¿A qué huele el amor?
Soy maniática olfativa: antes de comer algo, antes de probarme un abrigo, al entrar a una casa, en los espacios cerrados y también en los espacios abiertos, lo huelo todo y lo registro. El olfato es el GPS de mi memoria emocional.
"Hasta que no lo huela, no sabré si es para mí". Y no soy la única chica que lo dice con esa certeza. Aunque mi vista diga: "ese hombre es guapo", mi olfato siempre tiene la última palabra. Tengo que acercarme, rodearlo, olisquearlo hasta que mi nervio olfativo identifique dónde termina su perfume y dónde empieza su humor, ese aroma personalísimo que es como una huella digital. Entonces mi centro de operaciones enviará la señal que necesito para actuar. Ahora estoy describiéndolo paso a paso —como imagino que ocurre—, pero generalmente una no se da cuenta del proceso. Excepto cuando el humor de la persona es desagradable o trae recuerdos dolorosos, ahí una puede oler, escuchar y sentir en todo el cuerpo las señal del cerebro: ¡corre mientras puedas!
A veces creo que exagero, pero luego me encuentro artículos que me dejan pensando en lo complejo y maravilloso que es el olfato del ser humano. Y entonces me convenzo de que no estoy loca. Por ejemplo, hace un par de semanas apareció en theguardian.uk un extracto del libro The Science of Love and Betrayal (La ciencia del amor y la traición), del Robin Dunbar, psicólogo, antropólogo y especialista en comportamiento de primates. La nota muestra cómo el olfato es más importante de lo que pensamos al momento de elegir pareja.
Dunbar comienza nada menos que por el principio: los recién nacidos y sus madres se identifican únicamente por el olfato durante las primeras horas del nacimiento —razón por la cual hoy los buenos médicos se aseguran de que el bebé repose directamente sobre el pecho de su madre inmediatamente después del parto—.
Nuestro aroma es uno de los mejores marcadores de nuestra identidad, de hecho, dice Dunbar "es nuestra firma química". Esto se debe a que las cualidades del aroma corporal están determinadas por el mismo grupo de genes (MHC) que definen el sistema inmunológico. El complejo MHC es particularmente susceptible a la mutación, con cada generación produce nuevas combinaciones y adaptaciones, de manera que, por ejemplo, los hijos presentan mejores defensas contra virus y bacterias que sus padres o abuelos. Y sí, nuestro aroma también va cambiando con los años, pero muy lentamente.
En un contexto puramente instintivo, el olfato es una forma de verificar quién es más o menos apto para la reproducción. El olor de las hembras, en contacto con el aire, viaja en forma de moléculas (las famosas feromonas), que a su vez son captadas por el macho aún a distancias muy largas. Hay quien piensa que los humanos ya no somos sensibles a estas moléculas de atracción sexual, sin embargo, Dunbar demuestra lo contrario echando mano de varios estudios.
Por una cuestión evolutiva, las mujeres son más sensibles olfativamente hablando, tanto que pueden reconocer a sus hijos y amantes por el olor. Esto no funciona de la misa manera en los hombres. Para muestra, un estudio realizado por Jan Havlicek, Tamsin Saxton y Craig Roberts. Tras un largo interrogatorio sobre el amor y la atracción, seguido de algunos experimentos olfativos entre parejas, se llegó a la conclusión de que las mujeres califican el olor como un rasgo más importante que la apariencia física. Eso aplica para la comida, el olor de las flores, los espacios desconocidos y, por supuesto, la atracción y el deseo sexual. Para los hombres, en cambio, los rasgos visuales son más importantes al momento de elegir pareja.
Años antes, Kate Willis, discípula de Dunbar, había hecho un experimento para saber si los hombres eran capaces de distinguir con el olfato si una mujer estaba ovulando. Le pidió a seis mujeres que utilizaran una blusa para dormir, tres noches seguidas, durante cuatro semanas (lo que dura un ciclo menstrual). Al final de cada semana, se pidió a 80 hombres que olieran las prendas y las clasificaran de manera muy simple: agradable o desagradable. Para evitar contaminación de datos, se eligió a mujeres no fumadoras, se les pidió que evitaran comer alimentos con muchas especias, usar cosméticos perfumados o anticonceptivos. Los resultados: las blusas que usaron las mujeres durante la ovulación fueron calificadas como significativamente más agradables que aquellas utilizadas durante el resto del ciclo. Al parecer, los hombres son bastante sensibles al momento en que las mujeres están ovulando. O bien, desde otro punto de vista, el organismo de las mujeres usa signos olfativos para atraer a los hombres durante la ovulación; los efectos olfativos trabajan en ambos sentidos.
Un experimento realizado por los psicólogos Gustavson, Dawson y Bonett recurrió al androstenol, una familia de esteroides derivados de la testosterona, mejor conocida como "la hormona masculina", y responsable del aroma musgoso que tienen algunos hombres. Los investigadores rociaron androstenol en la mitad de los cubículos del baño de hombres y mujeres. Luego grabaron qué tan seguido los usuarios del baño elegían los cubículos rociados con androstenol. Se dieron cuenta de que los hombres los evitaban y elegían uno que no estuviese rociado. En cambio, para las mujeres, el efecto del androstenol fue prácticamente irresistible. Para contrastar el estudio, en otro baño rociaron otra sustancia, también derivada de la testosterona pero cuya función en el organismo es distinta al estímulo sexual. El resultado: ni hombres ni mujeres mostraron preferencia o rechazo a usar los cubículos.
En la Universidad de Liverpool actualizaron el experimento anterior: aplicaron androstadienona (otro esteroide derivado de la testosterona) en el labio superior de las mujeres durante un encuentro de speed-dating (citas exprés para encontrar pareja). En el encuentro, las mujeres se sientan en una mesa y los hombres conversan cinco minutos con cada chica, moviéndose de una mesa a otra cuando suena una campanita. Al final del encuentro, todos citan los nombres de la gente con que le gustaría salir y los organizadores se encargan de ponerlos en contacto. El resultado fue concluyente: las mujeres con androstadienona calificaron a los hombres como más atractivos que el resto de las mujeres que no tenían la sustancia, e incluso se mostraron interesadas en verlos de nuevo. De alguna manera, la androstadienona (presente en algunos perfumes) actúa como un mecanismo que cambia la percepción de la mujer al respecto del hombre que tiene enfrente, y también al respecto del dolor y el placer, como lo muestra este estudio.
Todo lo anterior me deja pensando en varios asuntos. Como dije antes, me parece que el ser humano es maravillosamente complejo. Hoy nuestras relaciones amorosas no están determinadas sólo por la aptitud reproductiva, sino que hay un cúmulo de factores que se ponen en juego (factores sociales, históricos, emocionales, culturales, económicos y hasta políticos). Pienso también que los aromas están anclados a la memoria. Por lo tanto, me pregunto si una mala experiencia de pareja puede hacer que un olor, que antes nos resultaba instintivamente agradable, se convierta en una señal de alarma que nos lleve a rechazar a alguien que huele de manera similar.
Por último, me da por imaginar los usos y abusos que hace la industria (cosmética y alimentaria) con las hormonas y las feromonas. No sólo se tiende una "pantalla" que nos impide oler la realidad, sino que la presencia prolongada de feromonas provoca señales encontradas que nos confunden. Hoy se sabe que incluso los aromatizantes para la casa pueden causar modificaciones en los ciclos hormonales de niños y mascotas. Y en cuanto al amor, sigo pensando lo mismo que al inicio: oler para creer.
¿Qué tan importante es para ti el olor de una persona?
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