el tipo de relaciones que tenemos con nuestro cuerpo, con los demás y con el ambiente. Detrás de cada bocado, en cada preparación hay implicaciones éticas. Sin embargo, en una cultura urbana donde aparentemente "abundan" las opciones de comida, reflexionar al respecto parece ocioso, innecesario y sobre todo incómodo.
Cuando es genuina y voluntaria, la reducción en la ingesta de carne forma parte de una serie de gestos y actitudes, pero como todos los cambios, genera resistencias propias y ajenas. Propias, porque desde el primer mintuo de vida la alimentación está asociada con emociones, adicciones o rutinas personales. Ajenas, porque comer es un acto social. La comida nos interpela, nos conecta, nos pone en relación conflictiva o armoniosa con los demás. Y así como un color chillante o una falda demasiado corta provoca incomodidad, un cambio de alimentación detona resistencias y discusiones con otras personas. De ahí que cuando alguien viene a plantear un cambio, también se plantea modificar un sistema de relaciones.
El lado positivo del asunto es que estas resistencias derivan en diálogos y búsqueda de información. Y aunque aparentemente no se llega a ninguna parte, "porque cada quien decide lo que se mete a la boca", una idea queda en el aire: la posibilidad de ser y hacer la diferencia. Si estas discusiones producen relaciones más conscientes, respetuosas y éticas, sin juicios hacia uno mismo y hacia los demás, entonces vale la pena iniciarlas.
Alternativa: omnivorismo responsable
El término me lo heredó mi amiga Isabel y me parece muy acertado. Esta forma de comer es una alternativa conciliadora que no elimina el factor ético. Por ejemplo: reducir el consumo de carne no excluye la posibilidad de ampliar nuestras opciones y hacerlas más responsables con todo lo que nos rodea. Aquí hay algunas ideas para empezar:
1. ¿Cuántas veces nos preguntamos por el proceso que está detrás del paquete de carne que nos venden en el supermercado? Pocas, muy pocas. Lo cierto es que hemos adoptado una posición muy cómoda y confiamos ciegamente en que la industria alimentaria nos está dando "lo mejor" o al menos lo más limpio, de manera que al día siguiente podamos ir a trabajar sin molestias estomacales. Sin embargo, sería bueno averiguar qué procesos industriales hay detrás de esa pieza de pollo radiante y jugosa. ¿Está realmente "limpia"? Quizás no traiga salmonelas, pero la cantidad de hormonas y antibióticos que fueron utilizados en su crianza tienen efectos sobre nuestro cuerpo a largo plazo. La misma pregunta se puede hacer al respecto de la carne de res, el cerdo, el pescado, los vegetales, etcétera.
2. Buscar una mejor calidad no equivale pagar más caro o sentarse en un mejor restaurante, sino tomar en cuenta que nuestra salud y la salud de los animales está íntimamente relacionada. Aunque suene a lugar común: somos lo que comemos.
3. Cuando se calcula el contenido calórico entre una ración de carne y un plato vegetariano (por favor, pensemos más allá de la ensalada), la diferencia no es mucha. Pero el cuerpo NO se nutre en función de las calorías sino de la calidad de los contenidos. Un estudio del Imperial College London señala que aquellos que comen 250 gr diarios de carne (res, pollo o cerdo), al cabo de cinco años aumentan más de peso que quienes comen menos carne, aunque las calorías sean las mismas. Este aumento se asocia a las grasas que se acumulan en los tejidos y a las toxinas que entorpecen la asimilación de nutrientes y modifican el metabolismo.
4. Reducir el consumo de carne no significa llevar una alimentación más pobre. Al contrario, cuando uno toma la decisión de ampliar sus opciones, la mirada funciona como un radar que las encuentra. Es cierto, el sistema no ayuda, pero es parte del reto. Una vez que uno se decide, no hay que innovar demasiado, basta con probar combinaciones que durante siglos fueron la base de la alimentación de nuestros ancestros. Por ejemplo, mezclar un cereal y una leguminosa provee menos calorías, más vitaminas, más fibra y más proteínas que la carne. De consumir tres o cuatro opciones (res, pollo y cerdo) uno se abre a decenas de ellas: leguminosas, tubérculos, semillas, cereales, hojas verdes, frutos secos, raíces, hierbas silvestres, cortezas, hongos... incluso los insectos, que tan mala fama tienen, son fuentes muy ricas de proteínas y minerales.
5. La conexión entre el cáncer y el alto consumo de carne es real. En un estudio realizado a más de 35,000 mujeres que consumen mayoritariamente carne roja, se mostró que el riesgo de desarrollar cáncer de mama es mucho más alto que entre las mujeres que comen carne una vez por semana. Probablemente se deba a la gran cantidad de hormonas y antibióticos que le inyectan a los animales, pero vamos por partes: si se mide el impacto de estas sustancias en una sola porción, resulta inofensivo para el ser humano. (¿Y quién piensa en las vacas, acaso ellas lo pasan bien?) A largo plazo, la combinación de la proteína animal, las toxinas y la grasa de la carne generan una sobreproducción de hormonas en el cuerpo humano que lo predisponen a enfermedades crónico degenerativas, como el cáncer y la diabetes.
6. Reducir el consumo de carne contribuye a desinflamar el cuerpo. Esta no es una apreciación estética sino un hecho comprobado. Cuando se consume carne a diario, el cuerpo no alcanza a desechar los radicales libres que se producen en la digestión. Éstos se quedan más tiempo en nuestro organismo produciendo oxidación, variaciones en la flora intestinal, inflamación y envejecimiento prematuro. Más aún: estudios recientes han encontrado que la depresión está fuertemente relacionada con la inflamación del eje estómago-cerebro.
7. Antes mencioné que la alimentación pone de manifiesto la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el ambiente. En relación con la carne, y de acuerdo con datos de la FAO, criar ganado para consumo de carne y lácteos produce más gases efecto invernadero que todos los automóviles que circulan ahora mismo. Si hacemos la conexión con la ingesta de carne, cuando se eleva la demanda de carne, aumenta la producción. Sin embargo, la atmósfera, el agua y la tierra no tienen la capacidad de reintegrar el excremento y los gases de las vacas, tampoco los desechos producto de la faena.
Por otro lado, para que la carne sea más barata, hay que abaratar los granos con que se alimentan los animales. Esta dinámica ha torcido el sistema agrícola mundial de tal manera que el 65% de los granos que se producen en todo el planeta sirve para alimentar las vacas cuya carne es consumida únicamente por el 5% de la población. Cambiar una hamburgesa por un almuerzo basado en leguminosas, cereales y vegetales, evita la emisión de 1.13 kg de CO2, ahorra 503 litros de agua y resguarda 1.5 kilómetros cuadrados de selva. ¿Te imaginas cuánto se beneficiaría el ecosistema con 3 almuerzos semanales sin carne?
8. Por último, pero no menos importante: la economía personal. Aun con las porciones suplementarias de granos y vegetales que supone un omnivorismo responsable, dejar de comprar carne significa ahorrarse un montón de dinero al año. Lo digo por experiencia propia.
Me parece que estos datos son un buen punto para establecer una diferencia alimentaria. Sobre todo, creo que ponen en perspectiva la idea de que reducir el consumo de carne es una "tontería". ¿Ustedes qué opinan?
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